Generaciones de hondureños han crecido con la leyenda de la Ciudad Perdida del Dios Mono, la Ciudad Blanca. La persistencia de este mito llevó a que el avezado buscador de ciudades legendarias, Steve Elkins, decidiera encontrarla.
Douglas Preston, novelista y escritor de National Geographic y del Museo Americano de Historia Natural, supo de esta búsqueda y se sumó a la expedición en 2012, experiencia que da vida a las 384 páginas de "La Ciudad Perdida del Dios Mono" (Random House, 2018).
Preston, junto al equipo de Elkins, se sumerge en lo más profundo de Honduras, hacia uno de los últimos lugares sin explorar en la Tierra, una zona llamada La Mosquitia, señalada en mapas antiguos como "Portal del Infierno", por lo inhóspita y peligrosa.
Así, entre científicos, arqueólogos, fotógrafos y productores de películas, debió hacer frente a inundaciones, jaguares, serpientes mortales, insectos portadores de graves enfermedades y otra serie de desafíos.
Gracias al apoyo de un aparato de tecnología láser de la NASA, conocido como lidar, mucho más poderosa que los datos satelitales y por radar, lograron confirmar la existencia de una gran metrópolis que debió haber sido habitada en la misma época que la civilización maya en México.
Siete décadas antes, el periodista Theodore Morde ya se había adjudicado el hallazgo de la ciudad, que describió como un asentamiento amurallado para albergar unas 30 mil personas, adornado con figuras de monos talladas. Sin embargo, nunca reveló la ubicación del sitio, ni siquiera al millonario petrolero que financió su expedición. Preston expone su teoría: Morde guardó silencio porque todo fue un engaño, ya que habría dedicado su viaje a Honduras a la búsqueda de oro.
De manera vertiginosa, con muchos datos pero sin dejar de cautivar, Preston relata esta odisea que hizo real un mito de 500 años. Uno que construyeron miles de indígenas narrando historias de antepasados que escaparon de los invasores españoles hasta ese lugar secreto, inaccesible y maldito.
Daniel
Carrillo
Periodista