Secretos robados
Daniel
Carrillo
Edgar Laurence Doctorow (E.L. Doctorow) falleció esta semana en Nueva York. Considerado uno de los mejores novelistas de Estados Unidos, se caracterizó por hurgar en el barro de la historia oculta de su país, sin temor a las salpicaduras. Así ocurre en "El Libro de Daniel" (Miscelánea, 2009), una de sus novelas más estremecedoramente humanas. En una biblioteca universitaria, Daniel Lewin debería estar avanzando su tesis doctoral. Sin embargo, lo que escribe es el amargo relato de su infancia junto a su hermana Susan, periodo marcado por el compromiso militante de sus padres Rochelle y Paul Isaacson. Judíos pobres y comunistas, ambos morirán en la silla eléctrica sentenciados por el peor crimen contra su país: la traición. El matrimonio es declarado culpable de conspiración para cometer espionaje sin más prueba que el testimonio de uno de sus compañeros de partido, el doctor Mindish, amigo y dentista de la familia. La acusación dice que el padre de Daniel, técnico en radios, roba secretos para los rusos a través de minúsculos planos que acomoda en radiografías dentales. Los argumentos podrán parecer un disparate, pero en 1953, en pleno periodo de caza de brujas, suenan suficientes para ejecutar a dos personas. Dos personas que no sólo fueron juzgadas por el FBI, la prensa y la opinión pública estadounidense, sino que también sufrieron el desprecio de su propio partido. Narrada con una prosa a ratos desconcertante y en clave apocalíptica -de ahí el nombre "El libro de Daniel"-, la novela se basa muy libremente en la historia de Ethel y Julius Rosenberg, ejecutados por traición en 1953.
Opinión