Mirando hacia lo alto
El mundo católico celebra hoy (15 de agosto) la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los cielos, conocida también con el nombre del Tránsito de la Virgen.. En Roma era celebrada en tiempos del papa Sergio (687-701). Solo en el siglo VIII recibe el título de Asunción de la bienaventurada Virgen María.
Aunque en el siglo V los relatos apócrifos sobre el Tránsito de María traten de describir cómo sucedió la muerte de la Virgen, solo la tradición ininterrumpida de la Iglesia, testimoniada por Gregorio de Tours en primer lugar (594) y luego por los demás padres de la Iglesia, es corroborada por el hecho de que nunca fue venerada en la antigüedad una verdadera reliquia del cuerpo de María. Ni siquiera en Éfeso, donde parece más probable que fuera la muerte de María.
La creencia universal de este acontecimiento ha sido confirmada por la respuesta afirmativa del episcopado católico mundial consultado en el año 1946 por el papa Pío XII, que autentificaba el sentido de los fieles (sensus fidelium) con la definición dogmática del 1° de noviembre de 1950, con la Constitución "Munificentissimus Deus". El Papa Juan Pablo II explicó el sentido teológico de este dogma diciendo: "El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al final del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio. María Santísima nos muestra el destino final de quienes 'oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc 11,28)".
Junto a esta fiesta, hoy celebramos a la vida consagrada femenina. El papa Francisco, además, nos ha invitado en el 2015, a celebrar el Año de la Vida Consagrada. No cabe duda que la consagración religiosa es signo de los bienes futuros, expresado en los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Al igual que la realidad del dogma de la asunción que es una invitación a reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la tierra y sobre nuestro fin último: la vida eterna, la vida consagrada, que vive sacramentalmente, como por adelantado, las realidades futuras (donde no habrá ni bienes materiales ni matrimonio), nos ayuda, a una sociedad tan apegada a la tierra y sus bienes, a mirar hacia el cielo, con esperanza, lo que ya vive y experimenta María por privilegio exclusivo de parte de Dios.
Ignacio Ducasse
Columna