Llegamos a celebrar el mes de la Patria con una serie de desafíos para toda la sociedad chilena. Vivimos un verdadero torbellino de diversas situaciones y dificultades, todas complejas, que han remecido a nuestra sociedad. Por ejemplo:
•Preocupan las relaciones impropias entre el dinero y la política que agravan el persistente escándalo de la desigualdad social.
•Asustan los niveles de crispación en el debate público, con una agresión y descalificación sin límites. Avergüenza contemplar a unos gozando y sacando dividendos de la desgracia ajena, en una lógica de enemigos que creíamos superada. Cuando frente a la injusticia se impone la violencia, termina instalándose una cultura del maltrato y del abuso que como sociedad no podemos tolerar, justificar ni encubrir.
•Duele que nuestra institucionalidad sea incapaz de resolver deudas históricas, como la de los pueblos originarios, o dramas permanentes, como la precariedad en la que viven todavía tantas familias y la inseguridad que se cierne como una creciente amenaza.
•Estremece a los mayores volver a recrear, y a las nuevas generaciones conocer, los dolores y horrores del pasado, cuando la vida de las personas fue arrebatada y los derechos humanos conculcados.
•Conmueve lo poco que aprendemos de nuestra historia, cuando el primero de los derechos humanos, el derecho a la vida, se pone en jaque en la agenda legislativa. O cuando la dignidad de las personas se atropella a diario. Nos hiere la denigración de la mujer y de los inmigrantes, el abuso a los menores de edad, el maltrato a los abuelos, y el concepto mercantilista del trabajo que reduce a la persona a producto y hace sucumbir la vida familiar.
•Parece que carcome una deshumanización que se hace presente en todos los ámbitos: en escuelas y cárceles, en clínicas privadas y hospitales públicos, en el transporte público, en el campo y la ciudad.
Que al celebrar un nuevo 18 de septiembre, con esperanza, abramos los brazos para trabajar real y honestamente por el bien común, y el corazón, para saber con-sentir con el más desvalido que habita en nuestro suelo patrio.
Ignacio Ducasse Obispo de Valdivia