Ante el abuso de menores
Frente a la ocurrencia de hechos tan brutales como el abuso de niños, se ha hecho habitual que las opiniones de la gente, cercana al hecho o no, apunten hacia la petición de extremas sanciones contra el o los involucrados, a la necesidad de cambiar el marco legal para hacerlo más inflexible o bien hacia una supuesta ineficacia en el control de peligros que acechan desde las sombras.
Son planteamientos que emanan de manera inmediata tras conocerse algunos detalles de lo ocurrido y desde una sociedad herida, lo que los hace comprensibles, aunque no necesariamente atinados por completo.
Durante el fin de semana en la región ocurrió uno de estos ataques contra la niñez, con una pequeña victimizada por un agresor de esos de los que nunca quisiéramos tener noticias. Los detalles de lo sucedido y la posterior reacción de los vecinos de la niña atacada ya han sido vastamente informados y ahora es la justicia la que tiene la palabra.
Es una situación puntual de la mayor gravedad, pero si se analiza con frialdad se llega a una de las más dolorosas conclusiones, la que dice que frente a individuos dispuestos a cometer delitos tan aberrantes como éste es poco lo que se puede hacer en materia de prevención. Estas conductas extraviadas pueden permanecer ocultas durante mucho tiempo y aparecer solo cuando la ocasión se presenta favorable para el portador. Lamentablemente, ha ocurrido muchas veces y hasta el momento no se dispone de elementos que indiquen que no van a volver a ocurrir. Es un fenómeno mundial, más encima.
Frente a ello es que más allá de los mensajes solidarios hacia la pequeña víctima y su familia y las manifestaciones de repudio al causante del dolor, se debe concluir que el método más efectivo para impedir estas situaciones pasa necesaria e ineludiblemente por el cuidado sin descanso de los niños. Al aislar a los abusadores de este tipo se les restringen las posibilidades de que saquen a relucir lo más repudiable de sus conductas y aumentan las posibilidades de neutralizarlos.