Ayer fue el Día de la Cocina Chilena, que se celebra cada 15 de abril desde 2009 y que este año tuvo -por segunda vez consecutiva- actividades a distancia. Charlas, reuniones y hasta entrega de recetas vía redes sociales incluyó el programa de conmemoración, con el objetivo de recordar las tradiciones culinarias del país en general y de cada región en particular.

Para Los Ríos esa herencia está marcada por la variedad de culturas que se reúnen en su territorio y en ella se puede identificar al menos 20 platos, postres, bebidas y repostería con sello local. La lista la encabeza el "Valdiviano", creado por los españoles durante los años más duros de la repoblación, cuando sólo tenían cebolla, papas, charqui y huevos de cormorán (según señaló el chef Carlos Labrín en una entrevista). Le siguen el crudo; las empanadas de sierra; la paila marina con choritos de Chaihuín; luchicán, prietas con papas y chucrut, pulpa de cerdo con puré picante; dulces de castaña, piñones, ensalada de nalca,digüeñes, changle con huevo; kuchen, milcao; sidra, chicha de manzana, licor de maqui, entre otros.

Muchas de esas comidas se encuentran reservadas para el traspaso generacional en las familias; pero cada vez más se releva su valor cultural gracias a actividades de divulgación como "El Menú de Chile" (con convocatoria nacional abierta hasta el 10 de junio), o proyectos como "Menú historia y tradición del sabor chileno", que llevan adelante organizaciones comunitarias de Lanco, Valdivia y Máfil, con una especial mirada hacia los sabores mapuches.

Por otra parte es importante destacar que la región ha crecido la formación de especialistas gastronómicos profesionales. Hace treinta años fueron abiertos los primeros cursos técnicos en Valdivia y Panguipulli; pero en la actualidad hay liceos con este rubro en casi todas las comunas y, además, la carrera de Gastronomía se da en cuatro centros de educación superior regionales.

Lo anterior ha permitido una amplia disponibilidad de personal entrenado para un área que también es clave entre los atractivos turísticos de la zona y que, por lo mismo, debe seguir siendo potenciada como un componente de identidad cultural.

Como se relata en el mito griego, Pandora, por curiosidad, abrió la caja que le habían encargado los dioses y entonces se liberaron de ella todos los males que desde entonces aquejan a la humanidad. Pandora se apresuró a cerrar la caja, pero una sola cosa alcanzó a quedar dentro: la esperanza.

Alguno podría entonces interpretar -erróneamente según creo- que, si la esperanza estaba incluida entre esos males, es porque también ella era un mal. Y, tal vez diría, la esperanza es un mal porque sólo nos pone expectativas exageradas de lo que podría llegar alguna vez a nuestra vida, pero que no son más que sueños imposibles, o demasiado improbables. La esperanza, según esta idea, sólo terminaría frustrando. Pero pienso que ésta sería una lectura muy pobre. Ella no es el optimismo ingenuo de creer que todo tiene que salir siempre bien y con facilidad. La esperanza es en realidad la búsqueda de ciertos bienes futuros que, aunque se saben difíciles de obtener, se los sabe también posibles de alcanzar. Es confiar que, aunque amenacen ciertos obstáculos y peligros, estos no serán imposibles de enfrentar y vencer.

Ahora, cuando nos tocan tiempos especialmente duros como los actuales, en los que nos rondan una serie de amenazas a nuestra integridad y porvenir, puede hacerse más difícil mantener la esperanza, pero a la vez cuando es más urgente conservarla. La pandemia ciertamente es un problema grave y podría, sobre todo cuando ésta se alarga y no se le ve pronta salida, sumergirnos en la desesperación, y no nos debemos permitir desesperar; esto únicamente nos dejaría estancados en la pasividad y el lamento estéril. Con esperanza, es decir, pensando que, como ya lo hemos logrado otras veces, podremos superar la adversidad, aunque sea ardua tarea, nos pondremos en acción para salir adelante.

La pandemia nos obliga a esperar pacientemente, espera que podría ser justamente ocasión de obtener una esperanza de índole superior. La esperanza del sabio. Si aprovecháramos este tiempo para descubrir por medio de una reflexión profunda que incluso si perdiéramos la salud o nuestros bienes materiales, la felicidad seguiría siendo posible; si descubriéramos que la felicidad consiste en una plenitud de tipo espiritual, entonces lograríamos una esperanza inquebrantable; una capaz de enfrentar los más grandes males y apuntar a los más grandes bienes.

Roberto Marconi Juárez Docente del Instituto de Filosofía U. San Sebastián sede Valdivia