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Interactuar genera salud social

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Tamara Miranda

Está científicamente comprobado que salir de nuestra casa, de las cuatro, ocho o diez paredes que nos rodean, genera cambios positivos y preventivos en nuestra salud.

Por naturaleza, el ser humano es activo y dinámico. Es por ello que resulta clave la participación de los adultos mayores en distintas actividades como las familiares, con amigos, en organizaciones sociales o clubes, entre otros; ya que toda interacción, nos permite relacionarnos y dejar de estar en soledad.

Por lo tanto, la vinculación, pertenencia y actividad grupal determinan el estado de nuestra "salud social", impactándonos positivamente tanto en el ámbito físico como sicológico; mientras que el aislamiento y la inactividad, generan un efecto inverso ya que, en estos casos, el peor enemigo es la soledad y aislamiento.

Asimismo se recomiendan las actividades outdoor, que conjugan la naturaleza, aire libre, aventura y deporte, provocando cambios mentales y físicos en nuestro cuerpo. De hecho, el cerebro tiene mucha más actividad estando en la naturaleza, lo que se expresa en que la persona tiene mayor empatía, estabilidad y amor. Al contrario si están encerrados en casa, éste tiende a traducir su funcionamiento en miedo y estrés.

Además, como dato científico, se sabe que un poco del colesterol que consumimos se aloja en nuestra piel y los rayos UVB lo modifican convirtiéndolo en vitamina D3, activando así los mecanismos para una mayor y mejor absorción de calcio para nuestros huesos, entre otros beneficios.

Así que con sol o sin él, lluvia o frío, es importante visitar nuestra naturaleza y disfrutar sus detalles que, sin duda, nos llenarán de vitalidad, energía y belleza. Esto nos permite un envejecimiento activo, que de acuerdo a la OMS: "pretende mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen".


Opinión

ÓSCAR PEÑA PÉREZ eligió la mecánica cuando tenía 12 años

TRAYECTORIA. Entró como aprendiz a un taller cuando era solo un niño y se convirtió en un trabajador eficiente. Ahora, tiene un espacio propio.

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"Cuando era niño, uno de mis pasatiempos favoritos era jugar en la casa debajo de las mesas. Como mi papá era constructor, tenía martillos y otras herramientas; yo las tomaba, me metía bajo las mesas y le decía que estaba arreglando el auto". Era todavía un muchachito cuando comenzó a brotar en el alma de Óscar Juan Peña Pérez el interés por la mecánica, disciplina que lo ha acompañado toda su vida.

Cuenta que a los 12 años de edad inició su vida laboral. "Después de terminar el sexto de preparatoria en la Escuela Nº 4, me di cuenta que la cabeza no me daba para seguir más allá; además, también tenía la necesidad de trabajar", precisa.

Frente a ese panorama, ¿qué le dijo su padre?

-Una vez que vio que no seguiría estudiando, me dijo: "No quiero que hagas lo mismo que yo. ¿Qué te gusta hacer?". Y yo le respondí que me gustaba la mecánica. "Te voy a buscar pega en un taller mecánico", me dijo.

¿Encontró algún lugar?

-Sí, en un recinto que está en calle Errázuriz, a un costado del supermercado Bigger. Era el taller de don Domingo Corvalán, al que llegué a los 12 años de edad y donde estuve hasta como los 25 años. Y hay un momento interesante: estuve dos semanas sin sueldo cuando ingresé.

¿Dos semanas? ¿Qué pasó después?

-Un día sábado llegó este Corvalán al taller y subió a su oficina. Me llamó; y eso no era bueno, porque cuando llamaba a alguien era porque se iba 'cortado'. Pensé: "¡Qué embarrada me habré mandado! Voy a quedar sin pega".

¿Qué le dijo Corvalán?

-"Lo llamé p' acá, negro -así me decían todos- porque quiero que vea esas herramientas que están sobre la mesa", me dijo. Había un montón de ellas, y en tanto las veía, me dice: "Ya, esas herramientas son suyas; usted se hará cargo de ellas, y lo que se pierda, usted responde". Y además me dijo: "Aquí le tengo 5 pesos".

¿Qué significó para usted tener esos 5 pesos?

-Era como si ahora le dieran a uno 100 mil pesos. Yo estaba fascinado, pero en ese instante me dijo: "Éste no es un sueldo, que conste. Esto es para que compre jabón y lave su overol".

¿Cómo se desarrolló su labor de mecánico?

-Yo considero que aprendí mucho con el viejito. Me agarró buena, creo que porque yo nunca fui un chico insolente ni prepotente. Trabajé hasta que me pasó a maestro. Pienso que trabajé bien y tuve muchas satisfacciones, pero también algunas cosas tristes.

En esa época yo perdí a mi padre: estuvo cuatro años enfermo, por causa de un accidente vascular. Era una guagua en cama.

Imagino que fue una época muy difícil para usted.

-Lo fue, porque mis hermanas estaban casadas y fuera de casa, y mi hermano menor también se había ausentado; y quedaba yo, soltero y viviendo con mis dos viejos. Un año antes que mi papá, murió mi mamá en 1971. En ese tiempo llegó a cuidarlos Sara Peña Monsalve, que se convirtió en mi señora.

Cuénteme cómo se enamoraron y llegó a ser su señora.

-Bueno, como me quedé solo le dije a esta niña que me siguiera cuidando a mí. Nos casamos el 5 de septiembre de 1972 y fuimos padres de tres hermosos hijos: Sandra, Óscar y Sarita.

Volvamos a su trabajo. ¿Qué aconteció a los 25 años de edad?

-Resulta que como se dice, me estaba apretando la suela del zapato: mi vieja estaba esperando un hijo y pedí aumento de sueldo a Corvalán. Éste me dijo: "Negro, tú eres el único al que le pago eso; todo el resto gana menos que tú. Lo único que puedo decirte es que busques pega en otro lado; tú ya eres maestro y donde te pares vas a ganar tu plata".

Volví a buscar trabajo y un día un cliente me contó que en Immar (Industrias Metalmecánicas Reunidas) buscaban pintores para los carros pasajeros. Yo había aprendido eso con Corvalán, porque en un taller mecánico uno es como el mentolátum: aprende de todo y luego sirve para todo. Fue una buena pega, porque ganaba bien y a las 5 de la tarde ya estaba en mi casa. Lo malo es que después de 4 años, la industria tuvo muchos problemas y como era después del golpe, todos pensaban que éramos comunistas. No nos daban pega en ninguna parte.

Trabajé después para el taller de pintura de Mario Carvajal y en Formitec, que era una fábrica de pitas en Las Ánimas. Finalmente, me puse a atender clientes afuera de mi casa y monté mi pequeño taller aquí, en el que estoy actualmente.

Las penas de un hombre de trabajo

Óscar Peña ha sido un hombre de trabajo, pero hay dos hechos que le han tornado compleja su situación. El primero de ellos fue un accidente vascular que lo mantuvo un año hospitalizado. "Afortunadamente ahora estoy repuesto, pero quedé sin vista en uno de mis ojos", detalla. Sin embargo, su mayor tristeza es la artrosis que mantiene en cama hace mucho tiempo a su esposa: "En estos momentos, sería el hombre más feliz si pudieran operar a mi señora. Ella sufre y llora mucho", expresa.