Secciones

  • Portada
  • Actualidad
  • Opinión
  • Actualidad general
  • Deportes
  • Clasificados
  • Cartelera y Tv

Por casi 50 años, el mar no volvió a alertarnos

Profesor titular, Departamento de Obras Civiles, Universidad Técnica Federico Santa María. , Investigador asociado CIGIDEN
E-mail Compartir

Mis primeros recuerdos del terremoto de 1960 son de mi infancia, aunque claro que no guardan relación con el evento, sino con lo que mis padres me contaban de él. Eso generaba una fascinación con el tema, especialmente con el de los terremotos, ya que la idea de tsunami me resultaba más extraña y no podía imaginarme una ola tan grande. Con los años, y con una trayectoria extraña de desarrollo que me ha llevado a reencontrarme muy de cerca con los tsunamis, he podido observar y comprender varias facetas de lo que significó ese gran evento, y cómo nos cambió. O más bien, cómo nos debió cambiar, pero pareciera que no lo hicimos. Nos tomó otro evento aprender en serio.

Lo primero que me ha llamado la atención se relaciona justamente con mi experiencia de niño. El terremoto fue un evento de tal impacto que marcó a generaciones, quienes transmitieron a sus descendientes, de manera oral, la experiencia de lo ocurrido. Más aún que el terremoto de Chillán de 1939, que aunque causó más fallecidos, no está tan presente en nuestra memoria colectiva.

También he aprendido que el tsunami que se originó en Chile fue más que las olas reales y lo que ocurrió aquí, sino que generó una ola inmensa de investigación y desarrollos científicos y técnicos en el mundo, muchos ellos generados a partir de Chile, por chilenos y con los datos que se levantaron en el país. Claves fueron el Departamento de Navegación e Hidrografía (hoy SHOA) y el trabajo de Hellmuth Sievers.

Pero al igual que las olas dieron paso a la calma, como país dejamos de recordar, al menos en el ámbito general. El conocimiento pareciera que se lo llevó el mismo tsunami, con lo que el esfuerzo colectivo de preparación ante tsunamis quedó concentrado en algunas oficinas y personas específicas, y por casi 50 años el mar no nos volvió a poner sobre aviso. Para ese entonces, lamentablemente, la sorpresa del 27F traía consigo mucho sufrimiento y dolor.

Pero cuando recorrimos la zona afectada por el 27F, la gente nos contaba que habían evacuado porque recordaban las historias de sus padres y abuelos, de 1960. También nos dijeron que hubo esfuerzos específicos de preparación en esas comunidades, tanto por Onemi y SHOA, antes del 27F. La tradición oral y la preparación ayudaron a salvar vidas. Más aún, al revisar la tradición oral del pueblo mapuche, hoy entendemos que también se habla de terremotos y tsunamis en ella.

Más allá de lo magno del evento, mi principal aprendizaje ha sido éste: que la memoria y la preparación nos ayudarán a salvar vidas. Y que esto debe ser hecho a nivel de comunidades, pero con un apoyo técnico permanente y sostenido. Pero por sobre todo, que estos no son eventos locales. Nos pueden afectar a todos, los que vivimos en la costa y los que la visitamos ocasionalmente. Y estos eventos se transformarán en un desastre solo en la medida que no nos preparemos para ellos.

Vendrán nuevos 1960s, 2010s. Muchos más. Pero debemos aprender de ellos y no dejar que queden solo en las anécdotas y en los libros.

Patricio Catalán

El terremoto de Valdivia 1960, una experiencia que emociona y enseña

Instituto de Geografía, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Investigador Núcleo Milenio CYCLO
E-mail Compartir

Cada vez que debo hablar del terremoto de 1960 me emociono. En la universidad, comienzo preguntándoles a mis alumnos en qué somos buenos, o competitivos a nivel internacional, los chilenos. ¿En fútbol? más o menos no más, ¿quizás con los vinos o con el cobre? En realidad, y lamentablemente, en lo que sí destaca Chile es con sus terremotos y tsunamis.

Además de ser uno de los países más sísmicos del planeta, en Chile se generó en 1960 el terremoto más grande registrado en la historia de la humanidad; un verdadero gigante. Con una magnitud 9.5, hizo bambolear al planeta, movió su eje en más de un metro, y lo hizo resonar como una campana. Generó un tsunami que atravesó todo el Pacífico, provocando muertes y destrucción en lugares tan lejanos como Hawái y Japón. En Chile, tanto el terremoto como el tsunami cobraron la vida de dos mil personas. Además de la destrucción, hundió un cuarto de la costa del país, convirtiendo miles de hectáreas de praderas en marismas fangosas.

Para ponerlo en perspectiva, usualmente lo comparo con otros eventos recientes, cuyos efectos hemos visto gracias a los medios modernos. En cuanto a energía, el terremoto de 1960 liberó casi tres veces más que el de Sumatra-Andamán de 2004 y casi seis veces más que el de Japón de 2011. Y si de energía se trata, la liberada en 1960 serviría para cubrir el consumo de energía eléctrica de Chile, a la tasa actual, por tres siglos, ¡imagínense! Tres siglos sin represas, sin gastos en petróleo, sin carbón. Por eso me emociono.

También me emociono porque desde los 23 años me he dedicado a investigar sus efectos; y ya pasé los 50. Estudiando en la Universidad Austral de Valdivia tuve la suerte de conocer a la persona que hasta el día de hoy es mi profesor, Brian Atwater. Un gringo que a fines de los 80 quería demostrar que en la costa noroeste de Estados Unidos también podían ocurrir terremotos gigantes. Algo que no se sabía en ese entonces, pues la historia escrita allí solo comenzó en 1850. A diferencia de sus colegas, que buscaban evidencias allá mismo, Brian propuso que sería mucho mejor buscarlas en un lugar donde sí se sabía que había ocurrido uno. Allí se podría aprender a reconocer las huellas y posteriormente volver a su país a buscarlas. Hoy, gracias a ese trabajo, en torno al terremoto de 1960, se sabe que en esa zona de Estados Unidos ocurrió un gran terremoto y tsunami 300 años atrás, en 1700.

A diferencia de lo que pasó allá, donde aprovecharon la experiencia de 1960, en Chile el terremoto y tsunami del 2010 nos encontró totalmente desprevenidos y todo funcionó mal ese 27F. Cuando los gringos supieron que estaban expuestos a esa amenaza, desarrollaron planes para reforzar su infraestructura, planes de emergencia, incluso cambiaron los planes de estudios de las escuelas para incluir la preparación. Sin embargo, en Chile, en el mismo país del terremoto de 1960 y ocurrido sólo cincuenta años antes, el 2010 se pensaba que ese tipo de cosas no se repetirían.

Hoy, una década después del 27F, veo el futuro con mejores ojos. Pienso que esa tragedia nos enseñó a todos, a las personas comunes, a las autoridades, a los organismos técnicos, que debemos valorar adecuadamente nuestra historia, la condición de país sísmico y contar con el triste récord de 1960.

En mi opinión, hoy los sistemas están mucho mejor preparados que antes del 27F; sin embargo, la experiencia y la ciencia nos dicen que nunca debemos bajar la guardia, pues es seguro que estos eventos se repetirán.

Marco Cisternas

En busca de los relatos de una historia compleja que se resiste a ser escrita

Patricio Winckler Profesor Ingeniería Civil Oceánica Universidad de Valparaíso. Investigador en CIGIDEN Y COSTAR
E-mail Compartir

En abril de 1961, Leopoldo Castedo estrenó el documental "La respuesta", narrando los sucesos ocurridos los días siguientes al terremoto y tsunami en Valdivia. Esta joya editada en tan solo meses, se centra en el Riñihuazo, epopeya en la que cientos de obreros liderados por ingenieros de la Endesa, lograron a punta de pala y picota descargar en forma controlada el agua acumulada en un derrumbe del río San Pedro, que asomaba como otra catástrofe sobre la ya lacerada ciudad ribereña.

Por esos días, un joven Hellmuth Sievers, tal vez el primer oceanógrafo chileno, hacía esfuerzos denodados por caracterizar el tsunami que afectó territorios en aquel entonces olvidados. Con cafecito en mano, alguna vez me contó que desde su oficina del Departamento de Navegación e Hidrografía (hoy SHOA), llamó a las capitanías de puerto con el ánimo de recopilar testimonios, plasmados hoy en el texto El Maremoto del 22 de Mayo de 1960 en la Costas Chile . Ya en 1968, los americanos Plafker y Savage, recorrerían desde Talcahuano a fiordos hasta hoy inexpugnables midiendo las deformaciones que causó el terremoto, intuyendo tal vez que este sería el más grande registrado en la historia sísmica .

A pesar de estos esfuerzos, a 60 años de la catástrofe, poco sabemos de cómo el tsunami violentó la sobremesa del domingo en el centro-sur de Chile. En aquel tiempo la red sismológica era precaria y sólo se obtuvieron seis registros del tsunami en estaciones ubicadas al norte de la zona afectada. Tampoco se contaba con GPS, satélites, modelos computacionales o protocolos de levantamiento que hoy permiten tener una radiografía detallada de los tsunamis en solo semanas. En aquellos tiempos, el mundo científico actuaba como un médico sin estetoscopio, auscultando a un paciente más con intuición que exámenes.

Pero hay un tesoro que reside oculto en los sobrevivientes que aún habitan las costas entre Puerto Saavedra y Chiloé. Octogenarios que han heredado el testimonio a sus nietos como fotos de un Chile precario. En ellos está la clave para reconstruir cómo fue el tsunami y terremoto del 60. Por ello, desde 2016 entrevistamos a 31 sobrevivientes con el ánimo de reconstruir en terreno esa historia a veces nublada por el paso de los años. En nuestro trabajo científico, buscamos datos como el tiempo de arribo y el número de olas, la máxima inundación o los efectos sobre el territorio. Todo ello, con el ánimo de entender cómo se movió el continente y de esa manera inferir qué lugares pueden ser propensos a futuros eventos. Pero los relatos de esas jóvenes devenidas en abuelitas se funden con una historia urdida en torno a cocinas a leña; una historia heredada mediante la tradición oral de quienes pocas oportunidades de educación tuvieron en los sesentas. Hemos aprendido que desde la hidráulica y la geofísica explicaremos una fracción marginal de la realidad de esos tiempos, y hemos descubierto, también, que los abundantes relatos de Puerto Saavedra, Valdivia o Maullín son sólo una muestra de una historia mucho más compleja que se resiste a ser escrita.