La abuela y la madre de María Loreto Mendoza nacieron en Valdivia. Pero para unas vacaciones viajaron a Santiago, les encantó esa ciudad y decidieron vender todo para quedarse allá. María Loreto hizo lo contrario. Nació en Santiago, estudió Ingeniería en Administración Agroindustrial en la Universidad Tecnológica Metropolitana, se casó y tuvo a sus cuatro hijas allá, pero decidió vender todo para vivir en Valdivia. También decidió instalar en su parcela -ubicada en Cayumapu- la empresa que había iniciado en Santiago: Bioxiplas, soluciones biodegradables. Un emprendimiento que -asegura- comenzó sin un solo peso, pero que ha logrado sacar adelante y hacer crecer capacitándose, estudiando las necesidades del mercado y, simplemente, preguntando.
María Loreto Mendoza fabrica uniformes desechables -delantales, pantalones, guantes y mantillas- con materiales biodegradables. Son de plásticos, pero mezclados con activos que permiten que se degraden en un plazo de seis meses a dos años, por lo que son amigables con el medio ambiente.
Sus primeros clientes fueron las empresas salmoneras de Chiloé, gracias a ellos aprendió a innovar y a buscar mercados. Pero con la llegada del Virus Isa a Chile muchos de sus clientes dejaron el negocio. Así que tuvo que reinventarse. Comenzó a venderle sus productos a empresas como Sopraval. Con quienes aprendió sobre certificaciones, normas ambientales e incluso microbiología.
Su taller estaba en el patio de su casa, en Maipú. Comenzó con dos empleados.
Pero para crecer, debió salir de Santiago. Llegó a Valdivia en noviembre de 2013. Se instaló, trajo su maquinaria, compró otra nueva, contrató operarios e incluso esperó durante meses por una conexión a la electricidad. Pero aseguró que esa espera "valió la pena". Empezó a producir a fines de abril de 2014. Ella asegura: "Con ingenio es posible emprender en Valdivia, solo hay que perder el miedo". Y sueña en grande, porque quiere se pionera en la generación de plástico vegetal, para el que usaría la planta de la papa y el maíz. Pero ese es el futuro.
-¿Por qué decidió desarrollar su emprendimiento fuera de Santiago?
-Cuando estaba buscando comprarme una maquinaria que necesitaba fui a una feria que Corfo hizo en la Estación Mapocho. Fui con un poco de temor, pensé que no me tomarían en cuenta porque mi empresa era muy chica y trabajaba en mi casa.En la feria me acerqué al director del Centro de Innovación de Corfo de esa época. Le conté de qué se trataba mi empresa y le pregunté si podría optar a un subsidio. Él me derivó con una asistente de innovación y ella me preguntó dónde quería hacer este emprendimiento. En ese momento pensé '¿Por qué estoy viviendo en Santiago si siempre me he querido ir?' Le dije que me encantaría vivir en Valdivia o en Puerto Varas. Ella me recomendó Valdivia.
-¿Y por qué le hizo esa recomendación?
-Porque en Puerto Varas me tenía que colgar de Puerto Montt y ahí postula mucha gente. En cambio en Valdivia estaban buscando un emprendimiento de una mujer y estaban las tasas de desempleo más altas del país, así que sería un aporte regional. Yo le conté que hacía años me había comprado una parcela en Valdivia, en Cayumapu, porque mi sueño era pasar mi vejez acá. Así que estaba todo listo. Hablé con Macarena Sáez de Austral Incuba y postulamos a un subsidio. Ganamos la fase uno, pero la fase dos fue muy difícil. Eran 80 proyectos postulantes y solo lo obtuvimos ocho a nivel nacional. Preparar ese proyecto para mí fue como preparar una tesis.
-¿Cómo fue trasladar a tu familia?
-Mis hijas al principio me odiaron. No querían dejar a sus amigos. Pero al final logré venirme a la parcela con las niñas y mis perros. Quería mostrarles que la empresa era algo importante, que valía la pena venir a Valdivia y hacer crecer el emprendimiento.
-¿Qué ha sido lo más difícil en el desarrollo de su emprendimiento?
-Usar los activos para que los plásticos sean biodegradables también tiene sus contra. Sale más caro. Tengo competencia que vende a 92 pesos cada artículo, yo vendo a 114 ganando un 15 por ciento de utilidad y no un 30 como debería ser. Estamos hablando de 22 pesos de diferencia. Esos 22 pesos para una planta que necesita 100 mil unidades mensuales, no es un costo menor. Cuesta que una empresa quiera tentarse con mis productos, eso es complicado.
-¿Entonces qué estrategia usa para conquistar a sus clientes?
-Me rijo por las normas que las empresas tienen que cumplir. A mis clientes les digo: '¿Usted tiene la norma ISO 14.000? ¿No sería mejor que tuviera un producto biodegradable?' Cuando me dicen que es más caro les explico que los delantales más baratos generalmente no han sido bien sellados, entonces se rompen y hay que colocarles etiquetas para pegarlos. Cada etiqueta tiene un valor que sube el costo del delantal. Con eso pueden pagar un delantal biodegradable que se puede reciclar y que no se rompe fácilmente. Les envío unidades de prueba, les pido que verifiquen los costos y así me los gano.
-¿A cuántas personas emplea?
- Son once, doce conmigo. Al pasar la primera temporada de los arándanos tuve cero deserción. Todos los trabajadores se quedaron conmigo, lo que me llenó de orgullo. Eso quiere decir que no son malas las condiciones que ofrezco. Me llama mucho la atención cómo trabaja la gente acá. Hay rubros donde trabajan al día, no les hacen contrato, no hay baños decentes. Siempre me pregunto por qué la gente aguanta. Cuando yo llegué contraté a mis trabajadores, tienen sus bonos de producción y aún así trabajo para poder mejorar esas condiciones. Me doy cuenta de que eso la gente lo valora harto y que eso hizo que se quisieran quedar conmigo.
-¿Todos son de la zona?
-Casi todos son de Pelchuquín y Pufudi. Hay uno que es de Valdivia. Todos son muy responsables. A veces un poco más lentos que en Santiago, pero es porque están agarrando la experiencia, ellos nunca habían trabajado en esto. Además, son muy meticulosos.
-¿Qué innovaciones está investigando?
-También quiero empezar a hacer bolsas con nanotecnología. Hay un aditivo nuevo que se llama Nanox, que tiene partículas de plata y que es antibacteriano. Me quiero enfocar a crear bolsas para alimentos que no son congelados usando ese aditivo. Hay bolsas de pollo que suelen tener problemas de recuentos microbiológicos, lo que para las plantas de proceso es una complicación. El Nanox aumenta 13 veces la vida útil de un producto alimenticio.Eso tengo ganas de hacer, pero debo comprar otra máquina. En marzo comienzo a trabajar con Austral Incuba otra vez, trato de buscar cosas que me vayan diferenciando y que cuiden el ambiente.
-¿Cómo ve el futuro de su empresa?
-Estoy haciendo los trámites para comprar un terreno en Chancoyán. Una vez Armin Kunstmann me dijo que mi empresa me terminaría sacando de mi casa. Yo hice mi casa de un piso porque cuando sea viejita no voy a poder subir las escaleras y en Valdivia me quiero morir, pero creo que sería bueno tener ese terreno por si mi empresa crece mucho. Ojalá sea así.
-¿Qué cree que le falta a la región para que pueda dejar de ser una de las más pobres del país?
- No me preguntes por qué, pero es una visión que tengo desde hace mucho tiempo. Siento que el terremoto generó una depresión social completa y que van a pasar todavía muchos años antes de que se salga de eso. Siento que mucha gente que nació aquí no tiene el mismo amor y arraigo a la tierra que uno que viene de afuera y que ha buscado ese sentimiento. Mucha gente estudia acá, se especializa afuera y no vuelve. Dicen que no hay trabajo, pero tampoco lo generan. Yo empecé con cero peso. No soy una persona superdotada, me voy informando cada día de lo que va pasando para avanzar. Acá hay mucha gente inteligente que si le tuviera un poco más de cariño a Valdivia sería tremendamente ingeniosa. A Valdivia no se le ha sacado el provecho necesario en forma ordenada. Falta un poco más de difusión de la región y de profesionales que se queden acá. Pero también hay muchos profesionales santiaguinos que están desencantados del estilo de vida de allá. Hay miles de personas súper ingeniosas que pueden sacar este lugar adelante.