El tiempo
de la espera
La parábola de las doncellas en la boda (Mt 25,1-13) nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros podemos tomar ante esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para cuando llegase el novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y pudieron reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.
El Señor es el novio y nosotros desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas y cada uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la construcción de su Reinado.
En este tiempo de espera, a veces tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las doncellas necias.
Pero también podemos actuar como las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga y del sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de obrar de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.
La diferencia entre ambas actitudes se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o certificados, si no que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un modo más auténtico, más vital, más esperanzado.
Esta sabiduría es don de Dios, pero solo "quienes la buscan, la encuentran". Exige una disposición a buscar de forma activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra de Dios, exige nuestra respuesta cuando "nos aborde benigna por los caminos" de la vida.
"En este tiempo de espera, a veces tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la frustración... y tirar la toalla".