Fue durante más de 30 años una esposa y una madre ejemplar, así como una dueña de casa permanentemente preocupada de que todo funcionara debidamente en su hogar. Un buen día se le ofreció una oportunidad laboral para ganar dinero fuera de casa y se atrevió a tomar la oportunidad, aunque confiesa que tuvo miedo. Compró la patente de la botillería Aranjuez, ubicada en el sector valdiviano de Las Ánimas, y la transformó en un negocio exitoso.
Sonia Ortega nació en la capital de Los Ríos el 24 de diciembre de 1937 y fue la cuarta de los cinco hijos del matrimonio constituido por Olegario Ortega Cárdenas y Claudina Cárcamo Sierpe. Efectuó sus estudios primarios hasta el quinto año, no concluyéndolos porque se casó muy niña.
¿Por qué se casó tan joven?
Un joven de 22 años de edad, Guillermo González Rivas, tomó pensión en mi casa. Y como nos veíamos todos los días, empezamos a juntarnos. A mi mamá le decía: '¿Tiene algo que comprar?' y así aprovechaba de salir. Algunas veces me resultó y otras no. Un día, Guillermo pidió mi mano y dijo a mi papá: 'Deme 6 meses'. Pero mi papá le respondió: 'No, no le voy a dar 6 meses, sino una semana. Quizás qué harás con ella, te mandas a cambiar y la dejas hasta con hijos. Te casas la próxima semana'. Yo tenía 13 años y 6 meses cuando casé, el 15 de junio de 1951.
¿Tuvo la oportunidad de trabajar en esos años?
-Antes de casarme, fuimos con una prima a pedir trabajo a Rudloff. Nos echaron porque dijeron que éramos muy niñitas. Después de casada, tampoco pude hacerlo sino hasta los años '80, porque mi marido no quería que yo trabajara fuera de la casa. Además, como tuve hijos tan seguido -uno por año- había otro impedimento. Dí a luz diez veces, pero me sobrevivieron seis de mis hijos.
¿Qué experimentó usted con la muerte de cuatro pequeños?
-Yo me sentía muy mal y mi ánimo se venía abajo. Sin embargo, mi marido fue muy comprensivo siempre. 'Ya pasó. Es la voluntad de Dios', me decía cada vez que moría un chiquitito.
Usted comentó que nunca tuvo la oportunidad de trabajar sino hasta la década de los años '80.
-Así es. Se me ofreció una oportunidad y la aproveché, pero con mucho miedo. Le pedí que me prestara dinero. '¿Qué quieres hacer?', me dijo. Yo le contesté: 'Me venden una patente de botillería, y vale tanta cantidad y está ubicada en la Las Ánimas'. Eso fue en 1987. Me cobraron 600 mil pesos por la patente y pagaba 35 mil pesos de arriendo. Recibí el local con todo lo que hubiera adentro, pero la verdad es que no había, nada más que unos botellones de vidrio.
Luego, tuvo que partir de cero. ¿No es así?
-Por supuesto. Como yo tenía unos pesos, me puse a comprar mercadería y el local fue creciendo de a poco.
¿Qué razones la impulsaron a dejar la botillería?
Hace unos 10 a 12 años atrás, no quise trabajar más porque llegaba a mi casa alrededor de las 2 ó 3 de la mañana. Dormía un poco, me levantaba y antes de las 12 ya estaba en el local.
Tengo entendido que usted no sólo compró la patente, sino también la casa.
-Sí. Poco antes de que decidiera salir del negocio, compré la casa después de la insistencia de mi comadre (con la que yo trabajé en la botillería). Ahora, ese negocio es mi sueldo.
¿Qué significó para usted salir del hogar y trabajar como comerciante?
-Eso precisamente significó mi trabajo: salir de mi casa, estar por allá lejos y ganar plata, porque era muy buena. Mientras estuve al frente de la botillería, fue un muy buen negocio, daba mucha plata.
¿Cómo se manifestó su familia?
-Bueno, a mis hijos no les gustaba; pero mi marido me apoyaba.