Por intermedio de todos los medios a su alcance se desarrollan las campañas de prevención de los diversos males que afectan a una sociedad como la nuestra, especialmente en lo que se refiere a la salud, donde la participación ciudadana se hace fundamental si se desea que esas iniciativas lleguen a buen puerto y no se conviertan en letra muerta en cuanto son planteadas.

A nivel mundial, agosto se ha convertido en el Mes del Corazón, lo que significa un llamado a tener un especial cuidado con los problemas cardíacos, que en nuestro país significan nada menos que 45 fallecimientos diarios y que en la Región de Los Ríos constituyen la segunda causa de muerte, con 142 personas fallecidas por infarto agudo al miocardio durante 2012, que es el último año con cifras oficiales de las autoridades de salud.

Lo que se busca mediante las campañas es instruir a la población acerca de las medidas que puede adoptar para lograr una disminución en los márgenes de riesgo, pero muchas veces no se logra conquistar el interés de una comunidad que muchas veces reacciona recién después de que lamentables situaciones ya están consumadas y sin posibilidad de echar pie atrás.

Por eso, es cada vez más importante que sea la propia gente la que ayude a derrotar las estadísticas negativas o, por lo menos, a disminuirlas.

Lo que se pide es bastante poco y se basa en la mantención de hábitos saludables, como una alimentación equilibrada y la realización de algunas actividades físicas menores, como una buena caminata para los mayores, mientras que se resalta lo fundamental que sigue siendo la práctica de algún deporte para niños y jóvenes.

Frente a a esto, resulta inquietante que la reacción popular sea tan débil y que cada día sea más fácil observar a personas muy jóvenes con evidentes muestras de sobrepeso.

Ahí pareciera estar una de las claves del problema, en la motivación hacia lo menos sabroso, pero más sano. Es una tarea difícil en estos tiempos donde tantas cosas van a en el sentido contrario.

Lo que se pide es bastante poco y se basa en la mantención de hábitos saludables.

No hay duda que los tiempos han cambiado. Y mucho. Vivimos en un mundo que en alguna de sus componentes se está enloqueciendo: la prostitución infantil y juvenil que se ofrece por las calles, niños muertos en el seno de sus madres con el aborto, cerca de 30 millones de personas que aún viven en la esclavitud, el comercio de las armas cada vez más creciente. Miles de compatriotas que viven con menos de un sueldo mínimo, sin asistencia sanitaria, bajo condiciones muy precarias. Cada día mueren veinte mil niños de hambre o por enfermedades en el mundo. Chile no es ajeno a esa realidad.

¿Cómo salir de esta situación? Es necesario repartir entre los últimos que son el signo dramático de una sociedad sin justicia. La Iglesia misma siente la exigencia de compartir con los pobres, y vivir la pobreza. Decía el hoy San Juan XXIII: 'He nacido pobre, siempre he vivido pobre y así quiero morir'.

Es el tiempo de la comunidad, que reunida en el Señor resucitado, vaya al mundo como misionera a llevar el alegre anuncio a los pobres, proclamando la liberación a los prisioneros, dándole a los ciegos la vista. 'Los pobres no pueden esperar', nos dijo el papa Juan Pablo II en su histórico viaje a Chile.

Pero los pobres siguen esperando. Lamentablemente. Este tiempo en que nuestro país celebra el mes de la solidaridad en honor del Padre Alberto Hurtado, SJ, es una oportunidad para revisar nuestro comportamiento frente a la pobreza a nuestro alrededor. Preguntarnos qué hago yo -desde mi ubicación en la sociedad- para disminuir la pobreza en Chile, para disminuir la escandalosa brecha existente entre ricos y pobres.

No basta ser solidario en las campañas -que no faltan entre nosotros y con buenos resultados- es necesario cultivar una actitud solidaria, que permanezca en el tiempo. Hay que educar desde la más tierna infancia a los niños y jóvenes a ser solidarios, inculcándoles a compartir sus bienes, muchos o pocos, descubriendo la alegría del compartir.

Que el ejemplo de solidaridad de San Alberto Hurtado y, el de tantos chilenos anónimos, nos estimule a 'dar hasta que duela' y a tratar a los más pobres como verdaderos hermanos.