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Pedro Cereceda-Washington San Martín 50 años de la tragedia en el río

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Hace exactamente 50 años, el 4 de octubre de 1970 se produjo la primera gran tragedia del remo chileno. Ese día, el destino se llevó para siempre a los bogadores valdivianos Pedro Cereceda García y Washington San Martín Bello, ambos entusiastas defensores de los colores del Club de Remeros Arturo Prat. Pedro Cereceda García tenía 21 años de edad y era estudiante de la Universidad Técnica del Estado, sede Valdivia, en la especialidad de Electricidad. Casado con Carmen Ortiz , eran padres de Claudio Andrés. Washington San Martín Bello tenía 20 años de edad y era de oficio mueblista, soltero. Francisco Jerez Pincheira era compañero de tripulación de ambos y hace el recuerdo de aquella fecha, cuando el destino los marcó para siempre. Regresaban en un bote cuatro sin timonel junto a Raúl Reyes y se dirigían hacia la casa de botes del club. Jerez rememora: "El accidente ocurrió cuando volvíamos río abajo, frente a la costanera. Con el viento se atravesó un lanchón de fierro en la pista... No fue un golpe violento, ya que nos desabrochamos las pisadera, desabrochamos los remos y los sacamos. En ese instante, el bote fue succionado por el lanchón y nos tiramos al agua. Raúl se cogió de las amarras del lanchón a una boya y yo nadé hasta que me tomé de un cordel de acero que pendía del lanchón. Gritamos pidiendo auxilio a los boteros del balseo, que fueron en nuestra ayuda. Me recogieron a mí y a Raúl y fuimos en busca de Pedro y Washington, a quienes Raúl los había visto nadar frente a él. Pero, no los encontramos...". Francisco Jerez continúa el recuerdo: "Ambos eran mis amigos. Washington fue compañero de estudios en la Enseñanza Básica en la Escuela N° 4 y Pedro en el grado de Oficios de la UTE , además de ser quien me inició en el montañismo, subiendo el Volcán Osorno. Ese día, por ser San Francisco , mi madre nos esperaba para celebrar con ellos mi santo . Desde esa fecha no se celebra, ya que eran mis grandes amigos". Los restos de los bogadores Pedro Cereceda García y Washington San Martín Bello descansan en el Cementerio Municipal de Valdivia.

4 de octubre de 1970 se produjo el trágico accidente en el río Calle Calle, donde perdieron la vida los dos bogadores del Club de Remeros Arturo Prat de Valdivia.

Ramón Héctor Jiménez Ramírez: A cuatro años de su partida

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Ramón Héctor Jiménez Ramírez nació el 15 de febrero de 1946 en la comuna de Corral y falleció el 3 de octubre de 2016 en Valdivia. Sus padres fueron Ramón y Elba. Fue el mayor de cinco hermanos. Poco antes del terremoto de 1960 su familia se cambió a Valdivia, en la actual Avenida Ramón Picarte, a la altura de la población Teniente Merino. Fue ahí donde conoció a Ana Cepeda, una vecina que se convertiría en su esposa y compañera de toda la vida. Con Ana se casaron en 1978 y tuvieron dos hijos: Claudio y Viviana. Por aquellos años de su matrimonio comenzaron también los proyectos profesionales. Primero se tituló de Contador en el actual Instituto Comercial de Valdivia y luego se graduó de Profesor del Estado, en la antigua Universidad Técnica del Estado (hoy Campus Miraflores de la Universidad Austral de Chile). Por más de 30 años ejerció como contador del Instituto Salesiano de Valdivia y como profesor de Contabilidad en el tradicional Instituto Comercial, primero realizando clases vespertinas y luego en la jornada diurna. Esta larga trayectoria le permitió ser profesor de decenas de generaciones de profesionales, quienes hoy se desempeñan en distintos puntos del país. También compartió con muchos colegas que recuerdan con mucho cariño al "Negro Jiménez". Quienes lo conocieron saben que fue un hombre de bien, preocupado de su familia, muy leal a sus amigos y siempre dispuesto a extender una mano a quien lo necesitara. Una hermosa prueba de su amistosa personalidad y disposición a colaborar es que hoy la plaza de la villa donde vivió por más de 32 años, lleva su nombre. Sus amigos, vecinos y familiares lo recuerdan como la persona que siempre podía arreglar un desperfecto en las casas o construir algo con sus habilidosas manos. Sus hijos y su amada esposa lo recuerdan "con orgullo, porque fue lejos, el mejor padre que cualquier hijo pudo tener: Hoy estamos bien gracias a todo lo construido por Ramón y con una integrante más en la familia: Agustina, la nieta que no alcanzó a conocer. Fuiste y siempre serás parte de nuestras vidas. ¡Gracias por ser el gran hombre que siempre fuiste!".

3 de octubre de 2016 se marchó de este mundo el educador Ramón Jiménez Ramírez. Fue un destacado profesor de Contabilidad en el Instituto Comercial de Valdivia.

Somos la Viña del Señor

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La Viña que aparece en la parábola que cuenta Jesús en el evangelio de este domingo (Mt 21,33-43) es signo en el Antiguo Testamento del pueblo elegido de Dios. Jesús dirige la parábola a las autoridades de la época.

Para los cristianos, la Viña es ahora el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que debe ser custodiada por todos los creyentes bautizados que somos parte de ella.

El texto de la parábola dice que el dueño de la Viña parte lejos, dejando a los viñadores que cuiden de ella.

Esto significa la confianza que Dios tenía en ellos y al mismo tiempo la responsabilidad que se les daba a los viñadores, de cuidarla.

Pero los viñadores quisieron quedarse con la Viña y maltrataron a los enviados por el dueño, golpeándolo a unos y matando a otros.

Finalmente, cuando envía a su hijo pensando que lo respetarían, ellos viendo la posibilidad de quedarse definitivamente con la viña, lo matan.

Son imágenes que hacen alusión a los profetas del Antiguo Testamento, y el hijo es el propio Jesús.

La Viña será entregada a un pueblo nuevo, que dará frutos. Este nuevo pueblo de Cristo somos los bautizados, quienes podemos preguntarnos: ¿Cómo estamos cuidando de ésta Viña que el Señor nos ha encomendado?, ¿qué frutos están dando nuestras comunidades religiosas, parroquiales y diocesanas, especialmente en estos tiempos de crisis?

Nuestra Viña, la Iglesia, debemos cuidarla y hacer que dé frutos abundantes de solidaridad, justicia y de fe.

En las grandes cosas, pero por sobre todo en las pequeñas cosas de cada día: acogida, servicio y compromiso, sabiendo que es Jesús la piedra angular de la Iglesia.

Que podamos hacer realidad aquello que una plegaria eucarística recita: "Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando".