Pareciera que fue ayer. Este 23 de octubre se han cumplido 10 años desde la canonización de Alberto Hurtado Cruchaga, sacerdote de la Compañía de Jesús y segundo santo chileno después de Teresita de Jesús de Los Andes. Unos siete mil compatriotas llegaron hasta el Vaticano para ser testigos "in situ" de la ceremonia ese soleado domingo en el otoño europeo del año 2005. Otras decenas de miles siguieron en Chile los detalles de la eucaristía, que presidió el papa Benedicto XVI, en sus primeros meses de Pontificado.
Entre los chilenos que viajaron a Roma se contaba el entonces Presidente de la República, don Ricardo Lagos, junto a su esposa y una ilustre comitiva de parlamentarios, autoridades políticas, judiciales, militares, empresariales y sociales. Pero también viajó una delegación igualmente ilustre formada por quienes, a imagen de Jesús, fueron los predilectos del padre Hurtado: un grupo de "patroncitos", adultos mayores beneficiarios de las hospederías del Hogar de Cristo, institución que visionariamente el padre Alberto creó para ayudar a resolver el flagelo de la pobreza y la exclusión que llevaba a personas de diversa edad a vivir en lo que hoy llamamos "situación de calle".
En la vigilia celebrada en la Iglesia San Ignacio, en Roma, la víspera de la canonización, un emocionado Presidente Lagos valoró el aporte de Alberto Hurtado a la identidad del "alma de Chile" con estas palabras: "Mañana cuando se produzca la canonización del padre Alberto Hurtado, habremos ganado un nuevo Padre de la Patria, y al igual que los padres de nuestra Patria Latinoamericana, es un Padre de la Patria que compartimos todos los hermanos de América Latina".
Contemplamos, así, el Chile injusto que conoció y sufrió Alberto Hurtado el siglo XX, frente al rostro actual de la pobreza y la exclusión.
El padre Hurtado es "padre de la Patria", no por homenajes ni decretos, sino en virtud de nuestra capacidad social de reconocer a los más desvalidos como iguales en dignidad, como hermanos. Sí, "el pobre es Cristo". Y siempre vale la pena preguntarse, como Alberto, ¿qué haría Cristo en mi lugar?
Ignacio Ducasse Obispo de Valdivia