El valor de la historia
Hace unas semanas un viejo amigo economista con un postgrado en EEUU me confesaba que siendo un antiguo estudiante un profesor le sugirió que tomara algunos cursos de historia en la Universidad, a lo que mi amigo replicó -no con cierta sorna y arrogancia según él- de que estaba interesado más en el futuro que en el pasado, una preferencia que hoy encuentra equivocada. Estando en EEUU lo sorprendió la grave crisis global del 2008 que lo obligó a tomar intensos cursos de historia económica para comprender lo sucedido. Hoy las principales escuelas de economía y negocios del mundo han incorporado en sus planes de estudios diversos cursos de historia.
El gran historiador italiano Ruggiero Romano cuenta que cuando sus alumnos una vez le preguntaron por qué había elegido la carrera de historiador y no otras que parecían más estimulantes y lucrativas, solo atino a responder: para leer bien los periódicos. Con esta ocurrencia nuestro querido historiador quería decir que uno de los atractivos más interesante de estudiar historia era la posibilidad de aprender a ver más allá del todo, de poder revelar las intenciones y móviles detrás todo acto humano, que el hecho aislado es poco significativo y que lo que importa es la dinámica que articula un conjunto de acontecimientos entrelazados.
El historiador inglés Niall Ferguson (de quién extraje la nota de Romano) afirmaba su creciente inquietud de ver crecer a sus hijos aprendiendo menos historia de lo que él había aprendido ya a su misma edad, no porque tuvieran malos profesores, sino porque tenían malos libros de historia y aun peor sistema educativo de enseñanza. (¿Algo nuevo por aquí?). Su queja era que las escuelas estaban enseñando a niños y jóvenes una educación sin sustancia del conocimiento histórico. Obligados a memorizar muchas cosas inconexas entre sí sin un orden concreto, tampoco se les estaba enseñando la habilidad fundamental de leer mucho y razonar, ni producir escritos ni argumentar sobre historia. Para Ferguson, buena parte de la solución era que las Universidades pudieran ajustar completamente sus curriculum para formar más y mejores profesores de Historia, capaces de despertar entre sus estudiantes la curiosidad y asombro sobre sus orígenes, de disponerlos para lo extraño y diferente y practicar más la tolerancia. Según Ferguson, ello alentaría a 'preocuparnos mucho más de nuestros muertos'.