Emergencia por erupción
Ayer por la tarde la situación en torno al volcán Villarrica parecía haber retomado la inquietante calma que desde hace tiempo presenta la cumbre, con algunas fumarolas que en medio de la inconsciencia general ya estaban siendo aceptadas como parte del paisaje o, más surrealistamente aún, como un encanto más de la amplia zona turística que contiene el área.
Sin embargo, el volcán se encargó de recordar que tiene un historial de terror que ha golpeado sin contemplaciones a los habitantes de las cercanías y que hace casi exactamente 51 años se transformó en una tragedia mayor para los vecinos de Coñaripe, que se vieron sorprendidos con una erupción que trasformó el paisaje y que cobró más de veinte vidas humanas.
Todos estos episodios, sumados a otras situaciones de catástrofes, como las que lamentablemente los chilenos hechos debido convertir en parte recurrente de nuestras vidas, han servido para crear una cultura preventiva que se pone a prueba y que por fin parece estar rindiendo frutos, porque las reacciones ante las amenazas de la naturaleza se observan más oportunas y precisas, con una mejor coordinación entre lo que planifican las autoridades y lo que interpretan los afectados.
En la medida que se continúe progresando en esta materia tan sensible para todos, el país logrará dejar solo para los imponderables contra los que no se puede hacer nada las siempre dolorosas cifras que tienen que ver con pérdidas humana.
Otro tema que resalta es la opinión de científicos que señalan que había estimaciones que indicaban la proximidad de una erupción, basadas en cálculos fidedignos, muy lejanos a las predicciones catastrofistas lanzadas por pseudoentendidos.
Es importante que se atienda como se debe a estas opiniones de los investigadores, porque pueden marcar el rumbo para atenuar, por lo menos, las consecuencias de una erupción en la medida que la población esté en condiciones de seguir adecuadamente sus consejos.