La discusión en torno a la Educación se ha vuelto más crucial que nunca, especialmente luego de la pandemia, la que agudizó los problemas en el área y que se traducen en: una caída en los resultados en el Simce, baja asistencia de los niños a los establecimientos educacionales y peor aún, la deserción escolar, son problemas que no se condicen con la inversión que tiene el país en materia de educación.
Chile es, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el único país perteneciente a este grupo que gasta más en educación superior que en la escolar y preescolar.
De hecho, según un estudio de Acción Educar, respecto a las políticas de financiamiento, la distribución del gasto por beneficios estudiantiles es un 27% mayor que las subvenciones escolares. Es decir, el Estado chileno invierte $ 516.355 más por estudiante de la educación superior, que un escolar que acude a un establecimiento gratuito.
No cabe duda de que es relevante dar las posibilidades a los estudiantes de ingresar la educación superior porque es la respuesta para la movilidad social y para el desarrollo de un país, pero ¿no debiéramos priorizar antes la educación preescolar y escolar? Nos encontramos en un momento propicio para repensar cómo se invierte en Educación.
El desarrollo con calidad se vuelve una tarea ardua cuando los recursos no son suficientes, porque no sólo afecta a las instituciones, sino que también impacta en la experiencia educativa de los estudiantes.
La Universidad San Sebastián, con su compromiso arraigado en la excelencia educativa, continuará explorando vías innovadoras para asegurar que la educación superior sea accesible, equitativa y de calidad.
Son indispensables el diálogo y la colaboración, con la convicción que juntos podemos construir un futuro educativo más sólido y justo para todos.
Pablo Hoffmann León