Ascensión
del Señor
La Ascensión de Cristo al cielo marca el fin de su presencia visible entre los hombres, pero solamente hasta el fin del mundo cuando Él vendrá glorioso. Cristo queda invisible pero operante en su Iglesia.
Los apóstoles, testimonio privilegiado del misterio pascual de Cristo, anunciarán al mundo entero el mensaje salvífico del Evangelio. Con la mediación de los apóstoles a los cuales Cristo promete su espíritu, todos podrán encontrar al salvador y unirse a él.
Exaltado a la diestra del Padre en los cielos, Cristo, plenitud de la divinidad es el jefe invisible de la Iglesia, su cuerpo místico que es planificado con su potencia y su gracia salvífica dando fundamento a nuestra esperanza de reencontrarlo en la gloria.
Cristo ha subido al cielo con su humanidad y al fin del tiempo también nuestro cuerpo transformado por la omnipotencia de Dios, resurgirá incorruptible para la gloria eterna.
Señor del cielo y de la tierra, Cristo transmite su poder a los apóstoles, confiándoles una misión que tendrán que cumplir en todas las naciones y en todos los tiempos.
Los apóstoles deberán enseñar suscitando, con el anuncio del mensaje, una adhesión personal y plena. El bautismo introducirá al creyente en la vida misma de Dios, consagrándolo para siempre a las divinas personas de la Santísima Trinidad, pero el bautizado se debe comprometer a vivir su nacimiento sobrenatural, para que todos vean sus obras buenas y den gloria al Padre celeste.
Los creyentes, comprometidos en las realidades terrenas, no perderán nunca de vista la suprema realidad de nuestra patria celeste, tendiendo hacia ella con implacable nostalgia.