En su frente luce un bindi. Un adorno de la India que tiene un significado espiritual. Se dice que retiene energía y fortalece la concentración. También, que la zona en la que se coloca -el centro de la frente, entre las cejas- es el hogar de la sabiduría oculta. El bindi de Marcela Roldán es una pequeña joya color plata. Ella no usa otros adornos, tampoco maquillaje. Dice que lo adoptó porque "es una bendición y un objeto que me recuerda que tengo un camino espiritual. Cada vez que me veo en el espejo pienso: aquí estoy y tengo que hacer las cosas bien".
Marcela tiene un lado terrenal y otro espiritual. El primero es el de la banquetera. El de la mujer que se preocupa de las compras y los horarios, de trasnochar para que todas las preparaciones estén listas y sean deliciosas. El segundo es el budista, el de la mujer que cultiva una filosofía que adoptó hace seis años.
Su historia comienza así: Marcela nació en La Unión. Su padre era abogado y su madre dueña de casa. Igual que sus hermanas mayores, pasó sus primeros años escolares en internados para señoritas en Temuco y Pitrufquén. Pero no los soportaba. "Era una niña inquieta, bien rebelde. Estar sometida a un horario, a la disciplina estricta de las monjas y a mirar el sol solo desde el patio, no me gustaba. Tampoco estar lejos de mis padres. Mi entretención era desobedecer, así que mi madre se convenció de que los internados no eran para mí y me retiró", dice.
Vivió en Santiago. Pero decidió trasladarse a Valdivia y sintió que de esta ciudad no se movería más. Acá nacieron sus tres hijos: Alfonsina (36) , Jonás (35) y Laura (27). Se dedicó a las relaciones públicas, carrera que estudió mientras criaba a sus hijos. Trabajó en la Universidad Austral de Chile, donde creó la Oficina de Eventos durante el período en el que Manfred Max-Neef fue rector. "Él es una persona maravillosa que te permite soñar y yo tenía ganas de hacer una productora de eventos para profesionalizar todo lo que se hacía en la universidad", explica. También estuvo encargada de los casinos de la casa de estudios, en los que incorporó menús vegetarianos. Pero comenzar a trabajar en el rubro de la alimentación fue un hecho accidental. Ahora trabaja en forma independiente.
su lado terrenal
Ingresó al mundo de la banquetería por casualidad. Un amigo suyo, Roberto Grob, le pidió que preparara un cocktail para recibir al gerente nacional de la empresa en la que él trabajaba. "Me pidió que la ayudara porque consideraba que cocinaba rico, pero yo nunca había preparado un cocktail. Le propuse unas tostadas de centolla, unas ostras apanadas y una torta de queso. Y nada más porque pensé que me iba a morir con eso, eran 25 personas. La noche anterior casi no dormí pensando que todo sería un desastre. Hice esto y el gerente nacional estaba fascinado. Días después el decano de la Facultad de Ciencias de la Ingeniería de esos años me estaba llamando para hacer un cocktail para 40 personas", relata. Hoy entre sus clientes figuran el Ministerio Público, el Servicio de Impuestos Internos, la Corte de Apelaciones, Diarioaustral y el Colegio Médico. También ha hecho eventos para la Municipalidad de Valdivia.
-¿Existen diferencias entre los gustos de abogados, médicos o periodistas?
-Cuando me piden una cotización siempre pregunto por el perfil de la gente que asistirá. Si van estudiantes tienes que preocuparte de que el cocktail sea contundente. En cambio, para un evento en un centro cultural las porciones serán más pequeñitas, más finas. También me preocupo de los temas. Trabajo en eventos organizados por el Observatorio de Derechos Humanos y si están firmando un convenio con comunidades mapuches presento propuestas con comida mapuche, hago presentaciones bonitas con coirones, sirvo en greda. Eso es un valor agregado.
-¿Cuáles son las claves para ofrecer un buen cóctel?
-La comida es un tema muy sensible. Puedes realizar un evento con un conferencista de lujo en un lugar precioso, pero si el cóctel es malo todo se va para abajo. Quienes ofrecen este servicio tienen que sentir un profundo respeto por las personas. No porque vas a hacer un trabajo para estudiantes les vas a dar pan con mortadela. A toda la gente le gusta la comida rica. Además, la calidad del personal es fundamental para el éxito de un cóctel. Lo ideal es un garzón cada 20 personas con bandejas con seis copas. Cuando tienes poco personal pasan cosas atroces, como enviar a un garzón con una bandeja con 85 piscos sours. Corres el riesgo de que las personas se abalancen sobre él, que esa bandeja caiga y que el garzón se lesione. Tiene que haber mucha armonía. Que la comida sea rica no basta.
-¿Cómo ha sido la evolución de lo que se sirve en un cóctel?
-La gente está bastante exigente, pero eso me gusta. Prefiero innovar. Estoy tratando de incorporar más verduras, patés diferentes, humus de garbanzo, caviar de berenjenas. Hace hartos años empezamos a colocar sushis, cuando la gente no los conocía. Yo evito la brocheta con longaniza y las frituras, tienen que ser cosas más saludables. Quienes trabajamos en cocina tenemos la responsabilidad de mostrarle a la gente que puede comer rico y sano.
-Los paladares han cambiado entonces.
-Hace unos días, durante un servicio de cafetería, una niña de doce años se dio cuenta de que habíamos puesto diferentes tipos de té. La gente está aprendiendo y se está interesando, eso es importante y bueno. No podría seguir haciendo los mismos canapecitos 20 años seguidos.
-Imagino que lo meses de fin de año son los mejores.
-Hay bastante trabajo desde octubre. Como no tengo tantos gastos, después de los festejos puedo pasar hasta tres meses sin trabajar, relajada. Es maravilloso tener tiempo para salir, para leer, para hacer mandalas.
el espíritu
Cuando era niña, revisando un diccionario enciclopédico, vio una imagen de Buda. La recortó, aun cuando sabía que si era descubierta habría problemas. Nunca descubrieron que había cortado el diccionario. "Tal vez mis hermanos no necesitaban tanto la combinación bu, no buscaban Bulgaria, por ejemplo", bromea. Para Marcela era una especie de presagio, porque hace seis años se convirtió en budista. Afuera de su casa trató de construir una estupa, apiló unas piedras para crear una construcción que le recordara esas especies de templos.
-¿Cómo fue ese encuentro con el budismo?
-Fue un largo camino a casa. Yo me di cuenta de que en la vida había cosas que me dolían, que me hacían sentir mucha pena y miedo. Sentía que el ego o ser reconocida, la necesidad de figuración y de competir con los demás significaba un tedio. La envidia y los celos me hacían sentir desprotegida. Comencé a trabajar mi mente y a ver que los celos, la rabia estaban solo en mi mente. Cuando sacas la mente de esa cárcel te das cuenta de que puedes ser una persona libre. El budismo es una filosofía. Incluso por el budismo estuve un mes en Nepal y pienso volver.
-¿Cómo fue ese viaje a la India?
- Fue como volver a mi casa. Siento que fue un viaje previo a los grandes viajes espirituales que tengo pensado hacer. Fui sola. Fui a conocer Nepal, donde hay gran pobreza, pero la gente es feliz. La India tiene una cosa increíble. Vi a una mujer mayor meditando, rodeada de cartones y de harapos. Ella estaba meditando en un estado de paz y de felicidad tan increíble y esa mujer no tenía nada. Yo pensaba ¿cómo puede ser esta belleza en ese lugar? Yo la miraba y empecé a llorar. Ella abrió los ojos y vi en ellos una certeza de paz. Yo pensé que solo por ese momento todo el viaje había valido la pena. Comprenderás que después de eso no compré nada. La gente va para allá y vuelve con containers llenos de cosas. Entré a una tienda y pensaba ¿necesito esto? No, para nada. Me sobró peso en la maleta de vuelta.
-¿Su familia se ha involucrado en el budismo?
-Mi nieta me dijo el otro día 'Marce, hay gente que se ríe de ti porque eres tan diferente y tú no te enojas'. Quizás en otro momento me hubiera dado vueltas de carnero de rabia. Ya no. Mi nieta tiene ocho años y meditamos juntas. Ella es una personita que está en contra de la violencia. La encuentro una maravilla. Creo que es fundamental que ella aprenda a respetar, a perder el miedo a barreras.