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El cine de Lelio vuelve a triunfar en la Berlinale y gana premio al mejor guión

FESTIVAL. Su película "Una mujer fantástica" se llevó el Oso de Plata por el texto que escribió el director junto con Gonzalo Maza.
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Carolina Collins

Desde su arribo a Alemania para participar en la 67 edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, el director chileno Sebastián Lelio sólo había recibido comentarios positivos sobre su cinta "Una mujer fantástica", comentarios que se terminaron convirtiendo en un presagio de lo que ocurriría ayer en la ceremonia de clausura.

El sexto largometraje del realizador chileno, fue galardonada ayer con el Oso de Plata al mejor guión de la Berlinale.

Segundo premio

La película fue destacada por el guión que coescribieron el mismo Lelio, junto a Gonzalo Maza, con quien antes ya había tenido una exitosa colaboración en "Gloria".

Precisamente fue esa cinta la que hizo que el de Lelio se volviera un nombre conocido en el destacado certamen, en el que en 2013 recibió el Oso de Plata la actriz chilena Paulina García, por su interpretación de una mujer madura que busca el amor.

En esta versión de la Berlinale, nuevamente fue la protagonista del largometraje quien se robó todos los aplausos y miradas.

El realizador de 42 años hizo subir al escenario del teatro Berlinale Palast a la actriz Daniela Vega, a la que presentó como la "mujer fantástica" a la que interpretó.

Una historia actual

Vega, dio vida en la pantalla grande a Marina, una mujer, tal como ella, transgénero, que debe luchar contra el odio y los prejuicios.

Marina es una joven mesera y cantante que se enamora de Orlando (Francisco Reyes), un hombre 20 años mayor. Ambos empiezan una relación que proyectan en el tiempo, hasta que inesperadamente Orlando enferma y muere.

Lo que viene después es una oleada de rechazo hacia Marina, por parte del entorno de Orlando que por sus prejuicios, no quiere aceptar lo que había entre ellos.

Con la muerte de Orlando comienza un verdadero infierno para Marina, quien es apuntada como la principal sospechosa detrás de la muerte de su novio. La protagonista comienza así a luchar contra los prejuicios de la familia de Orlando, que le prohíbe asistir al funeral e intentará expulsarla del departamento que ambos compartían.

Producida por Juan de Dios y Pablo Larraín, "Una mujer fantástica" es una coproducción entre Chile, España, Alemania y Estados Unidos y ya había sido premiada un día antes en Berlín con el Teddy, galardón destinado al cine de contenido homosexual o con especial sensibilidad hacia la comunidad LGTB, y una mención especial del Jurado Ecuménico que sigue el festival.

La película fue rodada hace un año en Santiago y cuenta, además de Vega y Reyes, con las actuaciones de Luis Gnecco, Aline Kuppenheim, entre otros.

El oso de oro

Para el máximo galardón del festival, el jurado presidido por el director holandés Paul Verhoeven, se inclinó por una atípica historia de amor húngara. Se trata de la cinta "Teströl és lélekröl" ("On Body and Soul"), de la directora Ildiko Enyedi, que se quedó con el Oso de Oro.

Una película sobre dos seres aparentemente inhabilitados para el amor, hasta que descubren que, noche a noche, comparten el mismo sueño.

La plata al mejor director fue para Kaurismäki, por "The Other Side of Hope", favorito de la crítica con su historia de un sirio de Alepo al que las autoridades niegan el asilo, pero que encuentra refugio entre una de esas constelaciones típicas en ese realizador, formada por ciudadanos de rostro impertérrito. Otra plata, la del Gran Premio Especial del Jurado fue para "Felicité", dirigida por el franco-senegalés Alain Gomis; una poderosa historia de una indómita mujer africana.

Los osos de plata a la mejores interpretaciones fueron para el alemán Georg Friedrich, por su papel de padre atribulado en busca de comunicación con un adolescente en "Helle Nächte" ("Bright Nights"), y para la actriz coreana Kim Minhee por "Bamui Haebyun-Eoseo Honja" ("On the Beach at Night Alone").

Narrativas de la Conspiración

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Marcelo Mellado

La relación entre arte y política es vieja, pero le pertenece a la modernidad sus modos institucionales. Quizás todo empezó con el humanismo medieval-renacentista, en donde la función discursiva del autor comenzaba a perfilarse. Aunque también podríamos remitirnos al bardo Homero y sus contemporáneos, y su relación con el orden social, al igual que los poetas latinos. La subjetividad artística pasaba por otros parámetros, más sociales y religiosos. Será el artista cortesano el primero que se ubica, espacial e icónicamente, muy cerca del poder.

El romanticismo fue uno de los periodos emblemáticos en la constitución de lo que hoy entendemos por arte (haciendo un breve resumen histórico), porque le inoculó a la práctica artística, sobre todo literaria, los conceptos clave que aún la determinan, como son la voluntad revolucionaria y las ansias de libertad creativa. Paradojalmente, fue la época neoclásica la que instala el modelo estandarizado y civilizatorio de las bellas artes, haciéndole un guiño a la época clásica para constituir lo republicano; es finalmente el Estado el que se hace cargo y le da un estatuto institucional. El arte se desarrolla, se enseña y se promueve como una dimensión del espíritu humano.

Irremediablemente, la institucionalidad política, tiende al control de las conciencias, la necesidad del orden así lo exige; esta contradicción le dará sentido a la modernidad y determinará una relación compleja con la producción de arte. No sólo nos referimos a la censura, sino también al juego permanente de construcción de límites y quiebres fronterizos que han definido a las prácticas y disciplinas artísticas.

Pienso en Quevedo y su relación complicada con el Conde Duque de Olivares y también en Cervantes y su ética ruda de soldado, alejado de los círculos de poder. Y todo eso está en sus obras, dando cuenta de cómo funcionaban las relaciones entre arte y política.

Hago esta reflexión por dos razones, una porque quiero indagar en las prácticas artísticas actuales y su relación con el poder político, pero también me interesa afirmar una tesis que tiene que ver con la particular invención del Otro que hace el artista, y no me refiero necesariamente al receptor de la obra, sino a esa imagen que el complejo ego de los artistas construye sobre esa amenaza que nos constituye y que llamamos el otro.

En lo personal siempre me ha apasionado la figura de Neruda como símbolo del artista cortesano o que se relacionó con el poder y que fue protagonista (y también actor secundario) en varios episodios de la lucha cultural entre la CIA y La KGB (o entre USA y la URSS). Ese periodo histórico es particularmente interesante para los artistas contemporáneos porque fue la época en que se transformó radicalmente el discurso de la estética. En general, la guerra fría fue fascinante, porque tuvo de aliado ese dispositivo increíble de producción de imagen que es el cine.

Neruda al parecer fue, como le correspondía, una especie de agente al servicio de los intereses de la URSS. Eso no habla ni bien ni mal de él, incluso podría darle relevancia a una zona deficitaria en su comparecencia cultural, que es su compromiso político en términos operativos. Sin duda esa época inaugura el género del espionaje, es decir, aquel argumento que se basa en la conspiratividad absoluta, en donde no hay transparencia, sólo la continuidad de una lucha soterrada y en donde los métodos abyectos y las bajas pasiones son la metodología sine qua non. Es decir, estamos ante uno de los reinos de la ficción, que es cuando una visión política (un partido) se pretende hegemónica, lo que incluía naciones enteras compartiendo esa voluntad.

Me acuerdo de estas cosas a propósito de que indago por internet las fuentes de una novela que leí recientemente sobre cómo el conflicto ideológico europeo se traslada a América Latina y me topo con la figura de Iosif Grigulievich, todo un personaje novelesco, que era un agente soviético de primer nivel que incluso anduvo por Chile y Argentina, haciendo sabotaje contra el Tercer Reich. Y que también, según lo que pude averiguar, participó en uno de los atentados contra Trotsky y que Neruda, cónsul de Chile en México en ese momento, le concede una visa para viajar a Chile al igual que a David Alfaro Siqueiros.

Pienso y trato de escribir sobre esto en momentos en que los modelos de la conspiratividad, nuevamente, se vuelven contra la transparencia que parecía imponerse en las democracias modernas. Es como si volvieran los aromas de la Guerra Fría. No por nada Trump repone el concepto de muro, no sólo su concreción física, reponiendo de paso la legitimidad que podría haber tenido el Muro de Berlín, locación fundamental de la novela de espionaje. La literatura, una vez más, tiene una tarea al respecto. Y se trata de una tarea política.