Un siglo de vida cumplirá el próximo jueves 6 de agosto María Mercedes Águila Acosta. Abrió los ojos cuando el abogado Ramón Barros Luco desempeñaba el quinto año de su mandato como Presidente de la República de Chile, y cuando Europa se desangraba por causa de la Primera Guerra Mundial. Esta centenaria mujer vive en una casa situada en la población San Pedro, en compañía de su hija María Amelia Vera, de quien afirma: "Es una buena mujer, me cuida y quiere todo lo mejor para mí".
El inexorable paso del tiempo ha hecho alguna mella en su andar y también en su audición, pero basta con elevar ligeramente la voz para que oiga perfectamente lo que se le dice. Sin embargo, su actividad no ha decaído como es frecuente en personas de su edad y en ello le ayuda su familia: "Mi nieta me saca a la plaza cuando el tiempo está bueno. Me pide que la espere cuando va a hacer sus compras; yo la espero y me quedo sentada", cuenta.
INFANCIA Y JUVENTUD
Recuerda que según oyó de sus padres, nació en una vivienda de calle Cochrane, a pocos pasos de Seiter (como se llamó antaño la arteria Clemente Escobar). "Mi papá decía que eso había sido un hualve y que con unas 40 carretas cargadas de tierra consiguió rellenar ese sector", señala.
Fue una de los cuatro hijos del pintor de casas Ignacio Águila Aros y de Rosa Amelia Acosta Cortés, que alcanzó la edad madura. "Varios otros murieron siendo muy pequeños", explica.
¿Cómo se portaba usted cuando niña?
-Era chacotera y buena para la risa. Me acuerdo que mi mamá nos llevó una vez a un velorio, a mi hermana mayor y a mí. Estaban velando a una guagüita. De pronto, llegó un hombre y yo me puse a reír. A una niña que estaba en el colegio conmigo le dije: "Me da tanta risa ese hombre, porque llegó y no saludó a nadie". Y esa niña me dijo: "¡Qué iba a saludar, si ha estado todo el día ayudando aquí y es mi papá!". Mi mamá se enojó y nos dijo a mi hermana y a mí: "Nunca más las voy a llevar a un velorio".
¿Qué me puede contar acerca de sus padres?
-Mi papá nos llevaba los domingos como a las seis de la mañana, a Corral o a Niebla para ir a comer curanto. Volvíamos a Valdivia en la tarde.
ESPOSA DE BOXEADOR
A los 17 años de edad contrajo matrimonio con el sastre Víctor Vera Pradines. Éste fue uno de los más importantes pugilistas valdivianos de la primera mitad del siglo XX, junto con Raúl Carabantes. "Cuando me casé, no sabía freír un huevo y mi marido no decía nada. Pero empecé a escuchar recetas y me volvía puro oído, hasta que aprendí. Hacía de todo y me quedaban las cosas bien", sostiene.
¿Cómo calificaría usted su vida como esposa de boxeador?
-No fue muy buena que digamos.
¿Por qué?
-Porque era muy mujerero. Sufrí mucho, pero no dejé a mis hijos ni tampoco lo dejé a él. Todo lo que gocé cuando niña, lo sufrí después.
¿Echa de menos a su marido?
-Claro que sí; quise tanto a mi marido, que no me volví a casar.
¿Sabe si su marido le correspondió este sentimiento?
-No sé... Él decía que cuando no tenía cinco mujeres no era ninguna cosa y se quejaba de que yo era celosa.
Pero como sastre, fue muy bueno. De hecho, sus primos Pedro y Seín Contreras decían que era mejor que ellos mismos.
¿Asistió usted a alguna pelea de su marido?
-Parece que fui una vez, pero no me gustaba eso. Quizá me pondría nerviosa, no sé...
EL FUTURO
¿Se siente cansada a sus años?
-No, todavía no, aunque cuando paso malos ratos digo "¿Por qué el Señor no me manda la muerte, mejor?". Pero le dejo a Él la decisión.
Me hubiera gustado estudiar, haber sido otra cosa; a pesar de eso, puedo decir que he vivido una buena vida.
"Cuando me preguntan qué siento al cumplir 100 años, se me viene a la mente una sola cosa: no siento nada especial"
María Mercedes Águila.
Añora el pasado y disfruta el presente
Aunque no le incomoda vivir en esta época, añora los tiempos de su infancia y juventud. "La gente de hoy es tan distinta a la de antes. Cuando los padres decían algo, uno los obedecía; ahora, eso no pasa", se lamenta. Siempre ha sido una mujer de mucha actividad: todavía teje y borda, y varias de sus creaciones son el orgullo de su familia. Viajó a Brasil, participó unos 7 años en la parroquia de la Merced y cerca de 20 años con el centro de madres de la Escuela España. "Lo malo que muchas de mis amigas se han muerto", dice.