Falta de calle
Probablemente a muchos parlamentarios, políticos y líderes de opinión, les parecerá una obviedad abordar el tema de la asistencia de los niños al kínder y también intrascendente si este es o no obligatorio. Si no, me cuesta entender el rechazo al proyecto de ley votado este martes.
Efectivamente, los estratos más educados y con mayores ingresos no se pierden respecto de la importancia de esta etapa educativa: sus hijos y nietos lo más probable es que estén asistiendo a la educación pre-escolar.
El problema no está allí. Está en las poblaciones, en el campo, en las familias más pobres de Chile. En el percentil más bajo, por ejemplo, sólo un 50% envía a sus niños al colegio. Y, según la encuesta Casen, el 73% de quienes no llevan a sus niños al jardín infantil considera que no es necesario.
Entonces, hay un tema cultural, educativo e, incluso, una tremenda desazón en los hogares de los niños más vulnerables que los deja fuera de la educación inicial, precisamente en una etapa sustantiva para su futuro.
Por ello, el rechazo al kínder obligatorio no es una derrota política ni un golpe "al lucro". Es una herida enorme al corazón de niños y mujeres más vulnerables.
Así lo entendemos quienes día a día estamos en las calles y en las comunas más desposeídas de Chile intentando frenar la llamada "condena de cuna", trabajo que hoy retrocede con la lamentable decisión de nuestros y nuestras parlamentarios.
Anne Traub Dir.Fundación Niños Primero (FNP)
Ambición y codicia
"Tener pan, techo y abrigo" cobra vigencia - por ser las necesidades primarias de todo ser humano, en tiempos de pandemia - más que nunca. Es urgente comprender dónde acaban nuestras necesidades y dónde se inicia la codicia. Podremos establecer así los cimientos para una correcta forma de actuar y pensar. Con más de una cara, podemos aparecer "santo" o "diablo", "honesto o ladrón". Existe ambición en aquel(la) que desea figurar, "trepar", incluso en el anacoreta que desea "alcanzar el cielo" y liberarse de este "valle de lágrimas", sostiene Ouspenky (1997).
A nuestro "ego" le encanta esconder la ambición. ¿Cuántas veces hemos escuchado? "no ambiciono nada". Incluso hay personas que sólo anhelan "no ser ambiciosos", "servir a la patria", etc. La máscara del desinterés suele engañar incluso a los más astutos. La historia del mundo ha estado lleno de ambiciones.
En política, ¿Por qué Hitler se lanzó a la guerra? ¿Y Maduro?, ¿Castro? ¿Trump?, ¿Biden? entre tantos otros, "representantes del pueblo" y también "científicos" en la academia, los orgullos profesionales. El codicioso quiere siempre que lo que desea "le llegue al codo" por eso es "codicia". Busca el poder convirtiendo anhelos en una "botella de la codicia", hasta "embotellan a Dios en una escuela de pensamiento".
La codicia y la ambición son el resorte secreto de la "maquinaria social" en los tiempos que corren y mueven nuestro "espíritu consumista". Confundimos "creced y multiplicaos" con "consumid y multiplicaos" o "anestesia con magnesia". Parece que nuestra "arquitectura cognitiva" se mueve más en esto, que en nuestra "interioridad espiritual". Trabaja siempre en función del más. Como decía P. Escobar, en el mundo del narcotráfico, "todo lo peligroso se convierte en dinero". Si trabajamos a disgusto y por ambición, (no coincidiendo con la vocación) nos transformamos en una "personalidad Kalkiana" (bendicen por la boca, pero maldicen con el corazón) motor que dirige la ambición y la codicia con egolatría, narcisismo, e indolencia, en lugar de la honradez, transparencia, empatía, solidaridad, y compasión. La señal de los tiempos. Cuidado que "en la cadencia del verso se esconde el delito", nos advierte el D. Lama.
Omer Silva Villena
Sacerdotes capuchinos
A principio de 1896 llegan a Valdivia los primeros misioneros capuchinos alemanes, los que permanecieron, en la ciudad, hasta el 10 de julio del año 2006. Tipos, generalmente espigados y macizos, de blondas y luengas barbas vikingas, siempre de sandalias, sotana de color café con capucha y a modo de cinturón, un grueso cordón blanco y un crucifijo en su extremo. Los conocí desde antes del terremoto del 60 y supe que esos santos varones practicaban la caridad. Era normal ver, a diario, a un costado de la iglesia San Francisco , decenas de indigentes para recibir un plato de comida caliente. Por eso, cuando arreciaba el hambre, acudíamos al regazo de la congregación, y por una pequeña ventana, asomaba una noble mano, con una gruesa rebanada de un riquísimo pan que ellos mismo fabricaban. Otro gran recuerdo: fui sacristán y realice "Mi Primera Comunión" en esa antigua y benefactora iglesia, con ropas y calzado, que los mismos frailes nos proporcionaban.
Las veces que asisto al cementerio, lo primero que hago,es ir a dejarles una flor al ruinoso mausoleo, que, una vez, fue majestuoso y hoy se encuentra abandonado. Lugar sagrado, que guarda los restos de hombres extranjeros, que por seguir el camino y la fe de Cristo, abandonaron su país y a sus familias para nunca más regresar.
Luis Omar Sepúlveda Navarro doncoyosepulveda@gmail.com