El lagarto negro
Periodista
"Sucedió en Nochebuena, una fecha en la que, incluso en nuestro país, se retuerce el cuello a millares de pavos". Con estas líneas "navideñas" comienza "El lagarto negro" (Salamandra 2017; 188 páginas), una de las obras esenciales de Edogawa Rampo, escritor ícono de la novela negra japonesa.
Publicado en 1934, este relato enfrenta al detective Akechi Kogoro contra la perversa y sensual Midorikawa, conocida también como Lagarto Negro -por el animal que lleva tatuado en su hombro-, una casi patológica coleccionista de cosas hermosas, las que pueden ir desde piedras preciosas hasta personas bonitas que ella ha rellenado y montado para preservar su belleza.
Ella es una adversaria astuta y una maestra del disfraz que no solo desafía la carrera de Kogoro, sino que se asegura un asiento de primera fila para su, a ratos, inminente caída. Su premio final es la fabulosa joya conocida como la Estrella de Egipto, que planea obtener en forma de rescate por la hija de su dueña, Sanae. Con Kogoro arriesgando su carrera para proteger a Sanae, así como a la joya de valor incalculable, Lagarto Negro se deleita a sus anchas en este trance.
Los movimientos brillantes de los rivales convierten a la novela en una lectura entretenida, aunque no debe perderse de vista la época en que fue escrita, ya que es posible que un lector de literatura policiaca actual eche en falta más giros sorpresivos y se percate de algunas fisuras que son parte del estilo denominado "pulp oriental", de acción trepidante, por el cual se conoce a Rampo. Admirador de autores como Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, el nipón va más allá de la imitación, agregando dosis de un perverso sentido del humor, además de un afinado ojo para captar lo extraño dentro de diversas situaciones. Así, si bien el detective Kogoro es etiquetado como el Sherlock Holmes japonés, logra ir más allá del estereotipo, sumando a sus habilidades policiacas el poder llegar a ser bastante despiadado.
Daniel
Carrillo