Aunque el club al que pertenece, Chacabuco, se impuso en varones en el Nacional de Clubes Campeones de Rayuela que se disputó el fin de semana pasado en Valdivia, Inés del Carmen Miranda Mora se siente insatisfecha: la rama femenina, por la cual representó a la entidad, sólo alcanzó el tercer lugar. "El domingo jugué muy mal. A las 8 de la mañana jugamos todas las mujeres y yo jugué mal; en la tarde jugué con otro equipo y también nos ganaron", se lamenta.
Su frustración se debe a que la rayuela es la gran pasión que ha tenido a lo largo de su vida, y que para poder practicarla debió esperar que transcurrieran los años y que los prejuicios fueran cediendo el paso a la inclusión.
Nació en Valdivia el 20 de febrero de 1948. Su padre, Óscar Miranda Ortiz, se desempeñaba como peoneta y en el ejercicio de labores propias de su oficio perdió la vida; sin embargo, ignora a qué dedicaba su madre, Uberlinda Mora Obando. "No lo sé, porque no me crié con ella, sino con mi abuela, Carmela Obando, que era ciega. Estuve con ella desde chica", explica.
Recuerda que pasó los primeros años de su vida en la Casa de Huérfanos. "Con el tiempo, mi abuela me iba a ver y después me salí; como de diez años de edad me sacaría de ahí", dice.
¿Fue una etapa difícil?
-No, para nada, porque yo era feliz con mi abuela. Estudié en la Escuela Nº 2, en la Escuela Nº 5 y hasta en el Liceo de Niñas y no aprendí.
¿Está segura?
-No aprendí nada de nada, si yo no sé leer.
¿Y por qué no aprendió nada?
-Porque yo era floja; no lo niego. ¿Qué ganaba? Conozco todas las letras, pero hacerlas hablar me cuesta a veces. Con cierta dificultad puedo unirlas y hacer como que leo. Pero para sacar cuentas sí que no me hacen lesa.
Yo prefería jugar. Me crié con mi abuela cerca de donde estaba la Escuela Nº 2, que hoy es la Escuela España; ahí había un callejón que se llamaba El Maqui. En ese tiempo, me entretenía jugando al tejo, al trompo… Y como mi abuela no veía, no me obligaba a estudiar; y como no me obligaba, yo tampoco lo hacía.
Luego, si no iba a clases, cuando menos ayudaba usted en las labores del hogar.
-Tampoco. Mi abuela nunca me dejó trabajar; si cuando me casé, yo no sabía hacer ni comida. No veía, pero hacía de todo: preparaba y cocía el pan, mandaba a lavar ropa; pero yo no hacía nada. Realmente ella no quería que yo trabajara.
¿A edad se casó usted?
-A los 19 años, porque quedé embarazada de mi hijo mayor. Me casé con Víctor Ricardo Delgado Delgado, que es carpintero de primera, y con él tengo tres hijos: el que ya mencioné, que se llama Óscar Ricardo, Luis Sergio y Víctor Alfonso.
¿Cómo ha sido su matrimonio?
-En principio, no muy bueno; pero ahora que estamos separados por la distancia, la cosa funciona bien.
¿En qué instante de su vida usted decidió volcarse a la rayuela?
-Yo he jugado al tejo desde cabra chica; tendría unos 8 ó 10 años y usaba unos tejitos de bronce.
¿Qué le llamaba la atención?
-Me encanta jugar al tejo. Bueno, también juego al naipe, pero el tejo es mejor. Es una alegría que me produce, sobre todo porque una no juega sola, sino con hartas personas.
De primera, yo no estaba en el Chacabuco, sino en el club Beauchef, pero ahí eran puros hombres machistas y no me dejaban jugar. Estuve como siete u ocho años, y entonces pensé: "Me voy". Pedí la renuncia, pero no me la quisieron dar en un principio, ya después sí. Me fui al Chacabuco y ahí estoy hace tres o cuatro años, y hasta ahora no he tenido problemas.
¿Hay otras mujeres en su club?
-Sí, están conmigo Berta, Isabel y Angélica.
¿Qué recomendaría a otras personas de la tercera edad?
-Que jueguen al tejo y se incorporen al club que más les guste. Ahora ya no es como antes: todos los clubes deben tener una rama femenina. Y no es difícil la rayuela hay que acostumbrarse no más con el tejo: es como tomar una piedra, pero un poco más pesado.
"He vivido por más de 40 años en Donald Canter, y por el mismo tiempo he pertenecido a la junta de vecinos del lugar"
Inés Miranda, Rayuelera valdiviana