La vida no le concedió el regalo que muchas mujeres esperan: el de convertirse en madres, y ella misma lo admite con ánimo sereno pero sin asomo de resignación ni de frustración. Está convencida de que ello le permitió desempeñar un papel fundamental en el cuidado de quienes precisaron no sólo de su amor, sino también de sus atenciones. "Haber acompañado por siete años a mi madre, que quedó postrada luego de sufrir tres infartos cerebrales que le quitaron completamente la fuerza de sus extremidades inferiores, me transformó de alguna forma en madre", sostiene.
Judith Soledad Cortez León tiene un carácter firme y voluntarioso. Esta valdiviana de 65 años de edad preside el "Club de los Sesenta", una agrupación que reúne a 23 adultos mayores.
- Usted es esposa de un militar en retiro. ¿Qué me puede decir respecto de eso?
Como señora de militar, he tenido una vida muy hermosa. Pronto cumpliremos cuarenta años de caminar juntos. Lo conocí mientras estudiaba en el Liceo Técnico y me enamoré de él desde que lo vi por primera vez en la esquina de la casa que fue de mis abuelos.
¿Fue amor a primera vista?
Algo así. Luego de verlo, dije a una de mis tías: 'Con él me voy a casar'. Después de conocernos y pololear por cuatro años, el 27 de abril de 1970 tomé la micro, mi futuro esposo estaba allí y decidimos nunca más separarnos. Y aquí estoy casada con José Simón Delgado Asenjo, que sirvió al Ejército por treinta años hasta alcanzar el grado de suboficial; se jubiló en 2001 y siempre trabajó en el regimiento Membrillar.
- ¿Cómo afrontó el hacerse cargo de su madre?
Lo más lindo de mi vida fue haber cuidado a mi madre, que estuvo siete años postrada en cama. En todo ese tiempo, conté con la ayuda de mi marido, que no me dejó un minuto sola. Mi madre tuvo tres infartos cerebrales, y aunque sobrevivió a ellos quedó con las dos extremidades inferiores sin fuerza y también quedó sin fuerza su mano derecha. A pesar de esto, disfrutaba de una buena visión, oía y hablaba bien y pensaba con toda lucidez. Como ella estaba postrada, fue como mi guagua.
- ¿A qué se refiere con que atender a su madre fue lo más lindo de su vida?
Porque con ella supe ser mamá, porque tuve que bañarla, cambiarle sus pañales, darle comida en la boca; como si fuera un bebé.
- Tengo entendido que usted no sólo dedicó su tiempo a cuidar a su madre, sino que también otros se vieron beneficiados de su ayuda.
Así es. Antes de mi mamá, cuidé a mi padre. Después, la abuelita de mi marido me pidió que la cuidara: 'Hijita, si yo me enfermo, llévame a tu casa', me dijo una vez. Con el tiempo, me tocó cuidar a mi suegra y finalmente vino mi mamá. Eso fue bien interesante, porque se juntaron mi papá con mi suegra: ella estaba en el Traumatológico y mi padre, en el John Kennedy. En las mañanas, iba a ver a mi padre y en las tardes, a mi suegra. Para rematar la cosa, al año de fallecida mi mamá se me enfermó una tía. Allí también puse mi granito de arena.
- ¿En qué momento decidió ingresar a un grupo de adulto mayor?
Bueno, después de que falleció mi mamá, se me deprimió el ánimo. Una amiga mía, Carmen, viéndome así, me dijo un día: 'Yo creo que te estás achacando mucho. Acompáñame a la Casa del Adulto Mayor, donde hago gimnasia. Vamos'. Le conté a mi marido acerca de esta idea, le dije que asistiría tres veces a la semana y le pareció bien. Eso fue hace tres años. Más tarde, me preguntaron si yo quería ingresar al 'Club de los Sesenta'. Yo podía hasta ese momento hacer gimnasia sin necesidad de integrarme al grupo. Con mi amiga Carmen dijimos que sí y nos pusimos al día con las cuotas.
Hicimos posteriormente un paseo con ese grupo, y en mi ausencia se reunieron los integrantes; cuando yo volví me dijeron que yo había sido elegida como su presidenta. Desde aquel día, yo presido ese club.