El invierno ha pasado y la creación florece nuevamente esta primavera, deleitando a quienes tienes ojos atentos y contemplativos, con las maravillas que nos rodean. La primavera siempre ha significado tiempo de fiesta por la nueva vida que brota, incluso en nuestra ciudad celebramos el Carnaval de la Primavera, que con sus carros alegóricos y demás festejos, resalta el gozo por este nuevo ciclo.
Sin embargo todos estos festejos y alegrías no se corresponden con las actitudes que muchos tenemos para con nuestra casa común. Este año como nunca hemos experimentado en nuestra ciudad un aumento de la contaminación del aire, polución que todos hemos sentido al caminar por ciertos barrios de la ciudad. Y aunque se han creado medidas para controlar estas actitudes, poco sentido tienen si solo nos enfocamos en los aspectos prohibitivos y negativos, en lugar de dar importancia al educar en valores sobre estos temas.
Durante mucho tiempo se ha generado una mirada fatalista de la naturaleza, los daños, los peligros de no tener conciencia sobre la importancia que tiene para todos el cuidado de la casa común, y el eventual desastre global que corresponde a esta actitud irresponsable. Sin embargo poco se habla de la belleza, de la profundidad, la paz, el conocimiento y la dicha de contar con lugares que nos permiten entrar en sintonía con la creación.
San Francisco de Asís, se refería a toda la creación como hermano y hermana, resaltando su importancia para nuestra existencia. Un mundo que crece de forma acelerada, en un sistema que no contempla límites de ningún tipo y fomenta actitudes que devoran y abusan de las maravillas que nos ofrece esta casa común, solo da cuenta de nuestra mala administración de la creación que Dios nos dispuso, así como también los malos hermanos que hemos sido de ella.
No centremos nuestra preocupación en el "Día de la Tierra", el "Día sin Automóvil" o diversas actividades, que si bien son provechosas para generar conciencia de la urgencia ambiental, pasan fugaces en nuestra memoria. Llevemos la preocupación, pero también el cariño por esta casa que habitamos todos y todas a hechos cotidianos que nos permitan decir en conjunto: "Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas".
Ignacio Ducasse Obispo de Valdivia