Secciones

Confesiones de una devota en primera persona

Camila Bustamante es la autora de "Siervas", una investigación de cinco años, escrita en base a su propia experiencia como aspirante a las Siervas del Plan de Dios. Acá un adelanto del libro.
E-mail Compartir

Un domingo de aquel octubre de 2015, con mi marido llegamos a casa después de una jornada familiar. Como la tradición mandaba, el día había partido oficialmente con la misa en la parroquia cerca de la casa de mis padres, donde había pasado parte de mi infancia y adolescencia vinculada al SCV. Misa, confesión, saludos entre la gente a la salida de la liturgia en el claustro del templo, risas por aquí y por allá, y a caminar con la guata vacía unas cuantas cuadras para llegar a almorzar. Por ese entonces el ritual dominical exigía almuerzo, sobremesa y once.

Después de ese día, animada y convencida de mi rol de esposa, me puse a cocinar para el lunes. Pero el ánimo no fue suficiente para satisfacer mis expectativas. Todo resultó mal. Quemé el pollo que estaba cociendo en agua y quebré una fuente de vidrio nueva. La casa se llenó de humo con un fétido olor a quemado, como augurando el clima que se vendría. Mientras trataba de ventilar, recogía el vidrio molido del suelo y evaluaba el primer fracaso de mi vida marital.

Frustrada, propuse terminar el día con alguna película de Netflix. Fui a la pieza y me lavé los dientes en el baño, mientras mi marido tenía la misión de mirar la cartelera. No lo hizo: deambulando por redes sociales se encontró con algo que lo alarmó. Me gritó desde la habitación con un tono preocupante. Sin escuchar muy bien o no queriendo hacerlo, le pedí que me repitiera mientras seguía con el cepillo en la boca. Entonces dijo: ¡Pasó algo con Luis Fernando!

Me asomé con algo de pánico y una sensación de vértigo en el estómago. ¿Se habrá muerto? Por el tono que usó no podía ser algo bueno. Me enjuagué rápido la boca y de un salto me metí a la cama. Dimos una ojeada a Facebook y nos topamos con la discusión de un aspirante al Sodalicio de Vida Cristiana, que comentaba el post de un joven militante del Movimiento de Vida Cristiana (MVC). El aspirante reprendía al militante del MVC por la manera en cómo refería sobre un caso expuesto en televisión que a todas luces parecía grave y trataba sobre el fundador de ambas organizaciones: Luis Fernando Figari Rodrigo.

"No está bien que la corrección fraterna se haya hecho a través de la televisión ni que tú sigas haciendo escándalo con tu post en Facebook", sentenciaba el comentario, que sumaba más de cuarenta respuestas en pocos segundos y seguía creciendo.

La discusión nos llevó a espiar los perfiles de varios amigos, también pertenecientes al MVC, para saber qué estaba pasando. El Facebook estaba en llamas, pero pocos se atrevían a ponerle nombre a lo que estaba sucediendo. Lo que fuera, era grande y muy grave.

De perfil en perfil llegamos hasta un link que nos dirigía a un reportaje de la televisión peruana. Se trataba del noticiero Cuarto Poder de América Televisión, uno de los canales más vistos de Perú, y cuya pestaña particular tenía por título "Denuncias de abuso sexual contra el fundador del Sodalicio". En la pantalla vimos el rostro de alguien que, al parecer, años atrás había escrito cosas en contra de la institución. Yo no conocía su cara, pero cuando mi esposo lo vio dijo es Pedro Salinas. Ese nombre resonó en mi cabeza y me llevó a recordar escenas del pasado, como una película: conversaciones en las que había participado, donde lo nombraban y se referían a él como un traidor, resentido, conspirador, "el conchesumadre que escribe huevadas del Sodalicio porque lo quiere destruir y también a la Iglesia".

Yo no lo conocí y tampoco había leído nada de lo escrito, porque era material prohibido para quienes estábamos en el Movimiento. Una vez le consulté a una monja, que era mi consejera espiritual, si podía leer sus escritos, pero me dijo que no, que esas cosas no me aportaban y que era mejor solo rezar por ese tipo de personas. Ni siquiera me atreví a escribir su nombre en Google cuando estaba sola frente al computador, pues confiaba en lo que me decían y sin saber de qué hablaba el tan odiado periodista, yo también repetía que era alguien con problemas.

Pero aquel domingo de octubre, desobedeciendo la voz de esa conciencia, le dimos play al video.

Estábamos metidos en la cama, tapados con sábanas y frazadas porque hacía mucho frío a pesar de estar en plena primavera. Parecía que, en la medida que los minutos pasaban, nos enterrábamos más en la cama, congelados, paralizados, queriendo que las colchas nos tragaran para no enfrentar lo inminente... todos los rumores que habíamos escuchado alguna vez como acto de mala fe, eran verdad. Había víctimas de abuso en el Sodalicio. Sí, había víctimas, y eran de Figari. Existían y contaban por primera vez sus experiencias ante una cámara de televisión.

Luis Fernando, el fundador de la familia espiritual a la que pertenecíamos y por quien rezábamos todos los días, tenía denuncias de abuso sexual y maltrato; incluso mantenía personas prácticamente como esclavos a su servicio. Nosotros sabíamos algo por una noticia que se había filtrado hace tiempo, el 22 de agosto del 2011, pero que el mismo Figari y la cúpula de la institución se habían encargado de desmentir diciendo que era una invención de un tal Diario16 para vender las pocas impresiones que sacaba en Perú. Este periódico fue el primero en publicar la noticia sobre los abusos sexuales cometidos en el SCV por parte de uno de sus rostros más importantes, German Doig, y a los pocos meses siguió difundiendo testimonios que también salpicaban a Figari. Eso supimos, mi marido en sus años de sodálite y yo en mis años de agrupada, pero nunca le dimos mayor crédito, porque el mensajero no era un actor válido para nosotros. El Sodalicio, a través de su encargado regional de comunicaciones del Perú, había enviado una carta pública al medio, asegurando que las acusaciones eran falsas, dañaban la honra del fundador y que tomarían acciones legales.

Pero ahora en el video veíamos a una persona con la identidad protegida contando fuertes experiencias de abuso. Además, se indicaba que había al menos tres casos de agresiones sexuales.

El primer pensamiento que se nos vino a la cabeza fue que todo esto podría ser más de lo mismo, es decir, "una obra del demonio": invenciones para atacar a la institución por ser de carácter religioso. Los católicos vivíamos en una dinámica de lucha contra un enemigo que supuestamente quería la destrucción de la Iglesia y de todo lo que remitiera a Jesús. Esto podrían hacerlo personas concretas, pero en el fondo se trataba de algo sobrenatural, de Satanás. Mi esposo, un poco molesto, dijo que Salinas no se cansaba y que estaba un poco loco. Incluso, varios sodálites le habían dicho que era un drogo. Pero su convicción era débil y sé que solo lo decía para intentar calmarme y calmarse a sí mismo. ¿Qué más podíamos hacer? Era la acción más segura ante el cuestionamiento al mundo en el que vivíamos. Un acto de fe ciega antes que un mínimo espacio de empatía.

Seguimos mirando el reportaje y de pronto vimos aparecer una cara conocida. Se trataba de Martín López de Romaña, un exsodálite que había sido formador de mi marido y también su consejero espiritual en San Bartolo, una playa al sur de Lima donde el Sodalicio tenía cinco casas al borde de Ribera Sur, que utilizaba como Centro de Formación. A Martín le guardaba mucho cariño y respeto. Verlo en televisión contando su testimonio fue estremecedor para ambos, pero mucho más para mi esposo.

Habló de todo lo que le costó salir del Sodalicio, no porque se lo impidieran físicamente, sino por la cárcel mental en la que se hallaba -experiencia que quedó plasmada en 2021 en su libro La jaula invisible, uno de los mejores sobre el caso Sodalicio y que trata eso que es tan difícil de explicar para quienes hemos estado dentro de este tipo de sectas: por qué entraste, cómo no te diste cuenta, por qué te quedaste, cómo saliste.

camila bustamante es periodista de la u. diego portales, especializada en investigación.


"Siervas"

Camila Bustamante Soto Editorial Planeta

296 páginas

$16.900

Por Camila Bustamante Soto

"Me asomé con algo de pánico y una sensación de vértigo en el estómago. ¿Se habría muerto? Por el tono que usó no podría ser algo bueno".

Magdalena Chacón