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Cuando una frazada y una comida son parte de una 'noche digna'

ruta calle. Acompañamos al Hogar de Cristo en un recorrido nocturno para conocer a las personas en situación de calle que diariamente reciben alimentos y abrigo. Son doce puntos de Valdivia en los que hay historias de abandono y alcoholismo.

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Fumando en la puerta que conduce a la cocina del Hogar de Cristo - en calle René Schneider- Maritza Oyarzo (40) espera que llegue el conductor del furgón gris que la llevará a recorrer las calles de la ciudad. Es 15 de julio, son las 20.30 horas y está lloviendo. Ella está preparada para la lluvia, viste un traje de agua azul y botas.

Desde el 5 de junio de este año la rutina ha sido similar. Llega al hogar a las 19.30 horas y comienza a preparar todo lo necesario para alimentar y abrigar a las personas que viven en la calle: 25 platos con comida -esta noche hay porotos-, 25 panes con dulce, un termo con café caliente -al que apodan 'la vaca'-, frazadas limpias y algo de ropa. Guarda la comida en una caja de plumavit y las frazadas en una bolsa de plástico.

Desde el 5 de junio y durante cinco meses su trabajo será tratar de convencer a la gente que duerme en la calle que vaya al hogar. Si la persona no quiere, debe entregarle todo lo necesario para pasar la noche sin sufrir hipotermia. 'A veces los convencemos después de largas conversaciones, con paciencia, pero no podemos obligar a nadie. Lo único que tienen es libertad', reflexiona.

Antes, Maritza trabajaba en el rubro de la construcción. Estuvo un tiempo cesante hasta que el Hogar de Cristo la contrató para hacer la ruta seis días a la semana, durante cinco meses. Puede realizar este trabajo gracias al programa Noche Digna (ver recuadro).

Mientras Maritza fuma, conversa con Alejandra Chacón, la encargada del programa de Atención Domiciliaria del Adulto Mayor del hogar. Esta noche harán la ruta juntas.

Antes de salir

Víctor, de 33 años, suele dormir en la calle, fuera de la serviteca Goodyear, en Picarte. Hoy llueve mucho, así que acompañó a un amigo hasta el hogar para quedarse ahí. 'Soy callejero, me encanta la calle. La calle es bonita. Ahora vine porque mi amigo está jodido, tiene frío, pero de la calle no me mueven. No me importa que esté lloviendo', explica.

Está parado frente a la ventanilla de la cocina. Aunque ya comió, quiere otro plato de porotos. Maritza Oyarzo, que está terminando de preparar todo lo que debe llevar al recorrido, mira una olla, pero no queda nada. Víctor, que es colorín y crespo, sigue conversando. 'Soy de Santiago, de la Legua Chica. Vengo cada seis meses y me quedo un rato en Valdivia porque aquí tengo una hija de dos años. Por ella me quedo aquí. Tengo otra de 18 en Santiago', explica.

'En Santiago la calle es peligrosa. Allá no te avisan nada y te apuñalan. En Valdivia es tranquilo, pero igual estoy preparado. Si alguien me hace algo yo respondo no ma'. Nadie se mete conmigo', cuenta y se mueve como si estuviera peleando con un oponente invisible.

Dice que en la calle conversa con quienes pasan, en especial, con a quienes llama 'los hermanos evangélicos'. ¿Sobre qué hablan? Sobre Dios, también sobre el alcoholismo.

'Sabí qué me gustaría a mí. Salir de la basura. Y sabes cuál es la basura, el alcohol. Ni me acuerdo cuándo empecé a tomar. Cuesta salir. Era camionero, pero perdí mi licencia. Yo tengo a mi hijita linda. Igual estoy en la calle', relata. Termina la conversación y se despide. '¿Eso quería saber?', pregunta.

Llega el conductor del furgón, Héctor Reyes, y hay que comenzar el recorrido. Héctor antes fue voluntario y hacía la ruta con su propio auto un par de noches a la semana. Con sus amigos reunían el dinero para comprar pan y café. Ahora está contratado. Junto con Maritza y Alejandra cargan el furgón. Cuando terminan de fumar un cigarro, entran al vehículo.

Son las 21.30 horas. Comienza el viaje. La primera parada es en un sitio eriazo que está detrás de la parroquia Cristo Rey. Con una linterna, Maritza y Alejandra atraviesan un sitio lleno de hoyos y barro. Pasan por un sendero donde los envases de vino en caja están por todos lados. 'Primero vemos si hay alguien, después volvemos a buscar la comida. Hay que tener cuidado con los perros', dice Maritza. Sigue lloviendo.

Al final de la ruta hay una especie de carpa, afirmada de una pared. Dentro, un colchón y sobre él tres personas y un perro. No son familia, pero comparten el colchón.

Sandra tiene 26 años y ríe, ríe mucho. Dice que sus amigos son divertidos y que la perrita Rosalinda los cuida. Sandra tiene una hija de cinco años, pero no está bajo su cuidado.

Su familia vive en Valdivia, pero está peleada con su mamá. 'Estoy en la calle hace ocho meses y estoy acostumbradita. Mis tías me vinieron a buscar, pero me arranqué. No me dejan tomar. Me pillan al tiro porque cuando estoy curá' entro al baño, a vomitar. Me gusta ponerle del wendy', cuenta. Y en la carpa hay olor a 'wendy'.

Martiza Oyarzo conoce bien a Sandra. Sabe que le gusta el café tibio, así que se lo deja sobre el único 'mueble' que hay dentro de la carpa, un cajón de fruta. 'A veces la hago caminar, porque pasa todo el día sentada. Es joven, tiene que hacer ejercicio' explica Maritza.

Uno de sus acompañantes es Juan, quien suele ser usuario del Hogar de Cristo. Él dice que está encargado de cuidar de Sandra, porque hay muchos que se quieren 'pasar de listos'. 'Yo no le hago nada. Yo la cuido. ¿Cierto Sandra que yo te cuido?' Están abrazados, porque hace frío. Mientras, el otro ocupante del colchón abraza a la perrita Rosalinda. Ella lame su cara. '¡Ay Superman!', grita cuando escucha que Juan asegura ser el encargado de cuidar de Sandra. Todos ríen.

Cuando terminan de comer, después de conversar un rato y de negarse a ir al hogar, Maritza y Alejandra los dejan. No sin antes preocuparse de que no estén mojados. Al salir, Alejandra comenta: 'Es fuerte ver a una mujer en esta situación. No es frecuente, pero hay casos. En especial porque no hay una unidad para ellas. El Hogar de Cristo solo recibe a hombres'.

Mediaguas

La ruta continúa. Primero en avenida Francia, luego en un sector con locales comerciales ubicado en Las Heras. 'Aquí siempre hay cinco o seis personas, por la lluvia hoy no hay nadie', dice Maritza.

Así que deciden ir directo donde don Eugenio, porque se acuesta temprano. Tiene una pequeña pieza, de tres por tres metros en el pasaje Parasol. 'Él antes vivía en la calle. Ahora tiene esta pieza, pero no podemos dejarlo solo. Le seguimos llevando comida o frazadas, porque se moja', explica Maritza.

Don Eugenio es adulto mayor y no es posible encontrarlo en su pieza durante el día. 'Yo hago pololos. Así pago la pieza', explica. El año pasado, haciendo esos 'pololos', perdió cuatro dedos de su mano derecha. 'Fue con una motosierra', cuenta. Tiene hijos, viven cerca, pero no lo van a ver.

Alejandra Chacón le explica que va a ser mucho mejor para él estar en el programa del adulto mayor del hogar. Se ponen de acuerdo y Alejandra queda en pasar a la pieza el viernes por la mañana. 'Me espera, sí', le dice. Maritza le deja la comida y revisa sus frazadas. Esta vez no están mojadas. 'No sé si te has fijado, pero la gente que ha vivido en la calle no usa sábanas. Dicen que las frazadas son más cálidas y se acostumbran', cuenta.

en la calle

La siguiente parada es en Picarte. Frente a la tienda Rosen. Ahí duermen dos hombres. Ambos están ebrios. '¡Despierte, despierte! ¿Vamos al Hogar de Cristo?', pregunta Alejandra. Uno de ellos, un hombre joven, con el pelo revuelto, asiente. Le dan un té y comida. Cuando termina de comer, lo ayudan a ponerse de pie y lo suben a un furgón. En su pierna izquierda tiene una venda. El hombre comienza a buscar en un bolsillo y saca un papel. Maritza lo toma. 'Mañana tienes que ir al Sapu, a las 8 y media de la mañana. Le voy a decir al encargado en el hogar, para que te avisen', le explica. El aludido vuelve a asentir.

El otro hombre no quiso ir al hogar. Maritza le entregó un chaleco y frazadas. También le dio un par de cigarros. Y fuego. Fumaron juntos. Siguieron la ruta. Esa noche visitaron doce lugares donde la gente suele dormir. Además, encontraron a dos usuarios nuevos en un nuevo punto: la sucursal del Banco Chile ubicado frente a la Plaza de La República.

La noche del 15 de julio llovía, pero a pesar de eso Maritza Oyarzo asegura que encontró a 23 personas durmiendo en la calle. 'El promedio es de 25 personas por noche, pero hemos encontrado hasta 32', explica. Esa noche, la ruta terminó a las 00.40 horas.

'A veces los convencemos después de largas conversaciones, con paciencia, pero no podemos obligar a nadie a ir al hogar. Lo único que tienen es libertad'.

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