Esto parece el paraíso
Periodista
John Cheever (1912-1982), el "Chejov de los suburbios" por su talento para retratar las fisuras del sueño americano en la clase media acomodada, le puso broche dorado a su carrera con una historia que tuvo un leve tufillo a estafa. Así lo desliza Rodrigo Fresán en el epílogo de la obra en cuestión, "¡Oh, esto parece el paraíso!" (Penguin Random House, 2018), quinta y última novela del autor, prometida a sus editores de Knopf como "un gran libro", tanto en profundidad como en extensión, el cual finalmente llegó solo a las 100 páginas. Esta especie de "cuento largo" no se condecía con el suculento anticipo entregado -medio millón de dólares-, por lo que la editorial revisó el contrato.
Más allá de esto, el Cheever de "¡Oh, esto parece el paraíso!" a ratos también parece romper el contrato con sus lectores, porque su pluma ácida y punzante da paso a un aire más ligero, sereno y luminoso. "Esta es una historia para leer en la cama, en una vieja casa, en una noche de lluvia", advierten las primeras líneas de la novela protagonizada por Lemuel Sears, un maduro ejecutivo de la industria informática, que suma dos divorcios y disfruta de un buen pasar económico. Lemuel no duda en impulsar una iniciativa judicial para detener la contaminación del lago del poblado de su infancia, al cual va a patinar durante los inviernos, cuando se congela. Este cuerpo de agua, el lago Beasley, está siendo usado para el vertido de basura, práctica lucrativa que involucra a una mafia local.
A pesar de su breve extensión, aparecen en este relato diversos personajes y situaciones, como Renée, corredora de propiedades con la que Lemuel tiene un romance. Cuando este termina, se entrega a una apasionada relación homosexual con Eduardo, el ascensorista del edificio donde ella vive. También, un bebé es olvidado en la carretera y una dueña de casa envenena frascos de salsa en el supermercado para obligar a proteger el lago Beasley.
Daniel
Carrillo