En 1952, Venezuela fue el décimo y último país en ingresar a la Confederación Sudamericana de Fútbol. Desde entonces, Venezuela lucha contra un estigma: es el único país sudamericano donde el fútbol no es el deporte más popular. Le gana el béisbol.
Esta semana estuve en Venezuela. Programé el viaje por reuniones y charlas, pero motivado por el caso de Tocopilla, donde se está construyendo el diamante, proyecto de unos $6.000 millones de inversión.
Pues bien, me acerqué al deporte del bate, como una forma de pensar en un programa que se pueda copiar en cada lugar de Chile.
En el intertanto, vi a los "bachaqueros", personas que hacen largas filas para adquirir productos escasos y después los venden puerta a puerta, entre otras escenas y personajes.
Venezuela es un país donde el desánimo está ganando por lejos, pero al hablar de sus dos grandes clubes, Magallanes y el Caracas, las pasiones aparecen.
El motivo: practican el béisbol desde muy pequeños. A los dos años les pasan una rama y les lanzan pelotas de plumavit; crecen y el bate aumenta su diámetro, siendo el juego pegarle a una tapa de bebida, a un maíz, o bien a una bolita.
En la pre adolescencia, en la calle, abundan los palos de escoba que enfrentan a una masa circular de papel cubierta por tela adhesiva.
Sin duda, un buen proyecto podría "exportarse" a nuestro país. No veo razón para no propagarlo y abrir espacios buscando que más niños se integren a la actividad física por esta vía.
Porque es obvio que a los venezolanos el juego los entretiene, pero, además, tiene una llave social: a familias enteras las ayuda a doblegar la pobreza.
¿Cómo? Los clubes de Estados Unidos (grandes organizaciones, donde el béisbol es el segundo deporte más popular) buscan, en cada rincón del planeta, atletas para sus novenas.
Y así construyen y desarrollan academias. En Valencia, a dos horas de Caracas, conocí la de los Rays de Tampa.
Por ahí desfilan cientos de jóvenes buscando la soñada oportunidad. Si les detectan condiciones, firman un contrato por seis años.
Rara vez un jugador recibe, por firmar, menos de US$10 mil (en Venezuela, una fortuna) más el salario mensual. Y si el "pelotero" sobresale, su rúbrica llega a cifras siderales.
José Castillo firmó por los Rays a los 16 años (hoy en Los Padres de San Diego), por US$ 1,5 millón, siendo el de mayor valor de la Academia.
En ésta, los elegidos viven, se alimentan, entrenan, y aprenden inglés, pues viajan a Estados Unidos a seguir preparándose y, en algunos casos, jugar en las ligas menores.
Lejos de ahí nuestras motivaciones para realizar un programa de béisbol, para niñas y niños, de entre ocho a 10 años -edad ideal para comenzar, según expertos-, en Tocopilla.
Creemos que de ahí puede salir una base para llevar esto a Chile y trabajar aspectos físicos en esa edad, normalmente descuidada en nuestro país. Pues, nadie sabe donde nace un talento que espera, en el diamante, ser pulido.
Pero el beneficio social es un factor que no podemos obviar, pues seguro será un ingrediente extra para que se siga cultivando la pasión por este deporte, y los niños soñando con las grandes ligas.
Por Harold Mayne-Nicholls