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Amor en cuarentena
Eran dos adultos mayores, hombre y mujer, que tras largo tiempo de viudez se habían conocido.Compartían valores e inquietudes. Tras un tiempo de conversaciones y confidencias decidieron vivir su amor de personas maduras en casas separadas. Se entendían bien, pero cada uno tenía años viviendo solo y este generaba hábitos que en el vivir juntos podrían alterar su relación.
Se juntaban con cierta frecuencia. Iban a algún espectáculo, cenaban en algún restaurante y retornaban al departamento en que ella vivía. Se llamaban por teléfono y conversaban largamente.
Así iban las cosas cuando llegó la temible pandemia. Ambos vivían en la misma comuna para la cual, al igual que para otras, se decretó cuarentena. Solo quedó la comunicación telefónica para expresarse su amor de personas maduras y la esperanza de un pronto reencuentro.
Omisa
Violencia y pandemia
En cifras de la Organización Internacional del Trabajo , 126 millones de mujeres trabajan de manera informal en América Latina y el Caribe. Eso equivale aproximadamente a la mitad de la población femenina de la región, la cual se está quedando sin sustento económico intempestivamente debido a la crisis sanitaria por COVID-19, que trae aparejada una crisis económica de sobrevivencia. Es decir, un aumento acelerado de producción de pobreza feminizada.
La desigualdad golpea más duro en las mujeres debido al no reconocimiento del trabajo de cuidados, el cual es un trabajo feminizado, impuesto social e invisiblemente sobre sus cuerpos. El trabajo doméstico y de cuidados no para en ningún momento y más ahora, en tiempos de pandemia donde aumenta su carga (niños y niñas sin colegio y jardines infantiles, adultos mayores al ser población de riesgo, enfermos y más), sumando a ello, la pérdida del ingreso económico, las mujeres como cuidadoras "naturales" de la vida entran en un circuito de mayor sobreexplotación y empobrecimiento. Trabajadoras invisibles que con dicha labor y sin tiempo vital de descanso sostienen la vida y su defensa, ante la fallida política binaria del estado o el mercado, que ha negado históricamente a las mujeres pero que en momentos de crisis no resiste sin ellas. Sin embargo, no hay amparo, no hay derechos, no hay seguridad social, no hay libertad de decidir sobre sus tiempos y su propio cuidado. No hay políticas públicas de protección. No hay discursos públicos gubernamentales para ellas y su reconocimiento.
Este proceso de empobrecimiento femenino y sobre explotación condena a las mujeres a una dependencia económica perversa a sus agresores si son víctimas de violencia doméstica, con los cuales están confinadas en los hogares, incluso cuidando de ellos mismos, que han atentado sistemáticamente contra su vida, integridad, incluso de los hijos e hijas en común.
Sumando a ello, aquellas mujeres que logren gestar un plan de escape a la dinámica de violencia junto con sus hijos e hijas requieren de un sustento básico para refundar sus vidas fuera del riesgo y la subordinación al agresor. La sobrevivencia de esas vidas no solo tiene que pensarse mientras dure la pandemia sino en la extensión de la crisis económica.
Las cifras a nivel mundial han mostrado el aumento de la violencia de género.
Esta crisis tiene a muchas mujeres en sobrecarga de desgaste físico, emocional y económico, donde vamos a perder vidas femeninas y de infancia bajo su cuidado, no sólo por contagio sino por pobreza.
Daniela López Leiva AML Defensa de Mujeres y directora Fundación Nodo XXI
Proyecto de ley Teletrabajo
El proyecto de ley sobre Teletrabajo promulgado la semana pasada, además de ser un paso en materia regulatoria en medio de la crisis sanitaria, es también la oportunidad para incentivar a las empresas a educar a sus trabajadores en materia de seguridad digital.
En Chile y según los datos revelados por la compañía global de ciberseguridad, Kaspersky, un 41% de las empresas no comunica o no cuenta con políticas de ciberseguridad. Una alerta si pensamos que en el país sólo en 2019 se registraron más de 1,5 billón de intentos de ciberataques.
Sería relevante que las autoridades acompañen la práctica de la ley con un programa educativo que oriente a las personas en el uso de la tecnología y la protección de los datos.
Educar y concientizar a los trabajadores en los buenos hábitos no debiera ser una tarea compleja. Hoy toda persona es usuaria activa de internet y conoce muy bien las herramientas básicas. Sin embargo, aún prevalecen descuidos en los usuarios que tarde o temprano provocan eventuales hackeos: una contraseña fácil de adivinar -un script demora solo un minuto en revisar todas las palabras del diccionario- o bien, caer en un phishing que termine liberando un malware. No olvidemos que los datos estiman que un 46% de las y los empleados chilenos accede a la red interna de su trabajo desde su pc personal como de sus dispositivos personales.
Nicolás Silva