Margarita Vallejos, "Yoca", una trabajadora muy querida en máfil
SUPERACIÓN. Por falta de recursos se vio obligada a trabajar, pero su dedicación y constancia la convirtieron en una gran profesional.
Su fama se extiende por todo Máfil, donde se le conoce desde niña por el apelativo de "Yoca". "Nunca pregunté por qué me pusieron ese apodo. En la escuela me decían así, e incluso cuando trabajaba en la posta me llamaban 'señorita Yoca'", relata. Y aunque María Margarita Vallejos Sánchez ignore la razón de tal palabra, no le molesta y hasta considera que es como su "marca registrada" en la tierra que la vio nacer.
¿Qué le granjeó la popularidad entre los mafileños? Con toda seguridad fue el haber trabajado decenas de años como auxiliar de enfermería en la posta de salud rural de Máfil, causa de que hasta hoy muchas personas -especialmente adultos mayores- sigan solicitando sus servicios a la hora de las vacunas y las inyecciones, porque confían en su experiencia y pericia.
Nació en Máfil el 14 de junio de 1940. Fue hija de Manuel Vallejos Castillo ("el único matarife que había por aquellos años") y de la dueña de casa Gregoria Sánchez Rivera. A los 15 años de edad, tras haber cursado su enseñanza de preparatoria, comenzó a escribir su destino como funcionaria de la salud.
¿Qué la llevó a trabajar en la posta de Máfil?
No continué mis estudios por falta de recursos de mi familia. Se me presentó la posibilidad de que la señora que me crió por un par de años, me pudiera dar la educación que me faltaba. Lamentablemente, eso no pasó de simples declaraciones y en un fin de semana de marzo viajé a Máfil y mi mamá me dijo: "Te vas a trabajar a la posta". Yo me puse a llorar.
El practicante que se desempeñaba en la posta me dijo: "Yo quiero que me lleve el libro de farmacia". Todos los días, cuando atendían a la gente, daban recetas; entonces, cuando llegaban los pedidos de medicamentos, había que ingresarlos al libro e ir descontando las entregas, porque había supervisión del número de recetas y medicamentos que había.
Al parecer, fue una experiencia traumática en un principio. ¿Cambió su visión el trabajo posterior?
Sí, porque empecé a meterme en las labores y a mirar el trabajo de los demás. Pasó un año, dos años, tres años... Me fijé cómo se hacían las curaciones, cómo se ponían las inyecciones. Con el tiempo, me fui haciendo conocida también en San José, por el hecho de que me puse a confeccionar las estadísticas e interiorizarme en todas las labores de la posta. Gracias a este contacto se me abrió una oportunidad.
¿Le propusieron un mejor trabajo?
No inmediatamente. Vino una enfermera jefa que integraba una ronda de supervisión y yo le pregunte: "¿Me podrán contratar?". Ella me contestó: "Mira, eres un muy buen elemento, pero si yo te contrato ahora te quedarás estancada como auxiliar de servicio. En cambio, te daré la oportunidad de que hagas el curso de enfermería en Valdivia".
Para hacer el curso, se pedía que una hubiera cursado el primero medio. Tuve que presentar una solicitud en el Liceo de Hombres y di exámenes de validación para séptimo y octavo básico y primero medio.
¿Cómo fue ese curso y cuánto tiempo duró?
Allí aprendí las cosas básicas que sabe una auxiliar de enfermería: supe cómo poner inyecciones y cómo hacer curaciones. El curso duró poco más de un año, y en 1972 me dieron el cartón de auxiliar de enfermería.
A partir de aquel momento, a usted se le mejoró el panorama, ¿no es así?
Así es. El paramédico se jubiló y se retiró a su campo, y yo quedé como jefa de la posta de Máfil por un breve tiempo hasta que llegó el primer médico, el doctor Matías Vieira.
Ahí en la posta debíamos hacer de todo: atender partos, hacer suturas, traer a los pacientes más graves a Valdivia... Como yo vivía en la posta, era la piedra de tope porque a la hora que llegara alguien, debía levantarme a atenderlo. Fue, sin embargo, una hermosa experiencia de vida: hasta hoy la gente me recuerda y me respeta. Jubilé en 2005, con cerca de cuarenta años de servicio, pero sigo realizando labores.