El miedo nace de la división y estos rompen la fraternidad, hundiendo el paraíso de la armonía entre lo divino, lo humano y la naturaleza, de los hombres entre sí, con Dios y con toda la realidad creada. Este miedo es paralizante, produce desconfianza, genera inseguridad y cierra las puertas del corazón humano. El espíritu del miedo opta por la dureza y la oscuridad, para ganar en seguridad. El mundo -en la era de la globalización-, presa del temor, siente pánico e inseguridad por la complejidad de los procesos que enfrenta. Así, sin siquiera pensárselo, se encierra en la defensa de la seguridad con clave de salvación. Una salvación que, a fuerza de miedo, se hace excluyente y descartable, donde el otro comienza a ser enemigo y las fronteras crecen y se endurecen, congelando toda relación posible de comunión y fraternidad.
Esta falsa seguridad hace de nuestro corazón un músculo muerto y frío, sin el latido de lo vivo y lo generoso, sin respiración y comunicación, cerrando sus puertas también a todo lo bueno y sanador que podría llegarle de la vida a causa del temor, por miedo a salir de su refugio de seguridad. Al no arriesgar, acaba con toda novedad posible y se esteriliza. Ese miedo, hoy en día, sigue ganando demasiadas batallas. Una mirada serena a nuestro propio interior, a nuestros espacios familiares, laborales, sociales, políticos, económicos, entre otros tantos, nos bastará para ponerle nombre a cientos de temores, a miles de puertas cerradas, a cerrojos con candados. Una mirada compasiva nos revelará, inmediatamente, a los que están fuera, a los que quieren entrar y llaman a las puertas cerradas pero no son recibidos, a los que estarían dispuestos a morir para llegar hasta nosotros; pero nuestra seguridad cruel no se lo permite y los ahoga en el mar. Los nuevos faraones, también hoy tiene miedo en su poder y en su riqueza, e impone su terror como clave de organización del mundo y de lo humano, porque nada vale más que la seguridad ante el miedo.
El mundo cristiano celebra este domingo la fiesta de Pentecostés; la fiesta del Espíritu de Dios. De ese otro Espíritu que a diferencia del espíritu del miedo, hace posible otro mundo, que nos lleva al cuidado de la naturaleza: la ecología que se hace comunión y se humaniza, frente al miedo del destrozo del universo y de los que lo habitan. Es este Espíritu divino, el que con sus dones nos ayuda a comprender que el universo es nuestra casa y nosotros no somos extraños en ella, que la humanidad no va al vacío de una existencia de la nada, sino a la Casa Común del Padre.
Ignacio Ducasse
Obispo de Valdivia