La actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días ha superado el ámbito individual para asumir una dimensión más global.
La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo.
El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad, se siente autosuficiente; busca no solo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener solo derechos.
La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, pero se informa casi por mera costumbre, estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por la apertura de las conciencias en sentido solidario.
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circundante, especialmente la más lejana.
Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete.
En estos y en otros casos, la indiferencia provoca cerrazón del corazón y distanciamiento y contribuye a la falta de paz con Dios y con el prójimo.
Ignacio Ducasse Obispo de Valdivia