Ya comenzaron los trámites para los estudios con miras a la creación de dos nuevas comunas para la región de Los Ríos, elevando a catorce las unidades locales, ambas en la provincia de Valdivia.

Coñaripe, que quiere independizarse de Panguipulli y Niebla, que dejaría a Valdivia; fueron ya presentadas ante la Subsecretaría de Desarrollo Regional en una lista que incluye en total 18 lugares de Chile que pugnan por la autonomía y que sueñan con un futuro mejor, sin depender más de sus actuales ciudades madre.

Detrás de cada uno de esos anhelos hay historias similares, relacionadas con lugares con alta identidad propia, pero que presentan un rezago atribuible al 'abandono' (esa el palabra más recurrente, la verdad) en que las respectivas municipalidades a las cuales hoy pertenecen las tendrían, ya sea por lejanía, por extensión, por falta de representantes o por historias particulares no compatibles con sus vecinos.

En el fondo, todas se sienten víctimas del centralismo; que opera en distintos niveles y se expresa también aquí: el barrio que es la cabeza comunal concentra atenciones y recursos, mientras que los demás sectores deben esperar. Es un modelo que se repite y perpetúa.

Coñaripe y Niebla-costa pueden esgrimir esos argumentos. Nadie discutiría que tienen razón.

El proceso iniciado por ambas localidades debe ahora engarzarse con las propuestas de la Comisión de Descentralización y después seguir los pasos previstos en la ley para estos casos: que la Presidencia recomiende su creación, que los estudios técnicos avalen la petición y que el Congreso apruebe el nacimiento. Es largo y necesita tesón constante de sus impulsores, algo que sin duda las dos tendrán de sobra.

A las autoridades de Valdivia y Panguipulli les corresponde acompañar este afán de independencia, que en Los Ríos -por su historia- nadie podría cuestionar como una aspiración válida. Sin embargo, también es preciso que en conjunto se vele para que las nuevas áreas no nazcan con mochilas de pobreza, ni con los problemas severos que hoy vemos en otros lugares.

El ingreso a estudiar una carrera exige de parte de los estudiantes un alto compromiso y esfuerzo, haciendo necesario dedicar gran parte del tiempo a actividades académicas curriculares. En ese contexto, son frecuentes sus estadías en biblioteca y extensas jornadas de estudio sumadas a las horas lectivas.

Sin embargo, el mundo universitario ofrece y estimula, no solo el desarrollo de competencias profesionales, sino que entrega el espacio ideal para la participación en actividades extracurriculares vinculadas al ámbito social, cultural y deportivo.

Estas actividades, muchas veces subvaloradas, constituyen una suerte de laboratorio para el desarrollo de potencialidades, habilidades, valores y actitudes esenciales para una vida plena. En este sentido, la posibilidad de incursionar en estas áreas favorece un desarrollo integral, en tanto se realizan en un espacio social ajeno a las exigencias académicas, en un ambiente colaborativo y con un enfoque de aprendizaje desde el hacer.

De esta forma, aspectos como la responsabilidad social, la empatía, la valoración estética, la solidaridad y compañerismo se aprenden desde la experiencia, desde la relación con otros que tienen historias y experiencias distintas a la propia.

La oportunidad de integrar acciones de voluntariado, integrar las organizaciones estudiantiles o ser parte de movimientos culturales permite ir fortaleciendo habilidades y un sentido de valoración por el otro que es muy difícil de aprender desde una sala de clases.

A su vez, estos espacios entregan la pausa necesaria frente a la exigencia académica que posibilita afrontar de mejor forma el habitual estrés académico, lo cual puede conceptualizarse como una ganancia secundaria.