El ejercicio militar conjunto que se realizará en Valdivia en octubre próximo, constituye una excelente noticia desde la perspectiva de la cooperación chileno-argentina, que la comunidad de la región de Los Ríos ha propiciado desde antes de lograr su autonomía territorial. Trabajos bilaterales, encuentros para potenciar corredores, embajadas comerciales, políticas y culturales realizadas constantemente desde hace 40 años con las provincias trasandinas, así lo corroboran.

En este caso se trata de un acercamiento y coordinación entre los ejércitos, pero también de un esfuerzo enfocado a la reacción frente a emergencias. Es decir, la articulación para ayudar a la comunidad en forma unida ante un evento trágico de grandes proporciones, como un terremoto con las características del 27 F. De hecho, en esa ocasión, la colaboración de Argentina para los damnificados de la región del Bío Bío fue una de las primeras y más efectivas en llegar al país.

Durante la actividad anunciada, la región será testigo de la labor de equipos militares y recibirá contingente especializado que trabajará durante varios días en la zona, efectuando un simulacro, en conjunto con Bomberos, Carabineros y personal de la Oficina Nacional de Emergencia. Será un despliegue interesante de observar y al cual también podrían asistir -al menos están invitadas- ambas Presidentas.

En ese contexto y ampliando la ocasión a otros temas, tal vez resultaría propicio que las autoridades y parlamentarios de la zona pudiesen realizar reuniones con sus pares argentinos (que también vendrían) para apurar la concreción de algunos sueños largamente esperados, como acuerdos para establecer los corredores bioceánicos, oficializar el paso internacional Hua Hum y el de Carirriñe como hitos fronterizos.

Esos ítems forman parte de los proyectos originales de la Nueva Región, que siempre se pensó en forma integrada con los vecinos trasandinos, asumiendo que la cooperación entre países hermanos -como lo demuestran los militares al llevar adelante esta iniciativa- es la llave para un progreso de largo plazo.

Es de esperar que todas las planificaciones para este ejercicio resulten positivas y que la región de Los Ríos sea también una buena anfitriona para él.

La cantidad de heridos y desplazados a causa del conflicto en Medio Oriente, especialmente en la zona de la Franja de Gaza es impactante. No dejamos de sorprendernos con el aumento de la violencia y con el recrudecimiento de los combates y bombardeos que hacen que el sufrimiento de las víctimas inocentes se acreciente sin contemplación. La situación empeora, aunque haya intervalos breves de treguas inestables que terminan estrepitosamente con más ataques.

Esto nos hace evidente la urgencia de poner un alto al fuego y de empezar a trabajar para garantizar la paz y la seguridad de las personas que sobreviven en condiciones, que los que estamos de este lado del mundo, no alcanzamos a imaginar.

'¡Nunca más la guerra! ¡Con la guerra se destruye todo!' decía el Papa Francisco hace unos días sobre la situación que enfrenta a israelíes y palestinos. Y cuánta razón tiene. La guerra destruye una realidad esencial como lo es la vida humana. La guerra atenta contra la seguridad y las condiciones de vida digna para las personas. En la última declaración del Comité Permanente del episcopado chileno, los obispos reafirmamos nuestra convicción absoluta que el derecho a la vida humana es el primero de los derechos humanos, el cual debe ser respetado y defendido siempre, desde la concepción hasta la muerte natural.

También en nuestra Carta Pastoral 'Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile', enfatizábamos que la vida humana tiene una dignidad que la pone en un lugar privilegiado en el conjunto de la creación. Somos hijos predilectos de Dios, lo que nos ofrece motivos suficientes para tratar al ser humano con sumo respeto durante toda su vida.

Nuestros hermanos de Medio Oriente necesitan nuestra plegaria y nuestra acción. Oremos por la paz, en familia y en las comunidades, especialmente en las Misas, encuentros y celebraciones.

Seamos, al mismo tiempo, agentes de paz y promotores de justicia, cada quien en sus familias y ambientes, en nuestra misión de constructores de una sociedad justa, fraterna y en paz.