Teodora Araneda Leal tiene 86 años de edad y en el barrio de Collico -en Valdivia- es conocida como la "Señora Lola", una suplementera histórica del lugar.
Doña Teodora es viuda de Germán Wunderlich, un reconocido agricultor del sector de Santo Domingo.
Hace más de 30 años es vendedora de diarios y tiene un kiosco frente a Carabineros, en Collico. También señala que tiene otro kiosco frente al BancoEstado, pero que por su edad y algunos achaques -como dice- lo entregó a su sobrina nieta Inés Silva, quien lo trabaja.
Cuéntenos algo de la vida con su esposo...
-Mi esposo tenía seis años más que yo. Nos conocimos en el matrimonio de una hermana, donde él también estaba invitado. Yo entonces tenía 13 años y él, 19. Ahí comenzamos una amistad que duró años, porque los papás eran muy estrictos con uno. No te dejaban pololear así tan fácil como ahora. Pero no tuvimos una partida fácil. Cuando él me presentó a su familia, la reacción no fue muy buena.
¿Qué pasó?
-Yo no le gustaba a la familia Wunderlich, porque representábamos dos mundos muy distintos y alejados en esos tiempos. Yo venía de una familia muy pobre, aunque nunca nos faltó nada. Mis papas se encargaron de vestirnos, alimentarnos y educarnos a la medida que podían, pero jamas vivimos con ningún tipo de lujos, porque los recursos no alcanzaban para criar a 10 hermanos. Y ellos tenían un fundo en Santo Domingo, con animales, vendían leña y miel y casi toda la familia había pasado por la universidad o hacía clases en ella. Mis hermanos y mi padre eran empleados del molino Kunstmann y no teníamos más educación. Fue difícil, pero yo diría que más para mi marido, porque luchó por nuestro amor y se fue en contra de los principios y roces sociales de su familia. Por eso y muchos motivos más, él siempre me demostró que me quería mucho y que luchó porque estuviéramos juntos, a pesar de venir de mundos tan diferentes.
¿Que marcó su matrimonio?
-Nos marcó como matrimonio. No tuvimos hijos, pero no nos desilusionamos nunca y jamás perdimos la fe en que Dios tenía algún regalito guardado para nosotros. Así, un día estaba trabajando en mi jardín y pasó una niña muy joven, con un bebé en brazos de aproximadamente dos meses de edad. Me dijo que ella no tenía los recursos para criarlo y andaba buscando una buena familia para él. Corrí hacia dentro de la casa a preguntarle a mi marido, porque sola no podía tomar la decisión y me dijo 'si tú lo quieres, vamos para adelante ".
Fuimos al día siguiente al Registro Civil y mi marido le dio su apellido. Así comenzó nuestra aventura de ser padres adoptivos, cosa que era bastante mal vista en ese tiempo, pero a nosotros no nos importaba nada. Lo llamamos Rafael, lo alimentamos, vestimos, le entregamos educación y le dimos todo el amor posible. Rafael llegó incluso a la universidad y se tituló en medicina. Ahora, lo que hace doler mi corazón es que lo veo tarde y nunca. El se casó, tuvo hijos y ahora vive en Punta Arenas. Viene cada cinco años y realmente lo extraño mucho, más ahora que no tengo a mi viejo. Y como a Rafael, también ayudamos a muchos niños de la calle, vistiéndolos y dándoles comidita. Eso me llenaba el corazón.
¿Que significó para usted vender diarios durante toda su vida?
-Para mí, vender diarios fue el mejor trabajo del mundo. Después de casarme, busqué una actividad que hacer. Me encantaba leer y estar informada de lo que pasaba en Valdivia, por lo que decidí poner un kiosco que se mantiene hasta los días de hoy. La venta de diarios no la cambiaría por nada. Siento que me permitió desarrollarme y cumplir todos mis objetivos.
¿Y cuál es el diario que más vende?
-Siempre ha sido El Diario Austral. A la gente le gusta estar informada de lo que pasa en su ciudad. Vendía alrededor de 50 diarios en los buenos tiempos.
"Los carabineros de Collico se portaron mejor que mi familia en los tiempos difíciles que me tocó vivir". "La venta de diarios no la cambiaría por nada. Siento que me permitió desarrollarme y cumplir todos mis objetivos".
"Incendió destruyó parte de mi vida"
Teodora Araneda recuerda que cuando vivían en Las Animas "un incendio destruyó nuestros sueños, pero conocí gente muy linda. Los carabineros de Collico me demostraron todo su cariño, ayudándome con ropa y comida y yo les retribuía arreglando sus uniformes, porque siempre he bordado. Otros que se portaron muy bien fueron muchos clientes, que se acercaban siempre con una sonrisa y alguna ayuda para nosotros. Ese ha sido un regalo de la vida".
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