Revoluciones por minuto
Daniela Lagos, Piedad Rivadeneira, Álvaro Díaz y David Ponce hurgaron en persas y colecciones privadas para seleccionar los discos que sonaban en las casas cuando las tardes transcurrían a 33 y 45 revoluciones por minuto. El resultado es el libro "Vinilo chileno, 363 carátulas", con sorprendentes hallazgos.
la diseñadora Piedad Rivadeneira (a la izquierda) convocó a los periodistas Daniela Lagos y álvaro díaz y al crítico musical David Ponce (derecha) para crear el compilado de discos.
Desde el retrato a lápiz de Gastón Guzmán, integrante de Quelentaro, hecho por un anónimo Luis G., hasta la portada con un gorrión muerto, de Vicente y Antonio Larrea, para el disco "Basta" de Quilapayún, este libro invita al hojeo nostálgico y sin orden cronológico. "Vinilo chileno, 363 carátulas" más bien sugiere colores y texturas, guiña el ojo con acoples y enfrentamientos donde comparece Patricio Manns cual Elvis blondo junto a una Ginette Acevedo gatuna y pelirroja. Avanzamos entre un dibujo de Pancho Puelma peinado cual brócoli fucsia a las portadas tiernas y folk de Los Blops; desde los focos titilantes de las Frecuencia Mod a las señoritas en bikini de Hirohito; desde Los Golpes rodeando a un muñequito de nieve precario a la camisa blanca manchada de sangre de Los Prisioneros en "Corazones".
La invitación es a un paseo sin mapas, dicen sus autores, a revisar "un catálogo perdido que esforzados coleccionistas han rescatado desde radios que se fueron a la quiebra hasta el laberinto de las ferias persas".
La diseñadora Piedad Rivadeneira tuvo la idea de publicar un volumen con carátulas en el año 2003 a partir de su trabajo en la dirección de arte del libro "Cartel chileno 1963 -1973", junto al diseñador y académico Eduardo Castillo Espinoza. "Me di cuenta de que el devenir del vinilo chileno constituía también una especie de recorrido histórico, que esas carátulas eran una expresión cultural", asegura ella.
Desde esa misma época la periodista Daniela Lagos fue parte del proyecto. "En ese tiempo estaba en la escuela de Periodismo y trabajaba después de clases con Piedad, así que me metí desde el comienzo en llevar a cabo este registro que nadie había hecho", relata Daniela, que registró el hallazgo de alrededor de 800 carátulas y contactó a una red de coleccionistas para expandir la búsqueda.
-¿Tenían algo en común los coleccionistas, Daniela?
-Son súper distintos entre sí, pero comparten una pasión por sus discos. De verdad dedican parte de su vida, de su tiempo y de su plata para los discos, los buscan sistemáticamente. Andan siempre rastreando, buscando ediciones viejas o mejores.
A este equipo se unieron además los periodistas Álvaro Díaz y David Ponce, ambos amantes y conocedores de la música desde siempre. Cuenta Ponce que antes del libro no sentía una "dedicación especial al formato", sino que a la música misma, pero que durante la factura aprendió "a apreciar de verdad el objeto y las posibilidades que el gran tamaño del LP da al arte y la gráfica".
Álvaro Díaz reconoce que es un consumidor normal y que le interesa el vinilo, sobre todo por las carátulas, la información que traen y el trabajo de arte de algunas. Admite que quizás también hay algo físico en el vinilo y dice: "Puede ser, creo que tiene una naturaleza un poco más material. A algunos nos gustan los crujidos, que se escuche medio viejo y efectivamente no tiene compresión, pero la verdad es que cualquier disco bien grabado se escuchará bien".
TESORO EN un PERSA
"363 es un número de lo más arbitrario, porque no es 365 como los días del año, ni 360 como los grados de una circunferencia", comenta Piedad y cuenta que todo lo encontrado fue fotografiado en alta resolución. Luego empezaron a seleccionar. "Lo bonito que tiene el libro es que aplicamos criterios muy eclécticos y diversos", dice. Antes que trabajar en una lista preconcebida, lo fueron haciendo sobre los hallazgos.
"El gusto musical fue apenas un factor más entre muchos, ni siquiera el más determinante. Tanta o más importancia tuvieron en primer lugar la gráfica, el diseño y la fotografía; luego, la relevancia particular de los músicos o grupos; luego, un equilibrio que buscamos en dejar alguna constancia de la mayoría de los movimientos o géneros presentes en la música popular chilena de esos años; luego, que los elepés que conseguimos estuvieran en condiciones mínimas para fotografiarlos", añade David Ponce.
"Cuando son 300, cada cual pudo meter las que le gustaban y podíamos debatir bajo criterios estéticos y de importancia musical, y sobre todo de material que ya habíamos elegido y estaba en la misma categoría. Cuando hay 363, hay espacio para todo, así que no había que pelear mucho. Aparecían cosas notables. La gracia del libro es que mezcla todo", acota Álvaro Díaz, quien durante la pesquisa encontró en un mercado persa "El computador virtuoso", un disco fundacional de la música electrónica en Chile y en el mundo. "Es de José Vicente Asuar, una joya, un disco extrañísimo que apareció mientras estaba comprando otros discos. Yo estaba casi seguro que me costaría carísimo, pero le pregunté al dueño y como vio que llevaba otros discos, me dijo: ese llévatelo gratis".
Dias de vinilo
De los cuatro autores, todos recuerdan que en algún momento hubo discos en su casa. Por ejemplo, David Ponce nombra alguno de El Temucano o del trombonista Pee Wee Hunt, "Gloria en el Municipal", de Gloria Simonetti, y muchos del sello Dicap con las firmas de los hermanos Larrea, Vicente y Antonio.
Daniela Lagos recuerda haber sido muy niña cuando se botaron los vinilos en su casa y Piedad Rivadeneira relata que tampoco tuvo gran cercanía con el formato en su infancia. Álvaro Díaz sí se acuerda de algunos de los discos de sus padres. "Había harta música clásica, Julio Iglesias, Mari Trini, Estela Raval, algo de Los Cuatro de Chile, cosas de Serrat también. Uno del que me acuerdo especialmente y que incluso hoy yo tengo es el 'Noche cálida de agosto', de Neil Diamond". Luego hubo un paréntesis en el que los casetes desplazaron a los vinilos, hasta que a mediados de los ochenta, ya adolescentes con su hermano, empezaron a comprar discos. "Era la manera de obtener música de un catálogo más rockero; empezamos a escuchar Genesis, Queen, Led Zeppelin, King Crimson, Emerson Lake & Palmer, ese tipo de cosas, The Clash después", agrega.
Alta fidelidad
Sobre qué ganamos y qué perdimos con la aparición de la música digital, Daniela Lagos tiene una mirada optimista: "Yo creo que se gana mucho, es más fácil conseguir cualquier cosa, sin tener que estar a merced de lo que tengan en la disquería o lo que suena en la radio.
A quienes les gusta el sonido del vinilo sienten que con lo digital se pierde calidad y también hay un tema en que parece que la música de hoy es un poquito más desechable, aunque sea súper buena". Para David Ponce el asunto se limita a una palabra: fidelidad, pero es bueno, porque la música te acompaña en cualquier parte, aunque "en cierto sentido es una pena cómo el estándar de calidad del sonido aceptado en masa se ha deteriorado a raíz de los archivos en MP3, de las canciones cargadas en YouTube y de otros expedientes para escuchar música digital, más allá de que ciertos servicios pagados sí ofrezcan sonido de buena calidad", apunta.
Piedad Rivadeneira cree que el vinilo ya resurgió dentro de la escala del fetiche u objeto de culto. "Muchas bandas y músicos ahora editan y reeditan sus discos en vinilo. Y aunque uno igual va a seguir escuchando o descargando la música de manera digital, también puedes tener además por gusto la versión vinilo donde el sonido aporta algo diferente, lo ciento por ciento análogo con el ruido de lo físico y, por otro lado, la carátula tiene sentido también en ese formato, tiene mucho más sentido que en un CD o un casete".
Me gustaron muchas de las portadas de los Larrea y en especial una de Los Jockers. El disco se llama "En la onda de Los Jockers", es una portada de los sesenta en que están ellos con unas pintas muy psicodélicas, muy a lo Rolling Stones, sentados en unas sillas en la mitad de la Alameda y se ve que es una foto hecha allí mismo, metidos entre medio de los autos. Quedó increíble esa portada.
Hay algunas carátulas artísticamente muy valiosas, como las de los hermanos Larrea o las de René Olivares, que hacía las de los discos de Los Jaivas. También hay una de Tolín Tolín Tolán ilustrada por Fernando Krahn. Son como tesoros que tiene valor artístico y hay otras que no tienen ningúno, más bien son aberraciones artísticas, pero por eso mismo también son interesantes.
Piedad Rivadeneira, David Ponce, Daniela Lagos y Álvaro Díaz
Editorial Hueders
440 páginas
$19.000
El "Terra Incógnita" es una de mis favoritas de Congreso de los años setenta. Algunas de Los Blops son muy bonitas también. Hay un disco que siempre me ha fascinado es uno de Aparato Raro que se llama "Blanco & Negro", que es un tecno bien ingenuo, pero es un disco bien choro, como con ambiciones particulares. También me gustan las de Buddy Richard en el Astor y las Últimas Composiciones de Violeta Parra.
La carátula que me atrapó desde que era chico es la del LP "Canciones funcionales" (1969), de Ángel Parra, donde Vicente Larrea colorea del modo más psicodélico a Ángel Parra. Impactante, y el disco es igual de sensacional: es la foto que elegí para un libro de rock chileno que publiqué en 2008, "Prueba de sonido".
Ahora lo llaman vinilo. Antes le decían elepé. O long play.''Tengo un póster de los Beatles/ y un long play sensacional'', canta un colérico Ángel Parra padre en 1969, en un elepé que de hecho es sensacional, con insolente carátula rockera para ser de un hijo de Violeta Parra, y con psicodélica foto hippie para aparecer en un país a punto de debutar con gobierno socialista y Unidad Popular. Revoluciones de una época prensadas en un disco de 33 revoluciones por minuto. El vinilo ha girado junto con más de medio siglo de historia de Chile, y la suya ha sido una historia popular. Objetos de una época, los discos de larga duración son parte del mobiliario de los hogares chilenos de un tiempo que empieza con los años 50 y se extiende hasta avanzados los 80, asociado por igual al tocadiscos de mueble en el living de la casa, al revolucionario pick-up portátil para llevar al baile, al equipo modular tres en uno que ya traía dentro el germen de la casete o a las tornamesas sobre las cuales los discos de vinilo se han transformado hoy en artículos de colección. Cuando en las casas de Chile no había computadores, contestadoras telefónicas ni cocinas microondas, en ellas sí había discos long play. En muchas de esas casas debe estar al menos uno delos tres ejemplares siguientes, a modo de muestra casual: ese long play de clásicos a la dixie tocados por el trombonista Pee Wee Hunt; ese disco azul con una caricatura en la tapa y el título De farra con Los Cuatro Amigos; algún álbum del Festival de San Remo con una modelo en la playa. O bien puede haber uno de estos tres vinilos chilenos: el disco de Gloria Simonetti en el Teatro Municipal con los titulares de la prensa en el reverso del sobre; el long play de Buddy Richard con toda una orquesta en el escenario del cine Astor; esa simple carátula con letras rojas sobre fondo negro y firmada por Vittorio Cintolesi que anunció el nombre de The Ramblers en el mundialero año de 1962. De vinilos chilenos como esos tres últimos hay una pila en este libro. Sobre los tocadiscos, los pick-up, los equipos modulares o las tornamesas de este tiempo han girado microsurcos de Lucho Gatica, Vicente Bianchi, Los Huasos Quincheros, Palmenia Pizarro, Los Blue Splendor, Quilapayún, Los Cuatro Cuartos, Aguaturbia, Víctor Jara, Los Ángeles Negros, Illapu, la Sonora Palacios, Frecuencia Mod, Florcita Motuda, Los Jaivas, Hirohito y su Conjunto, Los Prisioneros y cientos más. El seleccionado nacional del long play es de ancha convocatoria, y varios criterios son atendidos en esta elección. Ahí valen la inmortalidad de la música que se oye en los clásicos populares chilenos de estas décadas, lo mismo que la importancia del diseño de las carátulas que hay en colecciones como las de la combativa Nueva Canción de los 60 y 70, y al igual que el valor de la extravagancia que puede aparecer sin aviso en cualquier grabación y cualquier carátula. Bueno, bonito y/o bendito.
sebastián utreras
MI CARÁTULA FAVORITA
Los autores del libro eligen la suya
Adelanto del libro "Vinilo chileno, 363 carátulas"
Por David Ponce
Cuando en las casas de Chile no había computadores, contestadoras telefónicas ni cocinas microondas, sí había discos long play.