Edgardo Ortiz Sanhueza tiene 71 años. Nació en Los Lagos el 16 de agosto de 1943 y fue el segundo de seis hijos del matrimonio de Jorge Ortiz y Berta Sanhueza.
Su madre quedó viuda joven, con cinco hijos y embarazada. En la búsqueda de una mejor vida para su familia, se trasladó a Valdivia e inscribió a los dos mayores en el internado de la Escuela N°11, que se encontraba en Angachilla y donde Ortiz realizó toda la educación primaria.
Después de no continuar con sus estudios, trabajó como junior hasta el terremoto de 1960, momento en el cual se dio la oportunidad de emigrar al Norte, la cual tomó sin dudar y comenzó una vida en la Armada. Finalmente, se estableció en Valparaíso en el área de computación, hasta su retiro de la organización naval.
Se casó dos veces. El primero de sus enlaces duró tres años y tuvo una hija llamada Montserrat. En Punta Arenas conoció a quien sería su segunda esposa, Amenaida Tramón, con quien tuvo dos hijos: Mariela y Patricio. Luego llegaron cuatro nietos. Después de su retiro de la Armada, don Edgardo se dedicó a manejar un taxi durante diez años, momento en el cual decide volver a Valdivia, a descansar y disfrutar.
¿Qué recuerdos tiene del internado?
-Los mejores. Llegué a los seis años y salí a los doce. Hice muchos amigos. Y una de las personas que me marcó y me ayudó fue mi profesora, que estuvo conmigo hasta que salí de la primaria. De hecho, ella me ayudó a entrar a la Escuela Normal y fue mi apoderada.
¿Salió entonces de profesor normalista, como ella?
- No, porque como era un poco inquieto, quedé con un examen para marzo y no llegué a darlo, por lo tanto me expulsaron. Estuve sólo un año.
¿Qué hizo entonces? ¿Siguió estudiando?
-Entré al Liceo Comercial de Valdivia, pero me retiré a fines del primer año y me puse a trabajar. Me contrató de junior don Eduardo Prochelle, corredor de propiedades. Hacía el aseo y tenía acceso a las máquinas de escribir. Pero quería seguir estudiando, así que entré a estudiar en un liceo nocturno que estaba en Yungay, pero justo pasó lo del terremoto del '60.
O sea, postergó el sueño nuevamente.
-En parte, porque se dio la oportunidad de emigrar al norte, después del terremoto, así que me fui a Viña y estuve en un hogar para valdivianos, apadrinado por diversas empresas como Soquimin, Papelera y Perlina, un detergente de la época. Íbamos al colegio durante el día y mi primer año lo terminé en el Liceo Guillermo Rivera de Viña del Mar. Pero tampoco salí de humanidades esa vez, porque quise entrar a la Armada y pese a no tener el segundo año rendido, rendí un muy buen examen e ingresé como grumete. En ese lugar me hice profesional. Me embarcaron y recorrí el país entero en tres años, en el AKA "Presidente Pinto".
Entonces hizo una carrera en la Armada.
-Sí. En ese lugar hice carrera, pero antes ingresé al mismo liceo Guillermo Rivera de Viña, pero esta vez en la nocturna. Estudié un año más y me enviaron a Punta Arenas, donde seguí estudiando de noche, hasta que terminé sexto Humanidades. Yo siempre dije que aunque me demorara mucho, terminaría mis estudios.
Todo tiene su recompensa.
-Sí, porque la Armada en Valparaíso realizó un concurso de empleados civiles, para entrar al área de computación y quedé. Trabajé más de 20 años y jubilé como jefe del departamento de computación, con 33 años de servicio.
Hablemos del amor.
-Yo me casé con una alemana primero, con quien tuve una hija: Montserrat. Ese matrimonio no resultó, porque éramos demasiado distintos. Ahí retomé el contacto con mi actual señora, a quien había conocido en Punta Arenas donde ella estudiaba Pedagogía y yo estaba trabajando. Pololeamos varios años, hasta que al final me dio el sí. Nos casamos en 1972 y hasta el momento me ha aguantado. Con Amenaida tuve dos hijos: Mariela, que es profesora y Rodrigo, que es capitán de la Armada. Tengo cuatro maravillosos nietos.
¿Si tenía su vida hecha en el norte, por qué volvió a Valdivia?
- Porque es más tranquilo, la gente es más sincera y te habla mirando a los ojos. Tenía ganas de volver a mis raíces.