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Torrencial Valdivia Trail: viaje al corazón de Pilolcura en 126 minutos

RECORRIDO. La carrera que debutó en Oncol el año pasado, mostró un nuevo escenario con más competidores y nuevas dificultades. Esta es una crónica de la extenuante experiencia de haber corrido 11 kilómetros por el bosque y la playa.
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Daniel Navarrete Alvear

Domingo 26 de junio. 10:30 horas. Los rayos del sol entibian el ambiente, mientras en la playa, a pocos metros del camino principal, una vaca mastica cochayuyo al ritmo de temas de AC/DC y Guns N' Roses. Es que "Thunderstruck" y "Welcome to the jungle" son la arenga perfecta para los temerosos y suenan fuerte en Pilolcura, el nuevo escenario para Torrencial Valdivia Trail. Son las mismas canciones que tocaron el año pasado en la versión debut de la competencia en Oncol, pero de seguro es algo que solo a un melómano le podría interesar.

Estoy entre los 405 deportistas encajonados que realizan el último chequeo general a los cronómetros, reproductores de MP3, mochilas de hidratación, celulares, bandanas y vestimenta en general. Todo debe estar en orden para correr 11 kilómetros, que aunque es la distancia más corta del desafío 2016, se transformará en la más técnica de las habilitadas por las entrañas del sector costero de Valdivia. La largada es uno de los momentos en que se respiran aires de comunidad. Todos saben que tienen las mismas posibilidades. Pertenecen a un grupo, el mismo que más tarde comenzará a quedar desgranado por la rudeza del camino o por la resistencia física de cada cual.

Los perdidos

Aunque la carrera parte sin problemas, a pocos metros de dejar el campamento base, el terreno deja en claro no será fácil avanzar. Más aún, cuando a solo 20 minutos de iniciado el recorrido ocurre lo inesperado: nos perdemos. Es subiendo una cuesta a la que llegamos cuando no había que cruzar un riachuelo. La mitad del pelotón se devuelve y comienza la pugna. "¡Hay que volver a la playa a reclamar y poner una demanda!", gritan lo más exaltados. El resto opta por organizar al grupo y pedir ayuda usando los silbatos exigidos como parte del equipo básico del trail. La pausa sirve para la selfie de rigor, mientras los músculos se enfrían y nadie asegura que podremos seguir por no saber hacia donde ir. Eso, hasta que a lo lejos, los que venían al final y que ahora son punteros, advierten haber encontrado el camino correcto. Esta vez la señalización es visible, son tiras de nylon amarradas en ramas y troncos, los que hacen que a muchos les vuelva el alma al cuerpo y olviden las acciones judiciales contra la corporación Nimbus. Es entonces, cuando el verdadero trail comienza.

Como arañas

Por sentido común, ganar es la principal motivación para ser parte de una experiencia como ésta. Ya sea el honor del primer lugar, una medalla de las que se consiguen solo por haber participado o simplemente, más experiencia para conocer los límites personales. También es válido hacerlo para saber cuanto castigo aguanta el cuerpo y eso precisamente es lo que ofrece el tramo más duro de la ruta. Son cerca de cinco kilómetros casi verticales que obligan a subir en fila india. No hay espacio para correr. Algunos improvisan bastones con palos, el resto optamos por trepar como arañas con el riesgo de resbalar y caer sobre alguien.

Escucho a un niño decir que anda en compañía de su padre y de su hermano mayor. Tiene 10 años y pasa energético a mi lado. Pienso que a su edad tal vez no andaría corriendo en medio de un bosque virgen, pero me convenzo que sobrevivir a esa experiencia será una valiosa lección. O tal vez una simple anécdota que le contará a sus compañeros de curso cuando vuelva a clases.

Luego de más de una hora de correr, saltar, gatear y maldecir por el ácido láctico acumulado en las piernas, el cuerpo pide parar. Y hay un descanso. Es el único puesto de abastecimiento para los 11K. Está a apoco menos de la mitad del tramo total, en el kilómetro 4.5, antecedido por carteles que advierten del peligro de las sanguijuelas y de un controlador de ruta que planilla en mano anota los dorsales. También está ahí para gritar "¡Vamos, queda poco!", sonreír e invitarnos a comer algo antes de seguir. El abastecimiento es con bebida isotónica, ramitas (las que abundan en los cumpleaños) y queso, además de dulce de membrillo.

La bajada

Si muchos creen que caminar y mascar chicle es un problema, es por que no han corrido cuesta abajo seis kilómetros tratando de tomar agua y tragando trozos de queso. A eso hay que sumar la dificultad de controlar el ritmo y evitar las torceduras de tobillo.

Hacia abajo es cuando se comienzan a repetir las caras y las espaldas. El que antes te seguía, ahora va adelante. De vuelta a la playa ya no hay grupo. No se escuchan respiraciones agitadas. Las distancias se alargan y por primera vez estoy solo en un tramo del camino lleno de curvas, piedras y barro. De pronto el sonido del mar entrega una pista. El campamento está más cerca. Luego de pasar por un claro la final comienza a tomar forma. El aire está tibio otra vez. El sol abunda y pequeñas quebradas, como vallas naturales, obligan a caminar para saltar y controlar la caída.

Desde lo alto, la vista es asombrosa. Es posible ver la carpa de circo que Nimbus arrendó para acoger a los corredores y el arco blanco a la espera de ser cruzado con el último aliento. Pero antes, hay que sortear una dificultad más.

Castigo final

Dejar atrás los cerros supone un alivio cuando varios ya volvemos a correr al mismo nivel del mar. Pese a lo ancho del camino, una mujer pasa a mi lado y me golpea con el codo, imagino que va apurada, igual que los otros 404 corredores, y acelero para dejarla nuevamente atrás, pero un anuncio me frena. Un guía grita: "¡Para llegar a la meta hay que dar la vuelta por los banderines en la playa!". Es el golpe de gracia, la forma en que Torrencial agradece a sus participantes por haber sido parte de la aventura. Lo cierto es que con la mitad del cuerpo en la mano, no es gracioso correr aproximadamente 200 metros sobre la arena.

Aunque llegar caminando habría sido igual de digno, prefiero acelerar y quemar las últimas reservas de energía, si es que alguna vez las tuve.

El rock suena otra vez. Estoy en la recta final y al pasar por la meta todos aplauden, es el ritual de la mañana. Lo han hecho con cada corredor y ahora es mi turno. No importa si eres pariente de alguien que está mirando, igual recibes las felicitaciones, me sacan fotos y me dan abrazos. También una medalla, la que me servirá de certificado para probar que estuve ahí, corriendo por el corazón de Pilolcura durante dos horas, 6 minutos y 46 segundos.

Cientos de personas comparten sus claves del éxito deportivo, sin que nadie les pregunte y a lo lejos una vaca sigue comiendo cochayuyo, sin alterarse por la multitud que celebra.

Las diferencias

El equipo

Este año, Torrencial incluyó exigencias en el equipamiento básico de los corredores: manta térmica y un silbato.

Las rutas

A las 5 horas del domingo partió la carrera de 60K. Fue la distancia máxima de la competencia. Las otras rutas fueron 42K, 22K y 11K.

El campamento A solo metros de la playa se habilitaron carpas para atender a los deportistas. Una de ellas fue para entregar alimentación, como cazuela, sopaipillas, frutas y donas.

La premiación

A diferencia del año pasado, la entrega de premios fue en una fiesta el domingo por la noche en Valdivia.

405 corredores participaron en los 11K, que fue la distancia con mayor cantidad de inscritos. En total, Torrencial Valdivia Trail reunió a 1.050 deportistas en Pilolcura.

50 millones de pesos fue el costo aproximado de organizar la competencia. Menos de la mitad fue conseguido a través del pago de inscripciones. El resto llegó con auspicio en dinero y servicios.

4 distancias fueron habilitadas este año. Quienes corrieron 60K partieron desde Valdivia hacia la costa a las 3:15 horas, para iniciar la competencia dos horas más tarde.