El 24 de enero de este año, Rodemil Díaz Cárdenas se instaló en uno de los departamentos que conforman el Conjunto de Viviendas Tuteladas (CVT) del Servicio Nacional del Adulto Mayor (Senama), en Valdivia. Con ello, daba término a una desazón que oprimía su alma desde mucho tiempo antes.
"Yo vivía hasta ese momento en la casa de una de mis hijas, en Las Ánimas. Como es pequeña, no cabíamos todos ahí; mi hija no me decía nada, pero yo sabía que la situación le preocupaba y no podía ampliar la casa. Decidí entonces aliviar su carga y preferí buscar una vivienda", recuerda.
Desde aquel día, quien fuera un esforzado operador de cinematógrafos disfruta su existencia, atiborrando páginas de cuadernos con prosas y versos que nacen de su genio creativo, que sólo descubrió al llegar a su nueva casa.
Sus inicios
Nació en Valdivia el 15 de julio de 1930 y fue el menor de los 11 hijos del matrimonio formado por el sastre Fernando Díaz Pino (que alcanzó el grado de teniente de Ejército en el arma de Caballería y posteriormente se desempeñó en el taller del inmigrante español Luis Izquierdo) y la española Rosa Cárdenas González, natural de Oviedo.
Estudió en la Escuela Superior de Hombres Nº 1 y en la Escuela Vocacional Nº 13 de Valdivia, donde obtuvo el título de técnico en electricidad.
En el mundo del cine
¿Cuándo comenzó a dedicarse a trabajar en cinematografía?
-Después de salir de la Escuela Vocacional, ingresé al Teatro Alcázar. Allí fui ayudante de operador de máquina proyectora, unos 10 años. En esa época, a los que desempeñábamos ese trabajo nos llamaban "cojos ladrones", porque como las cintas a veces estaban mal pegadas o el material se deterioraba, se soltaban durante la proyección y la gente reclamaba. Ahí uno tenía que arreglar el problema y en una ocasión se me trituraron dos dedos de la mano derecha: intenté resolver el asunto sin haber apagado la máquina.
Después me casé con Zenaida Uribe González, con quien tuve siete hijos y me fui a Osorno.
¿Qué hizo allá?
-Continué mi carrera, pero en calidad de operador jefe del Teatro Principal. Estuve allí 15 años. La vida de un operador jefe era de muchas responsabilidades; uno debía estar atento a cualquier falla que presentara la máquina, que proyectaba cintas de 35 milímetros.
Para llegar a ser operador jefe me preparé primeramente para obtener el cargo de operador de primera clase, o sea, técnico en cinematografía. Me compré un libro, estudié y me presenté a un examen de la Dirección General de Servicios Eléctricos en Osorno, que duró dos días.
A pesar de eso, era una labor más bien liviana y se la pagaba bien: a fin de año, yo recibía tres meses de gratificación.
¿Por qué regresó a Valdivia?
-Por la educación de mis hijos. Estuve un año sin trabajo y posteriormente ejecuté el arreglo de la instalación eléctrica de la industria Hoffmann.
Hay una fracción de la historia que Rodemil Díaz prefiere conservar en el sigilo, porque se trata de un lapso en el que experimentó mucha aflicción. Decide retomar el curso de la conversación en lo que ha acontecido desde este año.
Vida actual
¿En qué ha consumido el tiempo libre que tiene en su hogar?
-Gracias a la ayuda de la asistente social Carmen Ferrada, quien hace los talleres a los que vivimos en este condominio del Senama, desarrollé una faceta que ignoraba que tenía: la escritura. Además de tener varias poesías, estoy redactando un cuento que se llama "Harapos" y que comienza así:
"El personaje principal de este cuento es un niño de ocho años aproximadamente, que bien puede ser la historia de miles de niños en el mundo, en el pasado, en el presente y en el futuro".
¿Cómo evalúa su vida en la actualidad?
-Puedo decir que ha sido una buena vida, con toda tranquilidad y mantengo una buena comunicación con todos mis vecinos aquí.
"Una de las cosas que más me gustan de mi nueva vida, es que he podido desarrollar la pasión por la escritura y la poesía".
Rodemil Díaz, Escritor