Amistad cívica: Un concepto olvidado
Realizar el diagnóstico es fácil, pero curar la enfermedad resulta casi imposible.
La gracia de la democracia es que hay una unidad en la diversidad. Esto significa que distintas concepciones políticas, religiosas y sobre el recto modo de vivir en sociedad coexisten unas con otras. La mayoría es la que decide como hacia donde nos dirigimos -con algunos límites, y así la paz social queda relativamente a salvo.
Aun cuando la democracia es uno de los modos de articular las distintas corrientes que siguen su propio curso, muchas veces opuesto, en este mar que es la sociedad contemporánea, el norte de la misma es sólo uno: El bien común. Es decir, lo que se busca con esta forma de gobierno, que el igual que todas la demás dista de ser perfecta, es la máxima realización material y espiritual posible de todos y cada uno de nosotros, los miembros de la comunidad política que toma el nombre de "Chile".
Si bien lo anterior suena bien en la teoría, cabe preguntarse si acaso este ideal se manifiesta en la práctica. Sin intención de ser exhaustivo, el hecho de que por regla general para aprobar un proyecto de ley se tome en consideración de manera casi exclusiva el "color político" de quienes votan en el Congreso y no la calidad del documento, el uso de la acusación constitucional como arma política y la asignación de fondos y proyectos sólo a aquellos municipios adherentes al gobierno de turno, parece indicar que la cotidianeidad de la vida política nos ha hecho olvidar algunos de los principios que han de regir toda función pública.
Como suele suceder, estamos frente a esos casos en que realizar el diagnóstico es fácil, pero curar la enfermedad resulta casi imposible. Si bien no creo que exista una panacea que solucione mágicamente todos los problemas que padece nuestra sociedad, me atrevo a decir que recordar un antiguo concepto sería útil: me refiero a la "amistad cívica".
Aristóteles decía que la amistad es fundamental para la política, toda vez que mitiga el apego de los hombres a sus intereses privados en favor de compartir de manera espontánea con otros los bienes externos. En palabras del estagirita, la amistad "parece mantener unidas ciudades enteras […]. Cuando los hombres son amigos no necesitan de la justicia, pero cuando son justos necesitan, además, de la amistad".
En una época de individualismo, egoísmo e incentivos para propender al engrandecimiento de uno mismo y de quienes me son afines, un remedio que nos ayude a desapegarnos de lo propio y a compartirlo con los demás parece sano. Sacar a la amistad cívica del olvido quizás nos ayude a acercarnos un poco más a aquel tan añorado bien común.
Diego Pérez Lasserre Docente Investigador de la Facultad de Derecho y Gobierno USS Valdivia