El Combate Naval de Iquique encontró a Valdivia muy lejos de los avatares de la Guerra del Pacífico. Pero después del 21 de mayo de 1879, todo cambió. Chile lo hizo. El ejemplo de Arturo Prat y sus hombres quebró la indiferencia, activando el enlistamiento de muchos soldados sureños, dispuestos a emular la acción valiente y ayudar a ganar la guerra por el salitre, que se extendió hasta 1881.

Pero no es esa la única razón para conmemorar desde Los Ríos. Hay vínculos locales con el hecho histórico y existen al menos cuatro historias que entrelazan a La Esmeralda con Valdivia.

Dos de ellas las protagonizan jóvenes de esta zona que también combatieron a bordo de la corbeta. Uno fue Vicente Oróstegui, quien falleció en la corbeta y hoy es recordado con una calle cerca del Regimiento Membrillar; mientras que el otro es Wenceslao Vargas, quien fue apresado en Iquique, pero sobrevivió y realizó una carrera como marino.

Las otras dos tienen rostro de mujer. La primera corresponde a la abuela paterna de Arturo Prat, doña Agustina Barril y Rojas, quien vivió en Valdivia hasta 1817 y que luego se trasladó a Santiago junto a su marido Ignacio Prat Guigeras, oriundo de Cataluña, España. Del matrimonio entre ambos -Agustina e Ignacio- nació Agustín Prat Barril, padre del héroe. Según datos recopilados por la recordada profesora Digna Rodríguez, doña Agustina Barril vivía donde actualmente está la plaza Pedro de Valdivia, frente a la Municipalidad.

La otra historia es menos conocida, pero muy significativa y la relata el periodista Abel Manríquez: la viuda del héroe Ignacio Serrano (fallecido en el Combate Naval junto a Prat) está enterrada en el Cementerio de Valdivia, ciudad donde murió en 1923. Ella se llamaba Emilia Goycolea y, por esas casualidades del destino, recibió un homenaje oficial el 21 de mayo de 1960, pocas horas antes del gran terremoto que hoy cumple 60 años.

Combate naval y terremoto son conmemorados esta semana en medio de la emergencia sanitaria por coronavirus. Y de ambos se puede aprender lecciones de resiliencia y fe; herramientas básicas también para la actual contingencia.

Nuestra vida en sociedad y la forma en que nos relacionamos, han adquirido sin duda un nuevo sentido en un contexto que invita a hacer una pausa. Además de las reflexiones personales sobre la forma que cada uno tiene de enfrentar la vida y sus dificultades, este período ha abierto discusiones especialmente profundas, siendo una de ellas la educación y sus desafíos.

Más allá de los aspectos operativos necesarios para impartir educación, las evidentes adaptaciones metodológicas en un contexto virtual y sin pretender abarcar la complejidad de aspectos que involucra el concepto, quisiera centrar la reflexión en aquello que comúnmente denominamos educación, eso a lo que hacemos referencia cuando hablamos de alguien con buena o mala educación, a aquella educación que aporta la cultura o el conocimiento de las artes, cuando nos referimos a alguien culto como sinónimo de educado e incluso, aquella sabiduría que muchas veces parece emerger de la propia historia de vida y la adquisición de valores. En resumen, la educación entendida como formación.

En virtud de lo anterior, el rol de las universidades no puede agotarse en la formación disciplinar, la enseñanza de la técnica y el traspaso de contenidos, necesarios -evidentemente- para dotar a un buen profesional, sino que debe la educación integrar a las disciplinas, por ejemplo los aportes de la filosofía, que permiten entender de mejor manera al ser humano y la necesaria vida en sociedad; desarrollar en un contexto educativo desde la psicología el interés por comprender los procesos internos que experimentamos, el manejo de la ansiedad, la importancia del autocuidado; el análisis de las decisiones país desde la filosofía política; la discusión sobre los crecientes dilemas morales que enfrentan a diario los profesionales de la salud. En definitiva, integrar aquellos saberes que nos permiten comprender y enfrentar desafíos que parecen actuales, pero que son propios de la naturaleza humana. Así, resulta importante también promover la reflexión en nuestras clases sobre el buen uso de la libertad, la importancia de la honestidad, responsabilidad, fortaleza y perseverancia, porque también es educación formar a nuestros estudiantes con valores sólidos que les permitan enfrentar no sólo una evaluación, sino la vida y sus ineludibles dificultades. Desde la Universidad hoy más que nunca reforzamos nuestro compromiso con esta forma de entender la educación.

Mónica Jara Pérez

Directora de Desarrollo Formativo U. San Sebastián sede Valdivia

30 años | 22 de mayo de 1990

Marinero sobreviviente recordó odisea de 1960

Juan Roa, actualmente de 71 años, es un valdiviano que vivió una verdadera odisea durante el tsunami del 22 de mayo de 1960. Trabajaba en la naviera Prochelle y se encontraba en un lanchón en la bahía de Corral junto a cuatro compañeros. Fue arrastrado por la ola, aferrado a un madero y fue el único sobreviviente del grupo.

20 años | 22 de mayo de 2000

Joven basquetbolista fue asesinado de madrugada

Estupor en diversos medios ha causado la noticia del asesinato a puñaladas de basquetbolista Carlos Alberto Ahuile Hadler, a la salida de madrugada de un pub en calle Caupolicán, en el centro de Valdivia. Funcionario de la empresa Saesa y jugador del club Saeval, había destacado en la Universidad de Concepción. Tenía 25 años.

10 años | 22 de mayo de 2010

Jornada de homenajes a 50 años del gran terremoto

Al conmemorarse los 50 años del mayor terremoto científicamente registrado de la historia, el que tuvo por epicentro a Valdivia, el 22 de mayo de 1960, en la ciudad y la zona se realizará una serie de actividades de recuerdo de la tragedia y de homenaje a las víctimas. A las 11 horas sonarán las sirenas de Bomberos.