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A cuarenta años del golpe de Estado

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Cuarenta años se cumplen del golpe de Estado. Las causas del quiebre democrático son hasta hoy objeto de análisis y discusiones, pero cualquiera hayan sido las razones que desencadenaron el derrocamiento del gobierno del Presidente Allende, la verdad es que la democracia de entonces llevaba varios años experimentando un progresivo proceso de erosión.

Contribuyeron a ello la extrema ideologización y polarización de los partidos, la incapacidad de la clase política para construir acuerdos, la opción de la vía violenta que escogieron tanto grupos de izquierda como de derecha y el deterioro de nuestra economía. Todos esos factores, y otros más, provocaron un fuerte debilitamiento del consenso político, social y cultural que había caracterizado a Chile en los 40 años anteriores.

Sin embargo, nada de eso puede justificar ni en lo más mínimo la brutalidad con que actuó la dictadura. La actividad política fue desterrada de la vida nacional, se restringieron las libertades y derechos de las personas, y se cometieron las más horrorosas violaciones a los derechos humanos.

Se ha hablado mucho del perdón y la reconciliación. Respecto a lo primero, pienso que esta era una magnífica oportunidad para que quienes cometieron esos crímenes, o los "cómplices pasivos" de los mismos, como lo señaló el propio Presidente de la República, hubieran aprovechado de pedir perdón por el daño que causaron o, al menos, manifestar un asomo de arrepentimiento por sus atrocidades y silencios.

Sólo hemos escuchado tibios comentarios, muy lejos todos ellos del coraje que se necesita para reconocer culpas propias, por parte de unos, o la indolencia con que actuaron ante el sufrimiento de miles de familias chilenas, por el lado de otros.

En cuanto a la reconciliación, este anhelo aún es una deuda pendiente y lo seguirá siendo mientras no estemos todos convencidos de que cumplir ese objetivo exige aclarar los crímenes de lesa humanidad y que se castigue a los culpables de tales delitos. Es fundamental emprender esta tarea, sino los resquemores continuarán presentes en nuestra convivencia.

Para construir el futuro de Chile debemos hacernos cargo de la realidad de nuestro pasado reciente. Los países inteligentes son aquellos que, son capaces de aprender sin temor de sus malas experiencias, buscando la verdad, haciendo justicia y tomando medidas para que los hechos que en un momento los dividieron no se repitan.

El "once" no nos suelta, en parte por la dramática circunstancia que se le asocia, en parte por cálculo. Suceden peticiones de perdón que no logran el perdón; escarbamos todo lo malo que hayamos hecho y sin embargo sigue cerrada la visión de lo bueno que nos ha sucedido en cuarenta años.

Hay simplificaciones y escamoteos de lado y lado, pero en realidad de reproches ya hemos oído mucho más de lo que hace falta. Las rabias y los resentimientos nos impiden volar más alto y más lejos. Días atrás un observador agudo nos describía como una sociedad relativamente exitosa pero refractaria y rezongona. Nos va bien, pero solo se ve lo malo. La sociedad dividida y la opinión pública cada día más lábil y mudable. Puede afirmarse, sin temor, que seres perfectamente sensatos pueden cambiar su modo de pensar en política, pero los primeros motores actuantes en la esfera pública no pueden recurrir a la irracionalidad sentimental con tanta soltura. Nos han tocado tiempos en que prima el capricho sobre la reflexión. No hay duda que después de los años sesenta, mayo del ´68 parece ser una línea divisoria en esta materia, el "despiste" no viene por el lado del pensamiento sino del sentimiento y de los sentidos. Los escépticos instalados se enojan si se habla de la explosión de los sentidos, pero es real. Hace años ya se hablaba de la revolución sensual en Cuba. Hoy rige la "sexual democracia", no como mera salida verbal medio chusca sino como principio interpretativo.

En cambio el Ejército de Chile celebra septiembre como una interpretación de que subraya el patriotismo, el sacrificio, el deber. Mientras tanto, y sin confundir el distinto papel de las instituciones, los partidos políticos de derecha, basan su esfuerzo en la valoración del trabajo, el ahorro, la energía presente en aras del futuro que se esboza.

Este diálogo con la sociedad se hace cada día más difícil. Lo que de veras falta es que alguien o algunos asuman de una vez el gran tema del orgullo nacional, procesando todo lo ocurrido, asumiendo lo malo sin esperar que una o más peticiones de perdón laven todo y nos dejen en foja cero. Debemos echar afuera la idea insensata de que todo nuestro pasado es negro porque eso equivale a decir que el futuro también lo será. ¿Por qué habría que ser distinto? Sólo una afirmación valiente nos abrirá nuevos caminos, amplios para todos, para los chilenos que hoy viven y para los que vendrán.