Un momento de tristeza regional
Tras la muertes de un joven en Panguipulli es necesario un rechazo transversal a la violencia, en todas sus manifestaciones. Una tragedia de estas proporciones no puede ser chispa para justificar desmanes; ni tampoco para sustentar agendas marcadas por la cercanía electoral.
Noticias tristes para la región y el país son los hechos ocurridos en Panguipulli este viernes. El fallecimiento de una persona en medio de un procedimiento policial y la quema de edificios públicos en las horas posteriores a ello, han impactado de una manera profunda a la comunidad y generado múltiples reacciones que obligan a reflexionar.
Lo primero y transversal es reconocer el valor intransable de la vida humana. También condenar la violencia en todas las formas, desde la institucional a la ciudadana; desde la muerte de un joven y su historia en situación de calle; hasta la destrucción de espacios de servicios comunitarios.
Además es preciso rechazar el aprovechamiento político que de esta realidad dolorosa se pueda hacer. Una tragedia de estas proporciones no puede convertirse en chispa para justificar desmanes; ni tampoco para sustentar agendas marcadas por la cercanía electoral. En ambos casos, hay una profunda falta de respeto por la magnitud de lo ocurrido y una ruta equivocada hacia desencuentros y ahondamiento de brechas; algo completamente reñido con la voluntad nacional de avanzar hacia mayor equidad social, ciudadanía y unidad.
Hoy se hace esencial "dejar que las instituciones funcionen". Pero con real convicción. No como una repetición casi caricaturizada de palabras correctas; sino con el compromiso de garantizar una investigación acuciosa, para que se pueda aplicar con rigor la legislación vigente y sancionar la vulneración de derechos; así como resguardar el orden y no permitir que el sufrimiento se convierta en herramienta para intereses particulares, de signo alguno.
Por otra parte se hace urgente dotar a la comunidad de Panguipulli de espacios para que su gobierno local funcione. Y esto debe hacerse sin demora. No porque un "lugar" (lo material) sea lo más relevante; sino porque su labor social es necesaria para la comunidad a la cual se atiende desde él.
En este caso, se trata de 35 mil habitantes, cuyos índices de vulnerabilidad son los más altos de Los Ríos: su pobreza multidimensional es de 36%, mientras la regional llega a 22% (Casen, 2017); hay un 14% de hogares en condición de hacinamiento y un nivel de escolaridad promedio de 9 años (10,1 en la región).