Apoyo para las fiestas patronales
Durante el fin de semana fue celebrada la tradicional fiesta de San Pedro, que recuerda a los pilares fundamentales de la fe católica, pero que también se funde con las antiguas creencias de los pescadores respecto de la protección y del bienestar para todo el año, encomendados al apóstol que era pescador en Galilea y que Jesús llamó para fundar su iglesia.
Esta fiesta se conserva desde la época española a lo largo de la costa de todo el continente americano; en los puertos y caletas de Chile y también en algunos pueblos del altiplano (San Pedro de Atacama, por ejemplo), pero lentamente ha ido perdiendo la masividad y el brillo que tenía antiguamente. Quizás por un proceso normal de secularización de la vida, la tradición ha cambiado, haciéndose casi un evento lleno de significado, pero cada vez con menos participantes y de mayor edad.
Este es un desgaste que se vive en casi todas las tradiciones religiosas. La cruz de mayo, la Noche de San Juan, la Candelaria, la Inmaculada, Nuestra Señora del Carmen, se prolongan gracias al esfuerzo de algunos entusiastas, pero van dejando en el camino valiosas costumbres, que las nuevas generaciones ya no conocen.
Si bien en los asuntos de creencias cada quien tiene derecho a poner su mirada y esfuerzo donde decida, sin que nadie pueda interferir; al observarlo como patrimonio cultural sí debiera haber un grado mayor de apoyo a las comunidades que están dispuestas a rescatar aquellas actividades que las unen y que definen su identidad, aquellos elementos que hablan de la historia compartida y de arraigo.
Lo que se ve en los poblados donde aún hay fiestas patronales, es que la comunidad religiosa trabaja sola, casi sin apoyo, con familias que asumen toda la responsabilidad. No hay una política cultural desde los municipios o desde el Consejo de la Cultura, que valore esas manifestaciones populares y las respalde.
Por supuesto que este tipo de procesos sociales no se manejan por voluntad jerárquica, pero su valor amerita al menos un acompañamiento que los proteja, antes que se conviertan solo en buenos recuerdos.