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Jesús libera de los prejuicios

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Un día que Jesús pasaba por el territorio de Samaria, entró con sus discípulos a un pueblito y mientras ellos iban a buscar alimentos, él se sentó junto al pozo de Jacob. Una mujer se acerca y comienza un diálogo lleno de vida y de respeto. Jesús se hace necesitado y le pide agua. ¿Cómo es posible que siendo judío le pida agua? También los discípulos se ven extrañados de que converse con ella, ya que era samaritana.

En los tiempos de Jesús, los samaritanos eran vistos como un pueblo de segundo grado, aunque también creían en el mismo Dios. Además, la mujer tenía ciertas funciones restringidas en la sociedad, por lo que no podía conversar con un maestro, como se consideraba a Jesús, y de ahí la extrañeza de los discípulos y de la propia mujer.

Sin embargo, Jesús quiebra estas fronteras humanas, que limitan el mensaje de Dios que el Mesías viene a proclamar. Para Jesús no hay límites entre las personas, por eso promete a la mujer un agua viva que sólo Él puede dar y que otorga vida eterna.

Jesús devuelve la dignidad a la mujer, que era postergada no sólo por ser mujer, sino por ser samaritana; le devuelve la dignidad que sus maridos no habían podido darle. La invitación a la alabanza universal a Dios en espíritu y verdad, es para todos. Jesús es el Cristo, el Señor de la historia y del universo, por quien todo fue hecho, el que nos da el agua viva que nos da la vida eterna.

En este tiempo en que la Iglesia pierde credibilidad por abusos cometidos por algunos de sus miembros, el Señor nos invita a sentarnos humildemente al borde del pozo de la humanidad, con sus alegrías y sufrimientos, a dialogar, escuchar y pedir perdón, y adorar al Dios de la vida, en espíritu y verdad con toda la creación, respetando a todos los seres humanos, sobrepasando los límites mundanos que nos dividen.

Sacerdote