Ileana Bittner estaba nerviosa. Por eso le pidió a su marido, José Taboada, y a sus hijas, María Virginia y María Ileana, que la acompañaran hasta avenida Santa María 5542 en Vitacura -la dirección del diario El Mercurio en Santiago- para recibir un premio. Días antes la llamaron para darle la noticia: El Mercurio y Mujeres Empresarias la habían elegido como una de las 100 Mujeres Líderes de 2014, premio que es entregado cada año. Para Ileana fue una llamada sorprendente.
Confirmó que iría a la ceremonia. Sin embargo, mientras cortaba el teléfono se preguntaba "¿Por qué pensaron en mí? Si siempre he sido muy quitada de bulla". Esas dudas duraron poco tiempo: "Multitiendas Taboada fue mi vida. Fueron 30 años trabajando en el retail, los que no fueron pocos años". Esa tenía que ser la respuesta. Una de sus nietas, la periodista Pía Cuevas, fue la más entusiasta con la noticia y la animó a asistir.
La ceremonia fue realizada la tarde del martes 25 de noviembre. En los jardines de El Mercurio vio a muchas mujeres que conocía por fotos. Entre ellas estaba la ministra del Trabajo, Javiera Blanco; la presidenta del Senado, Isabel Allende, y la presidenta de la Cut, Bárbara Figueroa. Durante la ceremonia se sentó junto a la empresaria Iris Fontbona, viuda de Andrónico Luksic.
Pero quien más llamó su atención fue la boxeadora Carolina Rodríguez, la "Crespita". "Conversé con ella y me contaba todo lo que había tenido que esforzarse para que la apreciaran en lo que hace. Ella es muy dije. Es muy chiquitita y menudita, uno se pregunta cómo ella puede boxear", contó.
Para Ileana Bittner toda la ceremonia -que duró tres horas y media- fue emocionante. "Ver que gente tan importante se haya dedicado a destacar el rol de la mujer en la sociedad chilena fue emocionante. Estábamos sentadas en primera fila, en un auditorio que lleno, donde habían unas 600 personas. Me sentí emocionada, me cayeron mis goterones también", recordó.
Su historia
Ileana pasó su niñez en Puerto Varas, junto a sus padres Waldemar Bittner y Amalia Emhart. Eran agricultores, por lo que en sus recuerdos el campo, la lechería y la elaboración de la crema, además del aserradero de su padre -lugar que tenía prohibido, pero que le fascinaba explorar- están siempre presentes. Años más tarde la familia se trasladó a Valdivia. Ileana estudió en el Colegio Inmaculada Concepción porque su familia quería que tuviera una formación católica, ya que muchos de sus parientes eran sacerdotes o monjas.
"La fe estaba muy enraizada. Gracias a ella he logrado superar muchas cosas", dijo. Como el colegio solo tenía enseñanza básica, finalizó sus humanidades en el Liceo de Niñas. A los 16 años conoció al empresario José Taboada y a los 18 se casó. Con los años, además de formar una familia, comenzó a trabajar en Multitiendas Taboada. Y trabajó ahí hasta 2012, cuando un incendio destruyó por completo el edificio de más de mil metros cuadrados, ubicado en calle O'Higgins.
-¿Cuáles eran sus actividades dentro de la empresa?
-Era la organizadora de los departamentos de Damas y Niños. También me encargaba de Perfumería y Bisutería. Viajaba a Santiago cuatro veces al año y estaba una semana allá. En febrero, por ejemplo, escogía los artículos para la temporada otoño-invierno. Hacía un recorrido por todas las empresas y visitaba marcas como Italmod o Privilege. Además, compraba la mayor parte de la ropa fina en Nueva York, especialmente la ropa de fiesta y de invierno. Ahí compraba el 40 por ciento de la venta de confecciones. Pasaba una semana en Nueva York, que es el centro de la moda. Para comprar los artículos de Navidad, iba a Panamá. Eran viajes agotadores, de muchas actividades.
-Entonces debía estar muy informada sobre moda y tendencias.
-Sí, pero el gusto es innato. Uno nace con él. Además, tres veces al año viajaba a Europa. Iba de paseo, pero aprovechaba de conocer lo que vendría para el año siguiente. Tenía una idea perfecta de las nuevas tendencias. No sé si tuve buen gusto o no. Creo que era bueno, porque la gente esperaba las nuevas colecciones, me preguntaban cuándo llegarían.
-¿Qué sentía al ver a la gente usando la ropa que usted elegía?
-Sentir que uno le daba en el gusto al público valdiviano era una satisfacción muy grande. Era bonito que la gente me felicitara, que me dijera '¡Qué rico que trajo esto!'. A veces me hacían encargos. Había clientas que me decían que no podían tener un abrigo negro porque no tenían dónde comprar tallas grandes. Yo me preocupé por traer esas tallas, de la 46 a la 52. Trataba que sintieran que podían usar ropa bonita, que tuvieran lo que querían.
-Además de los viajes ¿Pasaba mucho tiempo en la tienda?
-Tenía mis oficinas en lo alto y las ventanas daban a la plaza. Trabajaba con tres ingenieros comerciales y dos secretarias. Estaba todo el día en la empresa, salía de mi oficina a mirar la tienda, a cambiar percheros, a ubicarlos para que se vieran bien o que no interfirieran el paso. Eran detalles importantes. Yo era muy exigente, porque no soportaba ver a los trabajadores perdiendo el tiempo. Era muy importante la imagen de la tienda. Tal vez la gente pudo haber dicho que yo era pesada, pero estábamos para atender, para ayudar, para trabajar.
-¿Cómo compatibilizaba la vida de la tienda con la vida familiar?
- Tuve seis hijos, los primeros muy seguidos, pero mis hijos son muy buenos. Llegó un momento en que podía ser incompatible. Cuando los seis niños estaban en el colegio en la mañana había que ir a dejarlos y a la una ir a buscarlos. Entre medio trabajaba. Estoy satisfecha de haber hecho esa labor de mamá.
-¿Cómo recuerda el día del incendio de la tienda?
- En la vida he tenido dos momentos muy tristes. Como mamá, haber perdido a mi hijo Jorge Antonio cuando él tenía 25 años. Eso fue devastador. Y como empresaria, el día del incendio de la tienda. Estábamos en Nueva York con José haciendo las compras. Cuando llegamos a Chile y mis hijas nos fueron a buscar al aeropuerto y lo primero que dijeron fue 'Mamá, no queda nada'.
-¿Cuál fue la sensación que tuvieron en ese momento?
-Llorar. Fue muy emocionante, pero me sentí aliviada al saber que a pesar del gran desastre no hubo víctimas. Que mi hijo José Miguel hizo un tremendo esfuerzo para que nadie saliera lastimado, porque todo fue muy rápido. Cuando llegamos ya estaba todo consumido. Hacía poco tiempo que se habían unido todas las tiendas en una grande, lo que había sido nuestro deseo durante mucho tiempo. Estaba muy bonita, pero terminó.
-¿Cómo fue para su marido ese momento?
-Antes del incendio él tuvo un cáncer y yo creo que con lo que ocurrió se agudizó un poco. Ahora él está bien, pero todo esto fue muy duro para él. Fue difícil asumirlo.
-¿Algún día la tienda volverá?
-Después del incendio nos reunimos como familia para tomar una decisión. Se resolvió no seguir con el retail. La familia decidió hacer un proyecto inmobiliario, pero no tengo muchos antecedentes porque me desligué un poco. Después del incendio mucha gente me ha parado por la calle para decirme "ahora no tengo dónde comprar". Esas palabras las he escuchado mucho.
-¿Qué cree que fue lo mejor de haber tenido esta empresa en Valdivia?
-Era una empresa local que creció con el favor del público y verla crecer fue muy hermoso. Para nosotros fue un doble compromiso, porque nadie es profeta en su tierra. Para nosotros haber levantado algo que era de aquí fue gratificante. Vimos con mucha pena cómo este incendio le cambió la vida a mucha gente, porque para quienes trabajaban en la tienda esa era su casa.
-¿Ha seguido en contacto con quienes trabajaban con usted?
-Me sigo viendo con algunas supervisoras, vamos a tomar cafecitos. Las veo trabajando en Falabella, en Ripley hay muchas. A veces voy a comprar algo y han llorado cuando me han visto. Me han dicho: 'No puedo dejar de llorar cuando la veo, al recordar lo bien que lo pasábamos allá".