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-Milei usa mucho la palabra "empobrecedor" y también le dijo empobrecedor al Presidente Gabriel Boric.
-Milei usa el concepto empobrecedor en referencia a quienes creen en el poder transformador del Estado. Entiende al Estado no tan solo como obstáculo, como lo entendía Mauricio Macri, sino peor: un Estado que quita chances de desarrollo y empobrece. En el marco de su postura ideológica extrema, Milei ha amenazado con romper relaciones o no tener relaciones con gobiernos ideológicamente distintos. En el caso de América Latina la mayor referencia es "no voy a tener relación con Lula", que confirmó que no va a la asunción, o, por ejemplo, con otras potencias internacionales como China.
-¿Se reordena el mapa político sudamericano y continental?
-En una escala regional, e incluso más allá de lo regional, se está consolidando una especie de nueva internacional de ultraderecha y me parece que, en ese sentido, se activa un efecto no de contagio, pero sí discursivo donde lo increíble se hace posible. Esto ya había sucedido con Trump, donde lo increíble e impensable se hizo posible. Se dio con (Jair) Bolsonaro. Sucedió ahora con Milei. Va a seguir sucediendo en cuanto el efecto de desazón del ciudadano que reclama una libertad utilitaria, una libertad particularmente egoísta frente a una regulación de las instituciones sobre el Estado, empieza a ser posible con fenómenos como este.
Hago una aclaración: aunque estos gobiernos puedan ser fallidos, como creo que lo fueron en Norteamérica y Brasil, estos fenómenos no desaparecen en el tiempo. Estuve hace unos días en Estados Unidos y las encuestas no solamente muestran cómodamente arriba a Trump, aunque tuvo un gobierno realmente malo, sino que incluso ha mejorado en sectores que él, de una u otra manera afectó o perjudicó, como el núcleo afroamericano. Incluso lo vi entrar a un evento deportivo en el Madison Square Garden con el estadio literalmente de pie, aclamándolo. Esto sirve como un ejemplo para decir que la consolidación ideológica que estos liderazgos conforman no está atada a un buen desempeño gubernamental: está atada a una defensa ideológica dogmática, dura, aguerrida, que se mueve con un discurso contraidentitario de humillación, de rechazo, de defensa frente al contrario, frente a la otredad política.
-¿Podemos esperar más años de gobiernos populistas?
-Bueno, sí, pero yo no sé quién no es populista hoy. Y segundo, el populismo no está necesariamente (asociado) a un corrimiento ideológico, a tal punto que en la época denominada tsunami de las izquierdas, a principios de este nuevo siglo en América Latina, cuando uno decía populismo era una referencia obligada a los gobiernos autonacionales populares, vale decir de izquierda o centroizquierda, mientras que cuando uno dice hoy populismo casi diría que tiende más a ubicar a los gobiernos de ultraderecha.
-Es primera vez que en Argentina va a gobernar un presidente sin el peronismo ni el radicalismo, sin mayoría en el Congreso, sin gobernadores. ¿Cómo lo hará para avanzar en sus propuestas?
-Es un gran desafío y es la verdadera incógnita que hoy Argentina tiene, pero el gran dilema es imaginar qué tan posible es la gobernabilidad en un doble sentido. En primer término, la gobernabilidad de tipo institucional que tiene que ver con reconocer que La Libertad Avanza es clara minoría, incluso en sociedad con el PRO, el espacio representado en el expresidente Macri. Aún así ni siquiera llegan al quorum legislativo en diputados. Es un gran desafío salir de ese límite legislativo y, además, no hay un solo gobernador en Argentina que represente a La Libertad Avanza.
Pero después hay una segunda gobernabilidad, que tiene que ver con la conflictividad en la calle. En el discurso de victoria el día que gana la elección, Javier Milei dijo no haber espacio para la protesta por fuera de la ley. Incluso afirmó varias veces: todo dentro de la ley. Hoy el propio Macri, socio actual de Milei, acaba de decir que no va a haber oportunidad para que los "orcos", una palabra despectiva y deshumanizante para quien protesta que acabó de usar el expresidente, van ser contrarrestados por jóvenes militantes votantes de Milei que van a salir a la calle a quitarles el espacio, o la arbitrariedad de la protesta, según su perspectiva. Si hay verdaderas incógnitas respecto a la gobernabilidad institucional, no te imaginas cómo se amplifica esa incógnita respecto a la gobernabilidad de la conflictividad, particularmente en calle.
Y es evidente que si avanza el proceso de una privatización exacerbada, como aparentemente va a avanzar, está prácticamente garantizado que las protestas aparezcan en la calle en el día a día. Ahí de verdad hay un dilema de gobernabilidad gigante del cual la mayoría vamos a estar expectantes.
-Milei se autodefine como anarcocapitalista. ¿Por qué esto les hizo sentido a los argentinos?
-No creo que ese concepto haya sido pregnante (lleno de significado). De hecho, el concepto anarcocapitalista tenía que ver con una autocelebración tribal temprana de su núcleo de adherentes, muy cercanos al mundo económico. Claramente es una expresión que ubica a su núcleo de alianza con el liberalismo, pero el concepto libertario lo lleva a algo muy cercano a esta idea anarcocapitalista, pero también a sectores ampliamente conservadores, en la idea de una ultraderecha o, en todo caso, una derecha radicalizada. Esta discursividad no explica todo el voto, pero sí le da sentido a gran parte de las primeras medidas y acciones discursivas. Independientemente de que Argentina se corrió a la derecha, no toda la gente que lo votó lo votó por ser de derecha, sino que lo votó claramente como un discurso contraidentitario en contra del kirchnerismo o el peronismo. Lo que hoy es claro es que la agenda discursiva del nuevo gobierno y sus socios no es una agenda de derecha, ni siquiera de centroderecha: es una agenda de ultraderecha, inédita, porque en parte se vuelve retrospectiva en cuanto nos acerca a la época de Carlos Menem, pero por otro lado se vuelve muy prospectiva en el marco de ser tan radical, que el mundo todavía no ha visto expresiones tan radicalizadas como las que él está proponiendo.
-¿Qué esperan los argentinos de Fátima Flórez en su eventual rol de primera dama?
-No creo que nadie esté esperando algo en particular. De hecho ha tenido un perfil relativamente bajo. Me parece que hay que imaginar si va a tener un rol institucional, moderado, acorde a su figura, o si va a generar una especie de fusión o confusión, como quieras verlo, entre su rol y el rol actual de ser una especie de celebrity del espectáculo.
-¿Qué pasará con Cristina Fernández?
-Me imagino que puede tener algo de liderazgo interno. Va a quedar en una situación complicada, porque en parte el resultado de Milei es un resultado hacia el antikirchnerismo y en parte también hacia el anticristinismo. Por lo tanto, va a ser muy fuerte en su núcleo, pero va a quedar bastante deslegitimada en cuanto ese voto de enojo también la tuvo a ella como destinataria.
-¿Cómo será Argentina a partir del 10 de diciembre?
-Imagino que al ritmo de hoy va a ser una Argentina con mucha tensión, con mucha tensión. En mi antepenúltimo libro, que es "Cualquiera tiene un plan hasta que te pegan en la cara", tomaba algunos estudios que cuentan que la llegada de Donald Trump al poder generó muchísima tensión, al punto que aumentó la búsqueda de la palabra depresión y el consumo de ansiolíticos por estos niveles de tensión de la sociedad. Me parece que Argentina entra a una zona bastante desconocida, una tensión democrática. Ha tenido tensiones no democráticas, pero entra a una zona de tensión democrática como pocas veces ha visto, con un sistema de partidos roto, lo cual augura una época de mucho vértigo, de mucho aceleracionismo, de mucha noticiabilidad en el día a día.
"Argentina ha tenido tensiones no democráticas, pero entra a una zona de tensión democrática como pocas veces ha visto, con un sistema de partidos roto, lo cual augura una época de mucho vértigo".