"Tenemos 16 pandemias en Chile, cada una con una característica diferente..."
Especialista aborda los errores en la comunicación y la baja percepción al riesgo, pese a que Chile tiene 23 mil muertes.
La percepción del riesgo es fundamental para poder enfrentar una crisis sanitaria. Vale decir, cuán expuesta siente una persona que está frente a un peligro. Según la doctora en Salud Pública Sandra Cortés, esta percepción es muy baja en nuestro país. De ahí que nos hayamos enterado en los últimos días de fiestas clandestinas en playas, matrimonios con decenas de invitados o aglomeraciones en malls por la venta de modelos especiales de zapatillas. Como si nada estuviera pasando.
Para que la población esté bien preparada para dar la cara al covid-19 es fundamental una buena "comunicación de riesgo", dice la destacada académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
-¿Qué entendemos por comunicación de riesgo?
-Es un instrumento que se utiliza principalmente en el ámbito de la salud pública y en particular en situaciones de emergencia, desastres, problemáticas de alto impacto social. Tiene como objetivo hacer partícipe a la comunidad del proceso de información y de empoderamiento, principalmente enfocándose en los hechos, los riesgos y los beneficios que tienen las diversas acciones de salud pública que uno pudiera proponer. Entonces, es un proceso que se alimenta de varias disciplinas. Una de las herramientas que se usan es la evidencia epidemiológica, pero también son importantes la percepción de los riesgos y las experiencias, los conocimientos previos de la comunidad respecto de lo que se está enfrentando.
-¿Qué tan trasparente puede ser esta comunicación para no provocar alarma, por ejemplo?
-Hay marcos éticos que se tienen de alguna manera que explicitar. Tiene que ver con el derecho que tienen las personas de saber cuáles son las incertidumbre y certezas respecto de una problemática. Ahí la comunicación de riesgo tiene que tomar en consideración esta responsabilidad que tiene el tomador de decisiones respecto a transmitir claramente los riesgos y los beneficios de cada una de las acciones que toma. La parte de la incertidumbre sobre lo que no se conoce de la problemática también hay que explicitarla, porque la confianza o esperanza tiene que basarse en una ponderación de los hechos y de lo que sabemos y no sabemos. Hay otras cuestiones elementales como un código de ética en la salud pública que tiene que ver con la integridad científica, con la transparencia, con la confianza, honestidad, por ejemplo, con los conflictos de interés. Si excluimos todo eso y construimos un discurso más bien cualitativo entonces estamos en un problema serio. Y eso es en parte lo que nos ha pasado.
-¿La autoridad lo ha hecho mal?
-Hay que tener claro que la resolución de la pandemia no pasa solo por la autoridad de salud. Como en todo problema de salud pública de alcance nacional o mundial, todos los actores tienen que estar involucrados y alineados en un discurso. Si hiciéramos un análisis del discurso público, habla la autoridad de salud, u otras autoridades de gobierno, pero también habla el empresario. Los que no tienen el mismo espacio en el discurso público son los ciudadanos, las organizaciones detrás de las ollas comunes, otros actores relevantes como las sociedades científicas. Y todos y cada uno hacen un discurso a su conveniencia, bajo sus criterios o sus estructuras valóricas. Si te fijas, es un discurso individualista. Y eso no es posible. Obviamente en una pandemia el ente articulador de este discurso debiera ser la autoridad sanitaria. A veces la autoridad sanitaria ha sido contradictoria, pero a veces también es contradictorio con otros actores relevantes. Por un lado, el Mineduc dice que va a abrir las escuelas y el ministro de Salud dice que las cifras son alentadoras, pero estamos las sociedades científicas diciendo no son alentadoras. Entonces, ¿qué puede pensar el ciudadano común y silvestre? Que ve un accionar que está descoordinado, pierde confianza y baja su percepción de riesgo.
-¿Qué han propuesto ustedes?
-Desde las sociedades científicas, como la Sociedad Chilena de Salud Pública, o la Sociedad Chilena de Epidemiología, hemos tenido un discurso muy consistente que pone en el eje la necesidad de tomar acciones de salud pública que sabemos que son efectivas. Pero por otro lado tenemos otras sociedades científicas que no tienen formación en salud pública, como médicos intensivistas, que están mirando sólo una parte del problema, que es por ejemplo la sobrecarga del sistema o la disponibilidad de camas UCI. Eso también es un antecedente que se tiene que sumar en el análisis. Los epidemiólogos y salubristas nos formamos y estamos entrenados para poder escuchar estas distintas voces y articular un discurso que ojalá estuviera alineado con el que generan las autoridades, pero no lo hemos visto y eso es muy grave, porque pareciera que nos escuchan, pero no; pareciera que hay un comité que toma decisiones, pero no. Finalmente, lo que ocurre es una profunda crisis de confianza que se vincula fuertemente con la limitada adherencia de las personas a las recomendaciones.
-¿Podríamos generalizar y decir que la población tiene baja percepción de riesgo?
-Por supuesto. Tenemos 23 mil muertos, estamos hablando de 23 mil familias que han perdido a un ser querido, pero no estamos hablado en el discurso público de las secuelas de quienes han tenido covid o de quienes estuvieron intubados. Tampoco se habla del deterioro de la salud mental de la ciudadanía. Hay personas que están seguros que si se enferman van a tener una cama disponible en una clínica del sector oriente. Tenemos 16 pandemias en Chile, cada una con una característica diferente. Porque el comportamiento de la enfermedad depende de las condiciones geográficas, depende del clima, del nivel socioeconómico, del nivel de oferta de servicios, de las condiciones ambientales, si usan o no leña. Cuando hablamos de comunicación de riesgo no basta con que una autoridad esté entregando un reporte que la gente no entiende y que ese mensaje sea el que reciba todo Chile. Porque lo que vemos son señales contradictorias.
-¿Debería existir una mirada más local de las medidas, menos centralizada?
-Tenemos un ejemplo con esos permisos de vacaciones. A lo mejor había lugares donde no era prudente darlos. No hay nadie que conozca mejor su territorio y su perfil epidemiológico que las propias personas que viven ahí. Es importante, y abogamos desde marzo para eso, que se constituyeran mesas regionales para el control de la pandemia. Con los epidemiólogos de las regiones, con los expertos de las universidades regionales, con las organizaciones comunitarias que están participando en los consejos de salud y que este fuera un proceso participativo, porque eso hace que las personas sean protagonistas de las soluciones.
-Estamos recién viendo las cifras de los primeros permisos de vacaciones. ¿Debieran empeorar?
-Hay que prepararse para los peores escenarios. En Europa, con un contexto basal de protección social completamente distinto al nuestro, la segunda ola ha sido muy dura. Nosotros ni siquiera hemos terminado la primera ola y nos parte este segundo peak en todo Chile. Entonces, el mensaje es hacia la prevención. No podemos seguir teniendo los malls abiertos y los parques cerrados, no podemos seguir teniendo formas de comunicación en donde las personas son menospreciadas, donde se sienten discriminadas, porque no son partícipes del proceso. Mientras sigamos haciendo lo mismo, aunque el DEIS siga mejorando sus sistemas informáticos, y los epidemiólogos mejoren sus análisis y los equipos de salud estén agotados, pero sigan atendiendo, todos esos esfuerzos, si no hacemos cambios, tendremos los mismos resultados. No se han escuchado nuestras recomendaciones de diferir los horarios de trabajo para descongestionar el transporte público, destinar fondos de apoyo directo a las personas para que no tengan que salir a buscar su sustento. También cambiaría los matinales. Haría programas de educación enfocados en el covid, sobre tabaquismo, actividad física… nadie le está enseñando a la gente a ventilar, a proteger a las personas mayores. La tele sigue gastando tiempo en programas de divertimento. Mientras no hagamos eso, Chile va a seguir perdiendo personas, van a seguir muriendo trabajadores, van a seguir enfermando jóvenes. Vamos a empezar a ver una reducción de la productividad, el deterioro de la salud mental, depresiones, intentos de suicidios, aumento del consumo de drogas y alcohol… cuando valoricemos eso, ya va a ser tarde.
"También cambiaría los matinales. Haría programas de educación enfocados en el covid, sobre tabaquismo, actividad física… nadie le está enseñando a la gente a ventilar, a proteger a los mayores".